Confieso que los manuales cuyo título comienza con la palabra ‘cómo’ siempre me han generado desconfianza, siempre he creído que no existen soluciones simples y fáciles para problemas complejos y urgentes, y siempre, sin embargo, por curiosidad termino ojeando y hojeándolos, en principio para evaluarlos y luego para criticarlos. De la cuarta de forros paso a la solapa, de la página legal voy al índice. Hurgo en busca de tablas y figuras. Leo los párrafos iniciales de cada capítulo, exploro el contenido al azar. El diseño editorial influye, sin duda. Busco indicios en la redacción y la bibliografía para saber si corresponde la obra a mis inquietudes sobre el tema. La mayoría de las veces termino devolviendo el libro a la estantería convencido de que no todo en la industria editorial depende de la mercadotecnia. Otras veces la presentación, la estructura, la prosa o una idea brillante resulta seductora, persuasiva, digna de dedicarle más tiempo. Si esto sucede, lo adquiero de inmediato convencido de que, como sugería Carlos Fuentes, el precio no debe ser un obstáculo para la lectura. Casi nunca estos textos aportan ideas nuevas. Casi nunca resuelven el problema sobre el que versan. Casi nunca tienen la última palabra. Su belleza está, aventuro, en la claridad con que apuntan a la esencia, a lo que ya se sabe, a lo obvio.
Hace unos días me encontré, casi por accidente, el libro de Juan Sahagún Campos titulado Cómo escribir una buena historia. La creatividad literaria como motor del desarrollo personal, publicado en diciembre de 2021 por la editorial española Berenice, en su colección manuales (que incluye por supuesto Cómo se escribe una novela, Cómo se escribe una tesis, Cómo se escribe un cuento, Cómo hablar en público, entre otros títulos). Llama la atención el subtítulo. Quizá como especie le debemos lo que somos tanto a la evolución como a la capacidad para la narrativa. La clave para hallar el sentido de la vida está en los relatos que construimos. Somos nuestras historias, nuestras anécdotas, nuestros cuentos. O como sostiene el actor y dramaturgo en el penúltimo párrafo: “La literatura –se ha dicho en reiteradas ocasiones- tiene como esencia la pasión, y como tal, es la mejor vía para comunicar a los otros, pero sobre todas las cosas a nosotros mismos, el poder del amor, el valor de la verdad, la potencia de nuestras experiencias y conocimientos”.
El punto de partida para el libro es la pregunta “¿escribir nos ayuda a crecer como personas?” Y la respuesta, aunque uno quiera decir que sí, no puede ser ni inmediata ni unívoca, pues ya se sabe que leer y escribir no nos hace superiores a los demás. Hay gente analfabeta que es buena y honesta y digna de confianza, pero ignorante en cuanto a las letras. Hay eruditos arrogantes, impresentables y prescindibles. Hay de todo. Hay intelectuales que brillan y nos recuerdan la grandeza de la humanidad. Hay también quienes nos recuerdan que la barbarie es más que un concepto… Lo cierto es que la lectura y la escritura generan perspectiva y distancia para la comprensión del mundo, permiten la revisión del pasado, la significación del presente y la imaginación del futuro, producen placer. Y esto refuerza la responsabilidad que tenemos con nosotros mismos, con nuestra gente y con las otras especies con las que compartimos el mundo.
Ahora, si pensamos en la escritura como oficio, sin duda, la escritora y el escritor requieren voluntad, disciplina, autoestima, imaginación y mucha inventiva. Eso, la propensión a escribir requiere del autor tiempo para mirarse en el mundo y cultivar la razón tanto como la fantasía: “vivir con una actitud creativa acarrea un efecto secundario que crece de manera exponencial: la autoconfianza”. Así, entre los beneficios que la creatividad aporta, según el autor, se encuentran 1) el sentimiento de ser productivo, 2) la conformación de una identidad individual (entendida como singularidad, no como individualismo), 3) la introspección como un “acto de inmersión consciente”, 4) el incremento de “la concentración, la verbalización, el vocabulario” y 5) la imaginación de “rutas alternativas, otras posibilidades, diversos escenarios”, esto es: esas características deseables para hacer realidad la innovación y echar a andar proyectos disruptivos. O sea que sí sirve. La buena noticia es que el cerebro humano es plástico y la literatura no es excluyente ni exclusiva.
