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jueves, noviembre 21, 2024

El síndrome de los chiles en nogada (Nacho Mier, Loret y Chumel: Retrato de Familia)

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No está mal que Nacho Mier invite a comer chiles en nogada al periodista Carlos Loret de Mola de manera pública, luego de elogiar su rigor periodístico y su profesionalismo.

No está mal, incluso, que le diga que el día empezó a ir mejor desde el momento en que los productores de Loret lo enlazaron con él en su programa radiofónico.

No está mal que Nacho Mier coma en un privado del restaurante El Restauro con el comediante Chumel Torres, a quien trató muy displicentemente, y a quien agasajó con unos chiles en nogada el sábado pasado.

No está nada mal que el líder de la bancada de Morena en San Lázaro sea tan amigable con dos de los personajes a los que el presidente López Obrador —a quien Mier presume como amigo— denuesta y exhibe cada vez que puede.

No está mal que Nacho sea tan tolerante y servicial con quienes todos los días le regalan al presidente columnas o tuits llenos de ácido para él y su familia.

Eso es modernidad —faltaba menos—, y tolerancia.

(Por cierto: ya que andaba en la plaza de Los Sapos no hubiera estado de más que Nacho visitara a Lupita Sánchez de la Vega, mamá de Arturo Rueda, pues todos los días ha dado muestras claras de haber abandonado a quien dirigió el periódico Cambio, parte de la empresa que fue denunciada por Santiago Nieto en su calidad de titular de la Unidad de Inteligencia Financiera).

No está mal que Nacho se siente con los enemigos del presidente.

Ya lo había hecho antes, cuando negoció en lo oscurito con Rafael Moreno Valle, en su calidad de gobernador, toda clase de prebendas, canonjías y convenios para su familia y su periódico, mismo en el que Rueda se burlaba de uno de los hijos del presidente con alevosía y ventaja, pues desde su condición de niño no podía defenderse.

(Nacho argumentaba en favor del libre albedrío cada vez que alguien le hacía notar que su socio no respetaba a la familia del presidente. “No puedo censurarlo porque es periodista”, decía).

No está mal que Nacho…

No está mal.

No es tamal.

No es.

 

Ambas manos. Con Viridiana Lozano no siempre ha sido mier sobre hojuelas.

(Fe de erratas: donde dice “mier” debe decir “miel”).

Hubo una época, como la que he hemos tenido muchos, en que no hubo simpatías, pese a que compartíamos el cariño y la amistad de Selene Ríos Andraca.

Alguna vez me la encontré, haciendo fila ambos, para entrar a una rueda de prensa.

El diálogo fue amable pero áspero.

Digamos que había tensión en la red.

Varios años pasaron para que se rompieran los prejuicios y entráramos en la ruta, por fin, de una probable amistad.

(Digo probable porque en la vida, a veces, algunas cosas suelen ser más improbables que probables. Ya lo hemos visto).

Ahora que hemos dialogado esporádicamente, sé que Viridiana dejó de escuchar cosas horribles de mí.

De entrada: ya no hay prejuicios.

O no tantos.

Supe de su salida de Central, supe de su reinvención periodística, sé ahora del lanzamiento de Ambas Manos.

(Sin reinvención no hay nuevos paisajes).

El nombre de su portal me recordó de inmediato un nombre que me encanta: Ambos Mundos.

(Ambos Mundos es un hotel ubicado en la célebre calle Obispo, en La Habana, donde vivió Ernest Hemingway a su llegada a Cuba. En Obispo arranca una de mis novelas favoritas: Ella cantaba boleros, de Cabrera Infante).

De hecho (oh, coincidencias), nuestro inminente suplemento de temas internacionales —que coordinará Martha Cotoret, editora y amiga) se llamará así: Ambos Mundos.

El caso es que Viridiana —cuyo nombre siempre me recuerda al Buñuel que vivió en México— está estrenando casa.

(Porque eso significa mudarse. Es decir: reinventarse).

Ya desde antes la leía.

Ahora la leeré más y mejor, porque su nueva casa tiene los elementos de los que está hecha una buena reinvención: prisa, pasión, talento, y ganas de mudarse.

(Este lunes ya empezó a compartir la sensación de su nuevo viaje, cosa que se le agradece).

Bienvenida siempre, querida Viridiana.

 

De tamales. El tamal de Abdala está listo.

Y no es de chipilín, como los que se sirven en Palacio Nacional.

Es de estiércol, basura, cloacas.

Que les aproveche a los mapaches.

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