El viernes de la semana pasada, el director general del diario que tiene en sus manos, Mario Alberto Mejía, hizo referencia a un conflicto que data de 1998. Un conflicto verdaderamente tonto en su origen, pero que era parte de una historia que es necesario recordar, solo para aclarar situaciones.
Es un tema que sí afectó la historia del periodismo de Puebla, quizá muchos no lo consideren así, pero lo fue, ya que hubo censuras, acusaciones, señalamientos y hasta un libro mandado a hacer desde el poder para dañar la imagen de un periodista. Fue cuando Mario Marín contrató un operador de medios en la Ciudad de México conocido como “El Muerto”, quien por cierto, ya está muerto, para que escribiera Prensa Negra.
Finalmente, ya para dejar este largo preámbulo, que quede claro que por mi parte no hay rencor ni cargo con este tema ni me despierto todos los días tratando de cobrar venganza: aunque sí hay personas que a 24 años del conflicto aún no han sabido y podido quitarse su bolsa de rencores que cargan. Aún hay quien me tiene vetado y quien cada que me ve hace su entripado. Hay quien aún no soporta a Mario Alberto Mejía, siendo que todo fue una verdadera tontería.
Los que verdaderamente me conocen —que realmente no son muchos— saben que no cargo con rencores. Sé que suena muy presuntuoso, pero en serio, he aprendido a darle la vuelta la hoja, a recomponer situaciones y a retomar amistades, no con todos, pero sí con los que verdaderamente me importan y ellos, por supuesto, lo saben.
Así que sin más rollos ahí va la historia. Morbosos de twitter (que no son pocos) pongan atención:
Comenzaba 1998, yo trabajaba de reportero en Radio Oro, propiedad de don Antonio Grajales. El director de noticias era Fernando Canales, a quien conocí cuatro años antes en la desaparecida estación de Sí FM.
El Canales que conocí nada tiene que ver con el personaje oscuro que es hoy. Era distinto: rebelde, con sentido del humor, un personaje interesado e interesante. Se arriesgaba y se atrevía. Era creativo y como jefe era comprensivo.
En su paso por la radio —inició en 1979 a trabajar en Radio Oro— había hecho cosas verdaderamente dignas de presumir: un programa llamado El hombre y su obra; un documental radiofónico sobre música mexicana, el cual estaba verdaderamente bien investigado, sustentado y estructurado; el programa A toda máquina (con Marco Arturo Mendoza. QPD, y Fernando Crisanto) y sus famosas cápsulas de los Beatles.
Para finales de 1996, Canales había roto con los dueños de Sí FM porque le quedaron debiendo dinero de las comisiones por ventas de publicidad. En Radio Oro, Grajales ya tenía problemas con uno de los personajes que, en lo personal admiro a pesar de ser él, Jesús Manuel Hernández. Así que don Antonio Grajales decidió contratar a Fernando que poco sabía de periodismo. Y ahí creo un noticiario que se llamó En Confianza.
Era justo la mitad del sexenio de Manuel Bartlett y recién había ganado por primera vez Acción Nacional el ayuntamiento de la capital del estado; 23 alcaldías de las más importantes de la entidad y un buen número de curules en el Congreso estatal.
Gabriel Hinojosa determinó contratar publicidad solo a unos cuantos medios: Radio Oro, La Radiante de Sergio Mastretta, Reforma —con la gran periodista Clara Ramírez— y El Universal de Puebla. Los demás medios de comunicación se fueron a refugiar a las faldas de Raúl Torres Salmerón, en ese momento director de Comunicación Social del gobierno poblano.
Manuel Bartlett y sus asesores, entonces, decidieron polarizar el estado. Jugaron al “si no estás conmigo estás contra mí”. Estrategia que funcionó y que ahora la vemos repetida cuando se habla de fifís, chairos, aspiracioncitas y pueblo bueno. Entonces, se hizo una guerra desde el poder a los medios que eran contratados por Gabriel Hinojosa.