Ahora, qué se necesita para ser escritor y contar una buena historia. “Más allá del impulso literario, de las ganas de plasmar en papel una historia, y más allá de partir de una idea que nos parezca excelente, para escribir un texto narrativo es indispensable sujetarse a ciertos criterios creativos”, en otras palabras: “fundir teoría, práctica y creatividad” con un poco de “malicia narrativa”. Estos elementos son identificados en el cuento, los textos dramáticos, los guiones televisivos y cinematográficos.
Al abordar el cuento, abundan los ejemplos que van desde el relato de Inanna “la primera historia de amor y sexualidad de la literatura” hasta el boom latinoamericano con García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar, pasando por una nómina de clásicos e indispensables. ¿Qué recordamos durante este recorrido? 1) Que el relato cuenta una historia. 2) Que para ser contada, la historia requiere una estructura. 3) Que la historia no es lo mismo que la trama: la trama es la secuencia en que la historia se presenta. 4) Que el narrador es el elemento nuclear de cualquier historia y no debe confundirse con el escritor. 5) Que los personajes son entes de ficción. 6) Que la historia se desenvuelve en el tiempo. 7) Que el espacio también cuenta: las cosas suceden en algún lugar. 8) Que toda historia tiene un tono, es decir, que “las palabras que elige el escritor van a transmitir a su auditorio ciertas sensaciones, sentimientos, emociones o impresiones”. 9) Que cada escritor tiene su estilo (y esto se entiende como su forma particular de ser, como un conjunto de rasgos estéticos asumidos en su obra y como una modalidad técnica de la escritura). 10) Que la historia tiene significado o hace sentido. Y 11) que las buenas historias mantienen tensión e intensidad.
En cuanto a la aportación del teatro a la escritura de buenas historias, se establece que el autor de textos dramáticos “siempre ha de tener en cuenta al público” y considerar que la dramaturgia requiere “filosofía, arte y técnica”. Esto permite, por un lado, profundizar en la comprensión de lo humano y, por otro lado, dar paso a la acción: “los personajes actúan buscando algo y eso será la causa de hechos que evolucionan, cambian, sufren crisis y crean una situación diferente”. Sin duda, el espectador logra implicarse y alcanzar la catarsis viendo la actuación de los personajes, pero, sobre todo, escuchándolos. En este sentido, la principal aportación del teatro a la construcción de los relatos es el manejo del diálogo, del monólogo o del soliloquio. Quien quiera ser escritor deberá percibir y ofrecer el color de los diálogos dramáticos, es decir, “todos esos elementos externos que alteran los modos del lenguaje haciéndolo típico de determinado contexto”. Así, un diálogo puede tener color familiar, color de edad, color profesional o de oficio, color social, color cultural, color geográfico, color de época. Sobra decir que también deben estar presentes otros elementos teatrales como la vitalidad y la creatividad, la congruencia entre los personajes y las situaciones y la emotividad.
Desde luego, el libro de Juan Sahagún Campos es un manual y no hay que perderlo de vista. Para una aproximación rigurosa al tema sería conveniente recurrir en primera instancia a Gérard Genette y sus aportaciones sobre narratología o a los libros de Luz Aurora Pimentel. El manual es suficiente, resulta ameno, cumple su función. El autor de Beso asesino recuerda aquí que “escribir es un acto de libertad” pero insiste en que se aprende de los grandes maestros. Y en ese sentido, los ejemplos son abundantes y la bibliografía útil. Se agradece. Su propuesta consiste en que “para desarrollar una técnica literaria adecuada; en primer término, es conveniente conocer los fundamentos del cuento, para posteriormente adentrarse en el manejo de los diferentes tipos de diálogo y enseguida aprender, uno a uno, los elementos que configuran la composición dramática”. Adentrarse en las técnicas cinematográficas y televisivas redondea la idea.
Tal vez sólo se deba añadir que las mejores historias son aquellas que se escriben con el cerebro y el corazón.