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jueves, noviembre 21, 2024

El nacimiento de la mecánica cuántica en un tarro de cerveza

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Gerardo Herrera Corral*  

En noviembre próximo se cumplirá el sexagésimo aniversario de la muerte de Niels Bohr. Habrán pasado, también, cien años desde que el gran físico danés obtuviera el Premio Nobel por el desarrollo de un modelo de átomo que sigue siendo útil y aún forma parte del programa educativo en escuelas de todo el mundo. 

Diez años después de que su trabajo fuese reconocido con el mayor galardón de las ciencias, la cervecería Carlsberg le proporcionó una casa contigua a la fábrica, la cual acabaría siendo un emblema en la historia de la física. Allí se agruparon alrededor de Niels Bohr los físicos que construirían la mecánica cuántica. Algunos de ellos se refugiaron en ese sitio durante la Segunda Guerra; expusieron, discutieron y reflexionaron sobre las ideas que marcarían el siglo XX y en adelante. Durante mucho tiempo se dijo que la empresa había montado la tubería necesaria desde la fábrica hasta la cocina de la casa, donde se instaló un grifo típico de taberna que proveía a sus inquilinos y visitantes, sin interrupciones, el preciado líquido. Sin embargo, el director del archivo Niels Bohr, asociado al Departamento de Educación en Ciencias de la Universidad de Copenhague, Christian Joas, ha desmentido la anécdota, aunque afirma que el genial físico sí contaba con entrega gratuita y diaria de cerveza. Durante los treinta años en que vivió en dicha casa, desde 1932 hasta su muerte, en 1962, nunca faltó a la mesa un buen vaso de “la mejor cerveza del mundo, probablemente”, como reza su lema.  

Hijo de Niels, Aage Bohr, también obtuvo el Premio Nobel de Física, éste en 1975.

Esta empresa fue fundada por el filántropo danés, Jacob Christian Jacobsen, amante del arte y la ciencia. Así, mandó montar laboratorios de química y fisiología, donde se consiguió aislar levaduras aún utilizadas en la elaboración de la cerveza clara. En una de ellas incluiría el nombre de su hijo Carlos, Saccharomyces carlsbergensis. En ese pequeño centro de investigación se definió el potencial de hidrógeno, conocido como Ph, mediante el cual se mide la concentración de iones de hidrógeno en una sustancia para darnos una medida de la alcalinidad o acidez. También se hicieron importantes estudios de aminoácidos, proteínas y enzimas. Jacobson habitó esa residencia, en ese entonces localizada en las afueras de Copenhague. Su testamento estipulaba que, después de su muerte, la heredaría su hijo, Carl, y al fallecer éste y su esposa, debería ser “puesta a disposición de un hombre o mujer que mereciera la estima de la comunidad por sus servicios a la ciencia, la literatura o el arte, o bien por alguna otra razón”, de acuerdo con un documento en poder de la Universidad de Copenhague. 

Se convirtió en el primer danés en ganar el Nobel, y fue elegido para ocupar la residencia honorífica cuando murió su anterior inquilino, el filósofo Harald Hoffding. Aage Bohr, hijo de Niels, también ganaría el Premio Nobel, en 1975, y sería director del Instituto, luego del deceso de su padre. 

Niels Bohr fue privilegiado en muchos sentidos. Su padre era un prestigioso fisiólogo de la universidad, miembro de la Academia Real Danesa de Ciencias y Letras, así como del Consejo de la Fundación Carlsberg. Se dice que fue esta fundación la que pagó los gastos de la estancia posdoctoral que Bohr realizó en Cambridge y Manchester para trabajar con los notables físicos J. J. Thomson y Ernst Rutherford. Fue cuando construyó su modelo del átomo.  

Más tarde se convirtió en figura central durante el turbulento periodo en que nacieron las ideas de la mecánica cuántica. Junto con Max Born y Werner Heisenberg construyó la interpretación de Copenhague, una manera de ver y entender la física naciente, y que, hasta la fecha, sigue siendo tan controversial como verificada por los experimentos propuestos para desbancarla.  

La fundación Carlsberg también apoyó a Bohr con donativos sustanciosos que le permitieron comprar equipos de laboratorio, solventar estancias de invitados, organizar reuniones científicas y hacer viajes de trabajo. 

Hoy, la casa ya no sirve como vivienda de prestigiados científicos, escritores o artistas. Desde 1995 funciona como sede de la Academia. Uno de los pisos se utiliza para llevar a cabo diversas conferencias.  

Niels Bohr acostumbraba a decir: “Lo contrario de una verdad no siempre debe ser una mentira, también puede resultar en una profunda verdad”. Siguiendo semejante línea de pensamiento podríamos decir que el mito del grifo y la inagotable cerveza nos conduce, por el contrario, a una profunda verdad: la cervecería Carlsberg siempre mantuvo un cauce que proporcionó más que cerveza al desarrollo de la ciencia, cuyas repercusiones se sienten hasta nuestros días. 

 

PARA CONOCER MÁS: Copenhague, la obra  

La trama transcurre en 1941, cuando Dinamarca se hallaba bajo el dominio del Tercer Reich. Un incierto encuentro entre dos hombres y la esposa de uno de ellos en la capital Copenhague influiría sobre el curso de la guerra; tal vez incluso cambiaría para siempre el destino de toda forma de vida. Werner Heisenberg, una de las mentes más rápidas y concentradas de Occidente, era el jefe del programa nazi para el desarrollo de una bomba atómica. Niels Bohr, su maestro años atrás, tenía fama de ser lento y difuso, no obstante gozaba de la mayor reputación en la física moderna. Heisenberg trata de convencer a Bohr de ayudarlo a fabricar la primera bomba atómica para Alemania. Dado que la casa está llena de micrófonos espías, Bohr invita a su alumno a pasear por el jardín. Nadie sabe de qué hablaron. El dramaturgo y novelista británico, Michael Frayn, recrea esos momentos. Lo que sabemos es que Heisenberg dejó Copenhague meditabundo, mientras que Bohr se puso en contacto con la resistencia danesa y esa misma noche voló en un accidentado viaje a Estados Unidos, a fin de advertir a Oppenheimer y a Einstein de que los nazis estaban muy cerca de lograrlo. 

La casa de Bohr fue el otro lado del espejo que Alicia siempre había querido mirar. Con un solo truco (la mecánica cuántica), un gato (el del Schrödinger) y un principio (el de incertidumbre ideado por Heisenberg) podía verse, al mismo tiempo, en ambos lados de la escalera del universo, hacia lo muy pequeño y hacia la astronómicamente grande. Todo lo que conocemos sobre el comportamiento de los ladrillos fundamentales que nos constituyen y articulan lo que hay a nuestro alrededor se gestó en torno de la figura de Bohr. Dice el mismo Heisenberg en la obra, “pero usted, mi querido Niels, es considerado el Papa de la física”, a lo que Bohr responde: “Ah, ¿en ese caso Albert Einstein es Dios?” (CCh). 

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