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jueves, noviembre 21, 2024

Presentan “La Desilusión de Dios“ y la obsesión de Selene Ríos por la pederastia de un sacerdote

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Cuando Selene Ríos Andraca conoció el caso Nicolás Aguilar Rivera –un sacerdote que por más de treinta años cometió abuso sexual en contra de más de una centena de menores de edad en México y Estados Unidos– el nombre de él no dejó de pasar por su cabeza hasta que en 2006 dio con su paradero. Lo encontró gracias a dos sacerdotes, en un municipio del estado de Morelos y publicó en un medio local de Puebla que Nicolás Aguilar se encontraba en esa entidad desde 2005 por recomendación del padre Gilberto Anaya, un amigo muy cercano, para oficiar misas los días domingo. 

Esa primera publicación sólo despertó en Selene Ríos una obsesión por documentar todo el pasado de Aguilar Rivera y sus pasos subsecuentes en Puebla y Morelos, llevándola a entrevistar a sobrevivientes de los ataques y recopilar tanta información que –desgraciadamente– no podría ser utilizada por autoridades en el caso, cuenta José Sánchez Carbó, asesor de tesis, en la presentación de La Desilusión de Dios, obra póstuma de la periodista fallecida en 2016. 

“Una parte importante de la investigación no podía ser utilizada como evidencia puesto que, como en todos los casos de graves injusticias en los que están involucradas autoridades del más alto nivel, en este caso religiosas y criminales, se implementan estrategias de encubrimiento destinadas a ocultar y negar el acceso a la información”, dijo Sánchez Carbó. 

Este freno en búsqueda de justicia para los sobrevivientes motivó a la periodista a darle vida a La Desilusión de Dios, una novela que relata uno de los casos de abuso sexual más socas –que ha llegado incluso al cine–, relatar los testimonios de víctimas sobrevivientes, y exhibir las redes de complicidad y corrupción para mantener en la impunidad entre los responsables. 

Pero las lagunas informativas generadas por la negativa en el acceso a la información fueron cubiertas por Selene Ríos en un recurso literario poco utilizado en el periodismo poblano: la ficción, como herramienta para presentar hipótesis dentro de toda la historia, entrando en el terreno de la “literatura de lo real”. Allí la periodista da cuenta de la trayectoria de Nicolás Aguilar, las artimañas con las que se acercaba a los niños, el sufrimiento y dolor de los sobrevivientes, las redes de complicidades que permitieron que un depredador sexual operara por más de 30 años, así como la corrupción dentro de la iglesia para el lavado de dinero. 

Alfredo Figueroa Fernández, exconsejero electoral del Instituto Federal Electoral (IFE) y amigo cercano a la periodista, recuerda a Selene Ríos y su obsesión con los casos de injusticia, y cómo una carta de ella por una publicación sobre el entonces gobernador Mario Marín Torres sobre una reunión con miembros de la iglesia los acercó. 

“Conocí a Selene en aquella carta. Y entendí muy bien desde entonces una pasión desbordada, que yo diría que es producto esta obra de una obsesión particular, como todas las cosas fregonas que hizo Selene en toda su vida, una obsesión por contar, una obsesión por salir”, relata Alfredo Figueroa, recordando la prosa de la periodista, de su forma desgarradora de escribir, en un estado donde las cúpulas sobresalen entre los techos y entre sus principales atractivos está la Capilla del Rosario. 

Pero, para Isidoro Ríos, padre de Selene Ríos, el tema de la obsesión no es algo nuevo que describa la pasión y dedicación que tenía su hija con cada uno de los proyectos que emprendía. 

Conocida de forma equivocada como precoz e inquieta, Selene evidenció su obsesión desde pequeña cuando dejó el segundo año de kínder para ir al mismo tiempo que su primo a la educación primaria; en secundaria reflejó su ojo crítico con discusiones con los maestros y compañeros; la natación, el ciclismo y basquetbol fueron parte de sus obsesiones en la juventud. 

“Ella siempre buscaba la atención. No tan solo de sus padres, de sus hermanos, sus amigos, sus compañeros de escuela. Era una niña muy inquieta y una joven mayor todavía más inquieta, irreverente, explosiva, discursiva en algunos casos, pero siempre buscando el conocimiento”, recuerda Isidoro, reconociendo que esos mismos atributos los trasladó a su trabajo periodístico, que vio reflejados en sus creaciones, Periódico Central, y La Desilusión de Dios, que inmortaliza la obsesión de Selene.

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