El PAN de aquel entonces sí bien era dogmático, de ultraderecha, ultraconservador, también era idealista y al menos vendían la idea de demócrata, puesto que no conocían el poder. Entonces, sus debates eran de altura, no como ahora que es un partido que genera muchos bostezos.
Así que Manuel Bartlett dividió a los poblanos. Y los medios de comunicación se dedicaron a atacar a los que no seguían la línea del exsecretario de gobernación. Raúl Torres, por supuesto, soltaba cañonazos a todos los medios locales. Y cuando decimos todos es a todos: reporteros, fotógrafos, conductores, editores. Vaya, era como el maná que cae del cielo en la Biblia.
Así que, con esos grandes embutes, la orden era atacar a Hinojosa, al PAN, a la cúpula empresarial y a los medios que les daban voz a todos estos. Los que éramos reporteros de Radio Oro no nos bajaban de panistas, a Canales le decían “Panales”; a la estación de Mastretta le decían La Pandiante, y había un ataque sistemático a El Universal Puebla, sobre todo a su entonces director Rodolfo Ruiz.
En esa época se crea La Quintacolumna con Mario Alberto Mejía y Carlo Pini; en ese espacio se comenzó a responder a cada uno de los ataques que recibían de la demás prensa. Como fueron evidenciados reporteros, columnistas, directores de otros medios, locutores y conductores de casi todos los medios, ambos autores generaron odio y rencor por parte de sus colegas.
Mario Alberto y Pini, en ese entonces, eran amigos de Fernando Canales. Así como en su momento lo fueron de Sergio Mastretta. Mario Alberto Mejía, además de ser reconocido como un gran reportero y sobre todo cronista, inició con el pie derecho en su columna.
Todo iba bien hasta que llegó 1998, un año que sacudió políticamente todo. Bartlett estaba empecinado en imponer a José Luis Flores Hernández a la gubernatura. Mario Marín, quien operaba las cloacas de Gobernación estatal, fue mandado a dirigir al PRI y Bartlett en el discurso como “primer priista” dijo en su discurso en el estadio de basquetbol Miguel Hidalgo: “en estos momentos es más importante el PRI que la secretaría de Gobernación”.
En ese año, se había legislado contra la tortura en Puebla y, tanto Mario Alberto Mejía como el que esto escribe, evidenciamos al bartlismo porque no quiso convertir ese delito como grave, al contrario, quería que los torturadores salieran libres, rápidamente y con fianza.
También ese año, fue la elección de los consejeros electorales conocidos en la picarezca poblana como “Los prócoros” (Prócoro Carvajal y Joél Cruz Carvajal) impulsados desde la Secretaría de Gobernación para obtener la mayoría en la entonces Comisión Estatal Electoral y así ganar la sucesión de Bartlett quien ya aspiraba a ser presidente de la República.
Los dos únicos reporteros que descubrieron el escándalo de corrupción de Los prócoros fueron Mario Alberto Mejía y este tunde teclas. Mario Alberto Mejía para El Universal Puebla y yo para En confianza en Radio Oro.
Fueron muchísimos golpes periodísticos que armamos juntos Mejía y un servidor: la tipificación de la tortura, el desvío de recursos de la Comisión Mayor de Hacienda para la campaña de José Luis Flores, la llamada Ley Bartlett, puesto que fui el único reportero que se quedó a velar con los panistas que tomaron el Congreso estatal, el caso Pocitos, en el que a unas mujeres indígenas les colocaron dius sin su permiso y un listado que ya es difícil recordar.
Para terminar todo esto, Melquiades Morales le dio un duro golpe al bartlismo un 24 de mayo y quedó nombrado candidato a la gubernatura de Puebla por el PRI. Bartlett ya había abandonado a José Luis Flores.
Entre todo ese jaloneo, don Antonio Grajales invitó a comer a Mario Alberto Mejía, con quien mantenía y mantiene, según tengo entendido, una buena relación. Ahí Grajales quería armar una barra nocturna para la XECD de crónicas y periodismo. Por supuesto a Mejía le encantó la idea.
