El 23 de agosto de 2019, poco tiempo después de haber asumido la gubernatura, Miguel Barbosa Huerta y yo mantuvimos una conversación pública en el auditorio del hotel en el que vivió dos años: el Crowne Plaza de la avenida Hermanos Serdán.
Ante cuatrocientas personas, hablamos durante dos horas de los más diversos temas.
En un momento, fiel a su personalidad, el gobernador me increpó sobre las críticas publicadas en el periódico 24 Horas Puebla, que dejé de dirigir a finales de ese año.
Textualmente me dijo ante los azorados asistentes: “¡Tú también me atacaste, Mario Alberto!”.
Hace dos días, en el contexto de la quinta conversación maratónica, me dijo lo mismo.
No faltó quien rescató ese fragmento para escandalizarse por lo que se escandalizó (valga la redundancia) Arturo Rueda hace tres años.
Eso dice mucho de la opinión pública que medra en Twitter.
Llevan tres años de atraso en muchas cosas.
Eso habla también de las limitaciones de quienes hicieron los más diversos comentarios o le dieron “me gusta” al fragmento del video, mismo que se encuentra íntegro en el muro de Facebook de Hipócrita Lector.
(Como no está en mis genes la censura, menos aún está la autocensura).
Por curiosidad me metí a ver quiénes lo replicaron o le dieron “me gusta”.
Encontré una fauna muy curiosa formada por tuiteros a los que siguen 90 o 100 personas, periodistas dolidos conmigo, reporteros del montón, aspirantes a periodistas sin talento, analfabetos funcionales, exjefes de prensa del marinismo, tuiteros sin nombre real, un exoreja de Gobernación, choferes (con todo mi respeto para quienes se dedican a ese noble oficio), aviadores que usan a sus hijos para cobrar la quincena, etc.
Con ninguno de ellos me iría a platicar a un bar porque a la segunda copa vomitarían toda clase de exabruptos.
Qué le vamos a hacer.
Estamos ante un escenario de parias.
Cuando Eukid Castañón fue aprehendido en marzo de 2020 fui el único de sus amigos que escribió una columna reivindicando nuestra amistad.
Rueda, una vez más, me acusó por ese motivo de complicidades de todo tipo.
Debatí con él porque me arrobó y no se escudaba en el anonimato tuitero para lanzar bolas de mierda.
Quisiera debatir con mis malquerientes, pero no se atreven.
Lo suyo es atacar desde las sombras.
Y así no se puede.
Para que haya debate se requiere un mínimo de ortografía, un mínimo de valor y un mínimo de conexión con el cerebro.
Si esos mínimos necesarios no se cumplen, es imposible hacerlo.
¡Salud, pues, perdedores!