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sábado, noviembre 23, 2024

Aquí canto a David Huerta

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Lo imagino sereno, montando en una orilla la Barca de Caronte, incluso acariciando al perro tricéfalo que tendría a su lado, la vista fija en la otra orilla donde se entra en lo invisible, lo veo apearse de la Barca y reconocerse feliz, en verdad feliz dado que ha encontrado la dicha de la invisibilidad, la trascendencia ulterior (gate gate paragate parasangate bodhi svaja). Es y no es David, por supuesto. Su presencia es dantesca, como cuando Dante abraza a un amigo o contempla a un enemigo y se encuentra con que su abrazo carece de materialidad, es vacío. David lo sabía, la invisibilidad feliz implicaba asir la Nada, penetrar la ausencia de formas donde “no hay sufrimiento, no hay fuente, no hay alivio, no hay camino, no hay conocimiento” según plantea el Sutra del Corazón, el sutra más breve y condensado del budismo zen. David Huerta tal vez no lo conociera, sin duda lo intuía.

Lo imagino por fin, ahora, trascendido cuan trascendente, recordando un poema de su amado Fray Luis de León (Oda a Francisco Salinas) donde ambos maestros, uno Barroco, el otro Neobarroco (en parte) reconocen “que todo lo visible es triste lloro”. (José Kozer, Letras Libres).

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