Canales se enteró del plan de Grajales y en vez investigar, aclarar y enfrentar situaciones, se puso ansioso y comenzó a hablar mal de Mario Alberto Mejía. Yo, en 1998, tenía 24 años y era un incipiente reportero que había tenido suerte de sacar grandes historias periodísticas y ya para ese momento me unía una gran amistad con el quintacolumnista. Casi diario, sino comíamos juntos, nos tomábamos café, desayunábamos o me la pasaba en su oficina que tenía en El Universal Puebla.
Canales aseguraba que el plan era que Mejía le quitara el trabajo. Yo, en ese momento, me cargué del lado de Canales y me distancié de Mejía. Un día Mejía y yo caminábamos por el callejón de Los Sapos y él me preguntó ¿Qué pasaba? Me sentía distante. Yo, molesto le dije: “Sí Mario, estoy muy sentido contigo”.
—¿Por qué?, ¿qué hice?
—Te lo voy a decir, porque en serio estoy bien encabronado contigo, mano. Le quieres quitar la chamba a Fernando Canales.
—¿Qué? ¡No, no, no!; a ver, ¿qué pasó?; jamás le quitaría el trabajo a Canales. Es mi amigo, además, estoy muy a gusto en El Universal Puebla con Rodolfo (Ruiz) y con Carlo (Pini); incluso, me han encargado varios temas para El Universal de México. Me trata muy bien Roberto Rock.
— Pues dice Canales que la tirada de Grajales es meterte como una cuña para que te quedes al frente del noticiario y con su puesto.
—Mira, te lo digo en serio, te quiero mucho a ti y quiero mucho a Canales. Si un programa va a afectar nuestra amistad, de una vez te aviso que no pienso tomar un programa que ni me van a pagar. Me interesaba porque me encanta la radio, pero si eso pone en riesgo mi amistad, de una vez te aviso, ya no voy. No pienso decirle nada a don Antonio, porque no quiero que se sienta conmigo pero te aviso: no pienso ir a ese programa.
Recuerdo que esa charla terminó primero con un fuerte apretón de manos, un abrazo y unos buenos rones en un bar de ahí en Los Sapos. Ahí se incorporó nuestro mutuo amigo “El Huachi”, Gerardo Pérez Muñoz, con quien terminamos bailando en un antro de mala muerte con Lulú Rey, la reina de la noche.
Ahora sí viene lo bueno.
Yo le informé a Canales que Mejía no tenía intención de ser cuña ni grillar ni quitar el trabajo de nadie. Canales no creyó esa versión y en vez de eso, se sumó a los “niños cantores de Bartlett”. Para ese momento, Canales ya era un bartlista consumado. Recibió dinero, vacaciones todas pagadas y se habla hasta de una camioneta último modelo a la que coincidentemente la llamó “La manoletiña”.
Canales comenzó a atacar a El Universal Puebla y conmigo inició un acoso laboral. Primero, me censuró, me cambió de fuente. Segundo: diario me llamaba por teléfono para decirme que desconfiaba de mí. Y como actriz mala de telenovelas me decía: “Ya defínete, Mejía o yo”. Resulta que, en ese momento, Canales estaba peleado con Fernando Crisanto y justo en esa época Crisanto había rehecho su amistad con Mejía.
Entonces, como diario recibía llamadas, diciendo que ya se había enterado de que yo complotaba contra él y que me había reunido con Crisanto, Rafael Cañedo Benitez, Mario Alberto Mejía y no sé cuántos más, hubo un momento que no aguanté y le grité: “¡Sí cabrón, y todos esos días pensamos cómo chingarte a ti y a tu puta madre! Y sabes qué, ¡vas y chingas a tu madre!, ¡pinche locutor de rancho!”.
