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viernes, noviembre 22, 2024

El buen humor del presidente y del gobernador

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El estado de ánimo es una señal brutal en la política mexicana. 

Si un presidente o un gobernador anda triste, dubitativo (metido demasiado en sus pensamientos), es muestra inequívoca de que las cosas andan mal. 

Recordemos, por ejemplo, a José López Portillo en el 82, cuando en medio de la peor crisis financiera de la época—la devaluación a todo lo que daba, el país sumido en la rabia y en la desesperanza— nacionalizó la Banca y, entre lágrimas, les pidió perdón a los pobres de México. 

¿Y qué tal Mario Marín en plena crisis del caso Cacho? 

Refugiado en el interior del estado por las mañanas—“ahí nadie me reclama nada”—, y horas después, en Casa Puebla, matando la tarde con sus amigos y sus cómplices. Todos, faltaba más, montados en el potro del alcohol. 

El buen humor del presidente López Obrador y del gobernador Barbosa son sintomáticos. 

Las cosas para ambos van de lo mejor. 

Pese a la propaganda cotidiana en contra, el presidente sigue cuadrando el círculo que se planteó desde el primer día. 

Su habilidad para salir adelante, y el blindaje histórico que tiene, lo hacen estar optimista ante el futuro. 

Y algo más: con la agenda nacional en sus manos. 

Todos los días desquicia a la oposición, ésa que se mueve en su propio fango sin brújula y sin catalejos. 

En Puebla, en tanto, el gobernador continúa metiendo orden en los temas prioritarios: la seguridad pública y el combate a la corrupción. 

A la par de eso, sigue inaugurando carreteras, enfrentando lo que queda del Covid y reformando las instituciones. 

Al presidente y al gobernador les han diagnosticado decenas de catástrofes de todo tipo. 

Y ambos se desayunan a sus críticos, quienes no aciertan una sola. 

En el tema de la sucesión parecen ir de la mano. 

No hay diferencias que parezcan dividirlos. 

Intentos de polarización han habido muchos. 

Todos, sí, han fracasado. 

La naturaleza de ambos los tiene trabajando horas extras en lo que ya está encima: el futuro electoral. 

Mueven sus piezas como los jugadores de ajedrez de Borges. 

Trazan sus escenarios. 

Apuestan por sus aliados. 

Su estado de ánimo habla de que las cosas marchan bien para los dos. 

Mejor que nunca. 

Sus erráticos críticos pueden seguir chillando. 

Tienen derecho al pataleo. 

Faltaba más. 

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