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viernes, noviembre 22, 2024

La fantástica vida del Tony Montana poblano

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Dani Tavera no siempre fue el excéntrico personaje que hace unas horas fue aprehendido por los ministeriales de la Fiscalía poblana.

Su vida anterior era modesta.

Tenía una lavandería en El Carmen, estaba casado, su madre vivía en Maravillas.

Él mismo vivía ahí con su primera esposa: Verónica.

Su primer auto fue un modesto Pointer.

Luego lo cambió por un Clío.

Finalmente llegó a su vida un BMW.

El primero de muchos.

Antes de subirse al tren rápido que lo llevó a otra clase de lavandería, Dani era tranquilo.

No tanto.

Sólo tenía un vicio:

El Table-Dance.

Cada vez que podía acudía a éstos.

Era cliente frecuente.

Ahí era un pachá.

Las muchachas se cuadraban.

¿Cuándo le entró el gusto por los zapatos blancos?

Seguramente en esa época de estrecheces.

Quería ser Tony Montana, pero sólo le alcanzaba para ser Dani Tavera.

Cuando conoció al ratón Francisco —un perverso personaje que despacha en una torre de la avenida Juárez—, su vida cambió para siempre.

Del gimnasio del Best Western pasó a otros, hasta llegar a ser miembro consuetudinario del exclusivo club Nelson Vargas.

Los gustos también cambiaron.

Del alcohol barato pasó al whisky.

Y de ahí llegó a los polvos blancos.

La extraordinary life cegó su vida.

Y como suele suceder, vino el primer divorcio.

Hubo un segundo, pero actuado.

Y todo para no perder una casa en El Carmen.

Se fue Verónica, pero llegó Guillermina.

Y juntos estuvieron hasta que los ministeriales de la Fiscalía de Puebla irrumpieron vertiginosamente para aprehenderlo por temas ligados a la Operación Angelópolis —detonada por el periodista Víctor Hugo Arteaga—, en la que se encuentra, como un elefante en la sala, la ya célebre trama Mier-Rueda.

El ratón Francisco le enseñó a Dani las ciencias ocultas de la alta lavandería.

Y vaya que aprendió.

Se volvió el Rey de Maravillas, donde se construyó una lujosa residencia escondida en una fachada común y corriente.

El rey de los zapatos blancos —Güicho Domínguez, La Caja Fuerte— empezó a comprar autos y casas.

Su círculo de amistades creció a lo bestia.

Tanto acumuló que la cosa se descompuso.

Hoy, desde el encierro, seguramente ve pasar su vida a la velocidad de un convertible con motor alemán.

O como esos versos de Roberto Bolaño:

“La muerte es un automóvil / con dos o tres amigos lejanos”.

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