Acabamos de conmemorar el 15 de mayo, Día del Maestro, una celebración instituida en México por Venustiano Carranza y que, sin duda, es una tradición. Una oportunidad para reconocer que en la actualidad esta labor es fundamental para propiciar el desarrollo humano y la construcción de un sentido social, un momento para admirar a quienes han sido o son parte del magisterio por vocación y se han convertido en ejemplo para sus estudiantes, un buen pretexto para aproximarse a la comprensión del alto perfil profesional requerido para estar frente a grupo y la evaluación de las condiciones en las que suceden los procesos educativos.
El Día del Maestro es una fecha para hacer una pausa y advertir, por qué no, que el universo personal de un docente está lleno de retos y desafíos, cambios sucesivos en las políticas públicas y en los programas educativos, no pocos imponderables y algo de incomprensión; pero también hay sueños, ilusiones, aprendizajes, proyectos y programas, reflexiones profundas y un sinfín de satisfacciones que valen la vida… ¿Pero a qué precio? Esa es otra historia.
Esta ocasión, la víspera de la celebración me encontró leyendo El docente y la mediación de los nuevos capitales culturales en la educación terciaria. Desde el enfoque de la agencia académica, un libro escrito por Sandra Castañeda Figueiras, Eduardo Peñalosa Castro y Rodrigo Peña Durán, Editado por la UAM en 2021. El trabajo responde a tres problemas, a saber: 1) la visión de la educación tiende a ser reduccionista, 2) las herramientas de las ciencias del comportamiento no han sido incorporadas en la práctica y 3) se requiere una teoría más amplia para entender y evaluar el aprendizaje académico profesional, así como métodos e instrumentos para su desarrollo.
En consecuencia, este libro –con un enfoque predominantemente cognitivo– pretende ayudar a los académicos a desarrollar la relación aprendizaje enseñanza para construir micromundos que contribuyan a la formación de los estudiantes, lo que implica, por un lado, superar la “rigidez” de algunos profesores y los “programas asignaturistas, que dificultan la integración de contenidos e impiden la trasferencia de lo aprendido a contextos aplicados” y, por otro lado, “fomentar capacidades cognitivas, metacognitivas y de autorregulación” que requieren los futuros profesionales motivados.
Está claro que el maestro es el enlace entre el currículum y los estudiantes, lo que supone el conocimiento que el enseñante tiene de los estudiantes y de lo que deben aprender, la confianza absoluta en la construcción dirigida de aprendizajes complejos, significativos, memorables, poderosos y útiles, así como la capacidad para modelar en los aprendices el establecimiento de objetivos y metas, su monitoreo y el control de los procesos. Los autores se refieren a la educación universitaria, pero vale también -en grados diferentes- para otros niveles educativos.
O sea, más que “dar clase” o “dictar cátedra”, la práctica profesional de un académico educador, como señalan Castañeda, Peñalosa y Peña, implica entre otras tareas “identificar y teorizar sobre atributos del aprendizaje”, “fomentar en los estudiantes la agentividad académica”, “generar evidencias sólidas que orienten qué y cómo transformar lo requerido” y “derivar tecnología” (para evaluar y diseñar experiencias).
Vale la pena señalar que por agencia académica los autores entienden “un fenómeno complejo en el que confluyen múltiples componentes en los que se articulan tanto la intención para lograr un resultado como los conocimientos, las habilidades y las conductas necesarias para hacerlo y, desde luego, el resultado en sí mismo”, o dicho de otra manera, la agentividad académica es un constructo que nos recuerda que la educación, en tanto actividad humana, es una acción situada, consciente, deliberada, intencionada y voluntaria. Es la instancia que permite a los involucrados darse cuenta si los resultados producidos en cada episodio de aprendizaje corresponden o no a las metas previamente decididas.
En este sentido, la solución de problemas, la gestión de proyectos y el análisis de casos pueden ser métodos adecuados para discriminar entre el conocimiento inerte y el conocimiento útil para la vida. Lejos, muy lejos, estamos de los tiempos en que el maestro era la fuente privilegiada de información en el aula y cuyo trabajo era transmitir datos valiosos. Ahora, se espera que estimule en los estudiantes “una disposición favorable para el aprendizaje” de modo que los aprendices sean “proactivos, e independientemente de la situación, sean capaces de generar sus propios entornos enriquecidos”, que acompañe a los alumnos en la construcción de sus propias estrategias, en la construcción de su epistemología personal, así como en el fomento de la motivación y el fortalecimiento de la voluntad. Y por supuesto, que diseñe, calibre y valide pruebas de evaluación.
Así, a este esbozo de la actividad docente se pueden añadir los contenidos disciplinares indispensables y todos los temas transversales que se consideren irrenunciables y urgentes: educar para la paz, educar para la sostenibilidad, educar para la ciudadanía digital, educar en la cultura de la legalidad para la equidad y la justicia, educar para el adecuado manejo de las finanzas personales, educar para el emprendimiento…
Parece que es tiempo de reconocer que también estamos lejos, muy lejos, de los tiempos en los que el trabajo del maestro era una faena individual. La acción profesional eficaz del docente, como señalan los autores, “implica trabajar en equipos multiprofesionales, altamente dinámicos, creativos e innovadores, capaces de definir problemas mal definidos, ubicar e integrar los avances del saber para imaginar y diseñar posibles soluciones y desarrollar capacidades adaptativas, intelectuales, emocionales y sociales, frente a retos que son complejos y cambiantes”.
Pero mientras los que tienen que entenderlo lo entienden, porque no es cosa menor cambiar todo lo que hay que cambiar, les cuento que el primer capítulo del libro desarrolla el marco teórico. El segundo capítulo incluye definiciones, operaciones y reactivos psicométricos integrados a un modelo de competencias para la agencia académica. El tercer capítulo es una guía sobre la enseñanza estratégica al servicio de la mediación académica. El cuarto capítulo aborda los factores implicados en las habilidades de aprendizaje enseñanza para la formación de estudiantes agentivos. Son poco más de 250 páginas de un texto académico, riguroso pero muy ameno, que se leen rapidísimo y que con gusto les compartiría, pero no quiero extenderme.
En las conclusiones, los autores manifiestan el deseo de que esta visión teórica y los instrumentos que se comparten no se limiten a una discusión que abone a una mejor comprensión de la realidad educativa, lo cual ya sería bueno, sino que mejoren la práctica docente de los lectores en sus contextos académicos inmediatos, lo que sería ideal. Reconocen también que la tarea no es fácil ya que “exige que el profesor practique, transforme y reflexione sobre lo que hace, cómo lo hace y por qué lo hace”. Sin duda.
¿Cómo no felicitar a las maestras y a los maestros en su día si no es poco lo que se les pide cada día? ¿Cómo no reconocer a quienes conservan sus ideales y mantienen una actitud entusiasta? ¿Cómo no agradecer a quienes diseñan experiencias de aprendizaje bien planeadas? ¿Cómo no animarles a que sean siempre ejemplares?