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jueves, noviembre 21, 2024

La literatura se esconde detrás de un número

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El neurocientífico Stanislas Dehaene afirma que el ordenamiento matemático del espacio, el tiempo y la luz, constituyentes esenciales de la realidad exterior, es innato en especies con sistemas nerviosos complejos, como los chimpancés, las palomas, las ratas, los seres humanos. Esto supondría que los primeros caminos ontológicos y fenomenológicos con destino literario fueron pavimentados a base de piedra numérica. En los más remotos vestigios donde se manifiesta una conciencia acerca del acontecer, del paso de la luz en un espacio determinado, existe esta relación atávica, prosaica, entre la necesidad de dejar huella literaria y matematizar el mundo. Pensamientos, percepciones, sensaciones, volición animan los textos literarios, si bien responden a un orden subyacente, de índole numérica. La forma de los guarismos que usamos desde hace tiempo se explica por el número de sus ángulos correspondientes. No en balde la ficción literaria tiene mucho que ver con el ángulo desde donde el narrador arma su relato.

¿Cuándo aprendieron los Homo sapiens a contar objetos, a medir el espacio y el tiempo, a relacionarse con la luz y su ausencia? ¿De qué manera los conceptos de tamaño, magnitud, forma, ángulo, contorno desembocaron en un recuento literario? Contar objetos, personas, animales, plantas, casi al mismo tiempo que relatar historias, surgió hace unos 50 mil años, hasta donde las pesquisas arqueológicas nos permiten saber. Si el lenguaje hablado apareció o no varios miles de años antes que el escrito es una incógnita, pero este misterio nos ofrece claves para pensar que lo primero que aprendieron a desarrollar los antiguos homínidos fue un pensamiento numérico elemental, esto es, reconocieron de manera cuasi natural las diferencias, al mismo tiempo que las similitudes, todo escrito en la mente, o quizá en algún soporte efímero, del que nunca tendremos noticia, pues sucedió mucho antes de lo que las cuevas de Lascaux y Altamira nos permiten atisbar.

Alto y bajo, mujer y hombre, muchos y pocos son datos que enriquecieron el ejercicio matemático, al mismo tiempo que sembraron los elementos primarios del relato literario. Reconocer cinco dedos en cada mano y pie fue, sin duda, un detonador cultural. El concepto de más y menos también es ancestral, incluso en aves como el chorlito, cuya hembra es capaz de notar cuando un huevo, que antes estaba en el nido, ahora ya no está, poniendo en marcha una estrategia para suplirlo. Las hienas aprenden a distinguir comida en trozos de pares y nones. Sin embargo, no parece que tengan necesidad de desarrollar habilidades numéricas más complejas, ni se han encontrado pruebas de que intenten hacerlo de manera consciente, estética.

No es descabellado suponer que entre los antiguos homínidos, al informar sobre el número de jabalíes que habían cazado, por ejemplo, hubo quienes se entusiasmaron y aderezaron el informe numérico con un relato personal, una proto ficción. La mezcla estaba hecha. ¿En qué momento preciso? No lo sabemos, pero conforme las sociedades se hicieron más complejas, mayor necesidad hubo de recurrir a las nacientes matemáticas, mientras se gestaba un gusto estético por contar historias, alrededor de preguntas elementales: ¿Cuántos viven entre nosotros? ¿Qué cantidad de alimento se requiere para su manutención? ¿Sabemos el número de los que pueden cazar, cuántos saben cocinar? Incluso, querrían saber cuán populosa era la tribu rival, entre otras cosas, para chismear y elucubrar cuentos sobre ella.

Una manera rudimentaria de contar se hace con palitos, asignando uno a cada objeto contable. Esto potenció el pensamiento numérico, el cual estaba corriendo paralelo al nacimiento de la agricultura y, más tarde, al comercio. Se han encontrado restos de hueso de lobo, cuya antigüedad data de unos 30 mil años, en los que se ven líneas marcadas con un objeto punzante en grupos separados de manera intencional por la mano de un homínido. Semejante sistema de correspondencias uno a uno quizá fue la semilla que permitió germinar el pensamiento matemático, mirar el tiempo como un número y, por ende, acotar la literatura que se escribiría con el transcurrir de los siglos. También se han encontrado estos utensilios para llevar cuentas hechos de madera. En 1960, en la región africana del Congo, se halló una fíbula de babuino, que presenta marcas talladas intencionalmente con una antigüedad de unos 20 mil años. Es el llamado hueso de Ishango.

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