Alejandro Armenta era el hijo de Javier López Zavala.
Hijo político, quiero decir, desde la metáfora acuñada por el priismo.
Javier, en tanto, lo fue de Mario Marín.
Éste lo fue de Manuel Bartlett.
Desayuno en Casa Puebla en vísperas de la designación de Zavala como candidato a la gubernatura.
Miércoles 15 de julio de 2009.
Frente a los platos de chile con huevo verde y chilaquiles con arrachera, el gobernador trazó una sucesión a modo —que terminó por fracasar— que incluía a quien entonces era dirigente estatal del PRI: Alejandro Armenta Mier.
Primero Zavala, luego Armenta.
Y ya encarrerados: Mario Marín hijo.
Ya lo sabemos: el sueño de la sucesión engendra monstruos.
A Zavala lo elogió desmedidamente en los términos habituales: gran operador, más poblano que muchos que nacieron aquí, cercano a la gente, popular, iridiscente, carismático, amigo del pueblo…
De Armenta destacó que era un hombre leal, amigable, popular.
Y dijo más: “Me recuerda a mí cuando desde el PRI ganamos 15-0 en 1997”.
Y trazó otro escenario: el suyo propio.
Un escenario trastocado por una orden de aprehensión, un período de prófugo y, al final, una celda en la cárcel de Cancún.
Dijo Marín:
“Lo que yo quiero hacer ya que termine mi gobierno (con Zavala en la gubernatura y Armenta en la antesala) es crear una fundación que ayude y oriente a los jóvenes en temas como el liberalismo. Claro que pienso seguir en la política, pero desde mi fundación: ayudando, orientando a los jóvenes”.
Ufff.
Palabras sabias que no encontraron eco en el futuro voluble.
Todo se movió de su lugar.
Zavala no ganó la elección.
Armenta no fue el delfín de éste.
Mario hijo se exilió en Austria.
Marín padre fue detenido.
Armenta renunció al PRI y se fue a Morena.
Zavala duerme entre los peces gordos.
Qué desastre.
La política se vuelve así cuando la cabeza está fuera de sí, dijo —palabras más, palabras menos— el gobernador Miguel Barbosa.
Si la cabeza está mal, el cuerpo estará mal.
Y en ese cuerpo habitaron, en habitaciones contiguas, Zavala y Armenta.
Las fotos y los videos los muestran juntos.
Uno detrás del otro.
Siempre sonrientes.
Seguros de que la revolución marinista los llevaría al poder.
¿Cómo hubiese sido Puebla en ese escenario?
Un rancho grande con mixiotes y barbacoa para todos.
Un día de campo permanente.
La Hora del Amigo durante más de un sexenio.
Una fiesta sucedería a otra.
La borrachera del poder habría sido uno de los lemas de gobierno.
Pero el sueño fracasó cuando Marín mandó a la cárcel a Lydia Cacho.
¿Dónde quedaron todos?
Veo una foto que en su momento fue festiva:
En el Salón Country, de San Manuel, se ven de izquierda a derecha Arturo Rueda, Moreno Valle, Zavala, Mario Marín, Armenta, Víctor Hugo Islas, Carlos Talavera…
Unos están en la cárcel, otro en el camposanto.
Y uno, Armenta, en la antesala de algo que no quiere decir su nombre.
El poder, el poder…
¡Ah, el poder!