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sábado, noviembre 23, 2024

Ensayos

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I

El pasado 24 de octubre se celebró el Día de las bibliotecas y, coincidentemente, yo comenzaba en esa fecha a leer Alberca vacía de Isabel Zapata, publicado este año por Lumen. Existe una versión anterior coeditada por Argonáutica y la UANL (2019), pero yo tengo la de 2022. Y digo que leía coincidentemente no solo porque sostenía el ejemplar en esa fecha, sino porque el primer ensayo de la escritora, traductora y editora, titulado “Mi madre vive aquí”, dedica algunas líneas a las bibliotecas, comenzando con la referencia a un texto de Walter Benjamin, escrito en 1931, “en el que recuerda cómo adquirió sus libros muy queridos”. En ello reside la coincidencia. Luego pasa al caso de Susan Sontag que “acomodaba sus libros cronológicamente” porque “pensaba que el autor se sentiría más cómodo entres sus contemporáneos”. Menciona también a Perec y su “Notas breves para el arte y modo de ordenar libros”. Y termina con Monsiváis, quien al final de su vida más que organizar los ejemplares dejaba que se apilaran formando un “laberinto doméstico”.

Un buen libro siempre lleva a otro buen libro. Y las líneas de Zapata me hicieron recordar Cómo ordenar una biblioteca de Roberto Calasso, cuyos textos resultan siempre gratos e interesantes. Sin duda, criterios para ordenar -más allá del sistema de clasificación decimal- sobran: Como todo el mundo sabe, los libros se pueden ordenar por color, por tamaño, por la fecha en que llegaron a casa, por la cercanía o el afecto hacia el autor, se pueden dividir, a su vez, entre autografiados y sin autografiar, entre aquellos que fueron comprados y aquellos que recibimos como regalo, entre los que nos han gustado y los que no terminamos de leer, entre los baratos, los caros y los muy caros, entre los leídos y los que se mantienen vírgenes… Conviene en todo caso, tener en cuenta las filias y las fobias de los autores. En fin. Cada biblioteca es testimonio de una vida, un templo para la propia inteligencia, una silenciosa y a veces oculta biografía.

Una biblioteca es, además de un espacio que los títulos se disputan, un lugar íntimo en el que el amor aflora. El amor a los libros. “Mi familia –apunta la autora de In Vitro– profesa por los libros un amor carnal”. Y explica: “Subrayamos y anotamos con lo que haya a la mano, trazamos corchetes, paréntesis, flechas, signos de exclamación y garabatos, improvisamos separadores con tíckets del supermercado o recibos de gas”. Yo suelo añadir al margen caritas felices cuando advierto humor e ironía, banderitas de colores cuando hay un texto que puedo citar y notas al calce.

Las huellas de la lectura no son meras anotaciones o señales para un posible regreso al texto, son ante todo signos de conquista, de pertenencia, de dominio. Diríase que un buen lector siempre carga un lápiz y un libro, pero hay que reconocer que ahora un buen lector puede serlo teniendo a la mano una pantalla. Cada marca es un intercambio entre el libro y el lector, un “yo estuve aquí”, una advertencia, por si llega alguien más, un “antes de que estuviera en tus manos, esta novela fue mía” y cosas así. En última instancia “los actos de leer y escribir están tan íntimamente vinculados -dice Isabel Zapata- que subrayar y anotar libros funciona a veces como sustituto de la escritura misma”.

 

II

Los otros ensayos de Alberca vacía tratan sobre la fotografía, los perros y sus virtudes, sobre la traducción y la lectura en las lenguas originales, sobre las aves, el bufet y el arte de elegir, sobre el sonido y el silencio y las maneras de desaparecer. Pero ya se sabe que el encanto del ensayo literario reside en la manera en que su autor se aproxima al mundo y el detalle con que expresa lo que observa, la verdad siempre sugerente y novedosa que atisba en la prosa y la belleza que alcanza a dibujar con el lenguaje. Los temas son el pretexto para hablar de los escritores que nos han sorprendido en algún momento de la vida, de las obras que han dado un giro o han aportado sentido a nuestra existencia, de las imágenes, de los momentos y de las citas inolvidables, así como de las tesis que suscribimos y las ideas que nos obsesionan. No es extraño que el libro de Zapata esté lleno de escritoras y escritores, de libros clásicos y de novedades.

Como afirma Liliana Weinberg, ensayista, crítica literaria, investigadora y editora, en su libro Pensar el ensayo (Siglo XXI, 2007), este género literario complejo tiene tres dimensiones: una cognoscitiva, una ética y una estética. De modo que, es tarea de las y los ensayistas, generar a través del discurso un cierto conocimiento y exponerlo con rectitud y belleza. Y eso lo hace bien Isabel Zapata. No sólo en Alberca Vacía. También en In vitro.

Y ya que hablamos del ensayo, vale la pena recordar que en el libro mencionado de Liliana Weinberg, Doctora en Letras Hispánicas por el Colegio de México, investigadora en la UNAM y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2021, se mencionan una serie de paradojas propias de este género: el ensayo es proceso y es producto, refiere al mundo y la mirada que lo observa, es la generalidad proferida desde la particularidad, el lector es antagonista y cómplice al mismo tiempo, el discurso es objetivo y subjetivo simultáneamente. Encontrar el equilibrio en estas dicotomías es la maestría del autor, quien se muestra y se oculta en sus textos.

 

III

Cisneros-Estupiñan, en el libro El ensayo. Concepto, construcción y práctica sostiene que “por su carácter abierto en la escritura, los ensayos generalmente contienen informaciones variadas conocidas como ‘material de fondo’”, lo cual permite ampliar la perspectiva del autor sobre el tema que está desarrollando. No es extraño, por tanto, que un ensayo adquiera por momentos un tono descriptivo, explicativo o narrativo. No es extraño, tampoco, que sea un género bien recibido en el ámbito académico.

A diferencia del ensayo literario, en el ensayo académico la dimensión estética pasa a segundo plano y se privilegian la dimensión cognoscitiva y ética, es decir, se valora la forma en que el autor se plantea una situación o problema, la manera en que fija su postura, establece sus premisas, construye los fundamentos y desarrolla un esquema argumentativo que sustenta, por un lado, su tesis y, por otro lado, anticipa las posibles críticas.

Como señalan Frida Díaz Barriga y sus colaboradores en el libro Herramientas para aprender con sentido (McGrawHill, 2020): “Lo esencial en un ensayo es saber argumentar, es decir, saber hacer razonamientos basados en datos o pruebas conocidos para explicar o apoyar una postura”.

Hay quienes piensan que escribir ensayos es fácil, porque las y los ensayistas hábiles escriben con desenfado y soltura, llevados por la libertad, con tal elocuencia y sencillez que el lector descuidado no aprecia las horas previas de lectura, de análisis y reflexión. Como dijera la ya citada Liliana Weinberg, es más fácil escribir un artículo que un ensayo, porque el artículo es el informe de una investigación, mientras que el ensayo combina la investigación con la experiencia. Por eso se agradecen los libros como Alberca vacía, donde la escritura amable y breve abre perspectivas y provoca el diálogo. Por eso se recomienda leer y escribir ensayos. Por eso.

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