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viernes, noviembre 22, 2024

Dos caminos para ser gobernador de Puebla

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Sólo hay dos rutas en la puja por la sucesión en Casa Aguayo: quedarse sentado esperando la “pinche señal” o salir a hacer precampaña por todo el estado.

La primera es más cómoda, pues no hay que moverse ni despeinarse.

Basta con filtrar de pronto algunas fotos, promoverse a través de columnas periodísticas y utilizar los fines de semana para reunirse con grupos de poder.

La segunda es puro riesgo, ya que implica renunciar al cargo —cualquiera que éste sea—, administrar el presupuesto —toda precampaña cuesta dinero— y convertirse en un judío errante que cruce el estado en todas direcciones.

Mario Marín Torres fue el candidato ideal, aunque haya sido el peor gobernador en la historia de Puebla.

Supo entender los tiempos como nadie.

(Los leyó perfectamente).

Y convirtió una aventura en una certeza.

La siguiente historia es absolutamente real y está armada con base en los testimonios de los protagonistas.

La comparto con el hipócrita lector en aras de desentrañar la arqueología de la sucesión en Puebla.

 

Las rutas. Prácticamente ya sin candidatos a sucederlo —Rafa Cañedo había muerto y Carlos Alberto Julián Nácer había perdido la alcaldía—, el gobernador Melquiades Morales se reunió con algunos de sus más cercanos colaboradores para analizar el escenario.

El encuentro fue en Casa Puebla, y al llamado acudieron Beto Ochoa, secretario de Turismo y gran amigo suyo; Héctor Jiménez Meneses, secretario de Gobernación, y el periodista don Gabriel Sánchez Andraca. Los convidados empezaron por aceptar que el tema se había complicado y que el alcalde Mario Marín le llevaba ventaja a cualquier otro que pudiera surgir.

—Yo soy de la idea, querido Melquiades, que habría que cerrar filas con Marín. Es un buen hombre. Lo conozco desde que era secretario particular de Memo Pacheco. Nos podría dar garantías —dijo Beto Ochoa.

—¿Marín? No, Beto. ¿Cómo se te ocurre? En cuanto pueda nos va a destruir. A mí particularmente. Diría el Maestro Pachón: “con los enemigos no vayas ni a la esquina” —asentó el gobernador.

—Es un buen hombre. Viene de abajo, Melquiades. Sabe lo que es la lealtad y el agradecimiento —insistió Ochoa.

—No, Beto. ¿No has visto cómo todos los días quiere competir con el gobernador en los medios? Todos los días me disputa las cabezas de ocho columnas. ¿Cómo va a ser nuestro amigo si por su culpa Carlos Alberto perdió la presidencia municipal? —dijo nervioso don Melquiades.

—Pues si no es Marín, tendría que ser Germán Sierra —acotó Ochoa.

—Si usted me permite, señor gobernador, yo creo que habría que buscar rostros nuevos. Ahí tiene usted al doctor Rafael Moreno Valle. Es un hombre muy preparado y con un gran potencial político —señaló Jiménez Meneses.

—¿Tú crees, Héctor? Podría ser. El doctor ha creado un grupo interesante —aseveró el gobernador.

—¡Ahí sí me van a perdonar, pero no estoy de acuerdo! —terció Ochoa—. Moreno Valle ve sólo por el Grupo Finanzas. Él sí nos va a dar una patada en el trasero. No es confiable. Nació en pañales de seda. Se siente bordado a mano.

—Lo que pasa es que no lo quieres, Beto —dijo entre risas el gobernador—. Le tienes mala fe.

—En esto tienes que ser pragmático, camarada — le dijo don Gabriel a Melquiades—. Yo creo que Germán es, de los aquí mencionados, el que podría garantizar lealtad y continuidad. No veo una ruptura con él.

Todos los días, el gobernador le daba vueltas a los prospectos. Veía de lejos a los tres y no se decidía por ninguno. Los emisarios de los grupos no descansaban y operaban en corto en aras de destrabar la decisión. Julián Nácer empezó a hablarle muy bien de Moreno Valle. Fer Morales, hijo del gobernador, abonaba día y noche por Marín. Otros más destacaban las cualidades del senador Sierra. Melquiades hizo tres cosas: a Germán le dijo en una comida privada que empezara a prepararse y que esperara la señal sin mover un dedo. A Moreno Valle le dio instrucciones precisas de promoverse en el interior del estado. Y a Marín lo invitó a cenar en Casa Puebla. Los primeros minutos, Fer los acompañó en la mesa y no perdió la oportunidad, entre risas, de promover a su amigo. “¡Es la primera vez que me siento con dos gobernadores! ¡El que ya es y el que va a ser!”, exclamó. Ni Melquiades Morales ni Marín se rieron. “Fer siempre ha sido muy impulsivo, licenciado. No ha entendido que en política nunca hay que decir lo que uno piensa”, señaló el anfitrión.

Ya sin Fernando, los dos hombres charlaron ampliamente. Hablaron del presidente Fox, de las gubernaturas convertidas en virreinatos, del alcalde electo Luis Paredes.

—¿Qué tiene pensado hacer ahora que deje la presidencia municipal, licenciado?

—Todavía no lo sé, señor gobernador.

—¿Por qué no se viene a mi gabinete como secretario de Educación Pública?

Ah, caray. No lo había pensado.

—Lo vamos a tratar bien. Tengo planes muy ambiciosos en materia educativa. Quiero seguir detonando los centros escolares como los que florecieron en la época de don Rafael Ávila Camacho.

—Le agradezco de antemano, señor gobernador, pero le voy a tener que decir que no.

—Entonces abra su notaría. Puebla necesita notarios como usted.

La cena terminó sin compromisos. Marín habló con Valentín Meneses saliendo de Casa Puebla y le dijo que ahora más que nunca sabía que podría ser gobernador sin el apoyo de don Melquiades, y que si no ahí estaba el plan B con Andrés Manuel López Obrador.

—Él ve con buenos ojos que yo sea candidato a Casa Puebla por el PRD. Voy a verlo la próxima semana.

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