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domingo, noviembre 24, 2024

La terquedad del ADN

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Algo hay en el ADN Morenista que los ancla a su pasado.

Algo que los delata y los fuerza.

Algo que les niega originalidad.

Dijeron que combatirían las viejas prácticas de un pasado oscuro, tenebroso, sucio, vergonzoso en la historia de la democracia mexicana.

Dijeron que estarían en contra de esas corrupciones de la deshonestidad, la simulación y la suplantación de la voluntad original en las urnas.

Dijeron…

La jornada electoral interna de Morena, este fin de semana, me reubicó, sin buscarlo, en el priismo de los años 70.

Años de la “democracia dirigida”, tiempos de un presidencialismo rígido, vertical. Días en los cuales, nada se movía sin su permiso y por supuesto su inspiración, su liderazgo.

Un rancio priismo, auténtico, constituye lo más importante de un ADN que los “originales” morenistas presumen como inédito y, por supuesto, irrepetible, incuestionable, limpio y  razón de diferencia fundacional de ese movimiento, al que le está costando demasiada incredulidad  y  legitimidad, pensar,  solo pensar, en llegar a ser un  partido y parece que aún, ni en sueños, diferente a los otros partidos a los que dijeron  eliminarían.

A ninguno debe darle vergüenza su origen; es más, es razón de orgullo y satisfacción.

En cualquier caso, uno no puede ser diferente a lo que le da origen. Eso no es pecaminoso, ni perversión. Es origen, es autenticidad, pero también es posibilidad de cambio sobre la marcha.

Negar de dónde venimos, por sí solo, no lo desaparece. Si no es lo que deseamos, hay que cambiarlo.

Es así, como dicen las viejitas en el rancho: “Dios no nos dio escoger nacer pobre, pero tampoco nos obliga a seguir siéndolo”.

Urge a todos los mexicanos un cambio radical en la forma de entender el ADN que da origen a Morena.

¿A todos? Claro, porque el ser un movimiento político sobre el cual descansan o se justifican las decisiones que impactan a toda la democracia, las acciones de todas y todos los morenistas deberían proveer congruencia y legitimidad.

Y también en ese sentido, Morena está lejos y por momentos hasta contradictorio a las intenciones de su “compañero presidente”.

No espanta el “acarreo” de votantes. No asusta la “inducción al voto en algún sentido”, al viejo estilo de la democracia dirigida, de la democracia inmadura, de la democracia débil, que en los años 70 justificaba, o lo intentaba, como métodos de ayuda, de motivación a la participación ciudadana.

Nos asusta, eso sí, nos preocupa, que repitan viejas lecciones de la historia política nacional, a la que dijeron sepultarían por sucia, asquerosa e inconveniente para el avance democrático que Morena postula.

Congruencia, sería la sugerencia.

Honestidad, sería la obligación.

Lo que a mí, en lo personal, preocupa es comprobar que se diga lo que se diga sobre una transformación radical, los métodos que se utilicen sean los viejos y por lo visto, aún vigorosos e insustituibles, para intervenir en las decisiones públicas.

Ir a las urnas, es un proceso institucional que no podría ni debería ser substituido ni secuestrado por viejas y antiguas malas mañas.

Y como no podrá ser substituido, así sea por las decisiones “en línea”, lo que queda es cambiar radicalmente al que va a las urnas, darles nuevas razones para ir y fortalecer sus convicciones para hacer lo que en las urnas se debe hacer, libre de presiones, consignas o instrucciones, aunque sean las de “ya saben quién”.

Me resisto a creer esa vox populi que sin rubor nos quiere convencer de que Morena es el nuevo PRI. Por cierto, esa afirmación a ninguna de las dos instituciones políticas permite presunción ni orgullo. Uno por ser el padre. Otro por ser el hijo.

Y preocupa que la democracia nacional camine como ellos, los de la vieja izquierda nos decían… dos pasos para adelante y uno para atrás. ¿O dos para atrás?

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