A los dos días, después de haber explotado, fui a pedir disculpas, pero de ahí en adelante en Radio Oro se me trató como un infiltrado, como un espía, sobre todo porque no rompí mi amistad con Mejía.
Canales aprovechó esa ruptura para sumarse al coro de los niños cantores de Manuel Bartlett. Y él comenzó a atacar a El Universal Puebla. El punto crítico fue cuando por fin en ese diario le respondieron y evidenciaron que vendía las entrevistas a los políticos que estaban en su espacio.
Cuatro días antes de la elección de Melquiades Morales y Mario Marín, en noviembre de 1998, entrevistaba a Miguel Mantilla en un programa de radio. Ahí, Mantilla atacó a Mario Marín, pues aseguró que él era quien movía las estructuras de ambulantes contra Gabriel Hinojosa.
Alma Máxil, entonces asistente de Canales, me hizo señas y se acabó el programa. Minutos más tarde, Antonio Grajales me corría de Radio Oro. Una llamada de Valentín Meneses, vocero de Mario Marín, había pedido mi cabeza.
Para ese momento, toda la redacción de Radio Oro estaba en mi contra. Me veían con recelo. Yo me había quedado sin trabajo. Tenía 24 años y conocía, por primera vez, la realidad política y su línea directa con los medios de comunicación.
Fue la primera y la única vez que demandé laboralmente a una empresa por despido injustificado. Al final, se llegó a un acuerdo. Me fui a trabajar a El Universal de Puebla y Mario Alberto Mejía se fue a Cambio.
A un mes de mi despido, Canales censuró a Alejandro Rodríguez, hoy director de Campaings and Elections, porque publicó un audio en el que Marín se negaba a apoyar a una colonia que no había votado por él en las elecciones constitucionales.
Mi relación, por obvias razones, con los Grajales terminaron mal, aunque don Antonio un día hace más de diez años se acercó a saludarme y me dijo “ya olvidamos nuestras diferencias” a lo que respondí “don Antonio, no sé de qué habla” y nos estrechamos la mano.
Sé que no soy del agrado de su hijo Toño Grajales Farías, pues, aunque él no tenía vela en este entierro, lo tomó como una agresión a su familia y a su empresa. Situación que en lo personal comprendo. A veces, creo que fue Canales quien se encargó de dinamitar la relación puesto que de esa forma él se quitaba el mote de panista y de esa forma quedaba bien con los demás medios de comunicación, así como con su entonces jefe Manuel Bartlett y Raúl Torres Salmerón.
A 24 años de aquel incidente, sigo siendo gran amigo de Mario Alberto Mejía y también de Carlo Pini, así como de Alejandro Rodríguez, Everardo Juárez y Blanca Morales. Si veo a don Antonio lo saludo con respeto. Si me topo con Toño chico, igual, aunque sé que no soy de su agrado, pero pues, insisto, es muy respetable.
A 24 años de aquel incidente, Canales sigue exactamente igual. No creció ni intelectual ni profesional y mucho menos espiritualmente, aún carga con rencores que no ha podido confrontar. Muchos de sus amigos lo abandonaron. Y no escuchar su programa no afecta en nada, pues es uno más en las ondas hertzianas. Nada que ver con el Canales que quise, respete y admiré hasta antes de marzo del 2008.
Todavía recuerdo cuando fuimos a ver en vivo a los Rolling Stones en el Foro Sol o aquellas tardes bebiendo Orujo y escuchando sus acetatos en su casa.
Aquella historia, sí tuvo mucho que ver con el stablishment, porque si algo no soportó el poder, fue la unión de amistad y laboral que hicimos Mejía y yo.
Falta mucho de escribir sobre esta historia.
Discúlpenme estos momentos de egocentrismo. No soy muy fan de hablar de viejas historias, y públicamente es la primera vez que lo hago, solo que es bueno denunciarlo, verlo y cerrar esas viejas páginas.
Ojalá algún día regrese ese Fernando Canales, mientras que el actual solo le diría: ¡salud!