Pensemos en una persona común, que nace en el seno de una familia mexicana de escasos recursos en alguna de las tantas comunidades marginadas de este país, crece con carencia y pocas opciones de progreso.
De repente en su vida, de por sí azarosa, irrumpe la violencia de las calles de su barrio, el acoso de los que se adueñan a la mala de toda posible oportunidad de tener un futuro mejor. No le queda más opción que huir a Estados Unidos, en busca de una vida, no diría mejor, sino menos mala.
Llegar a la “tierra de la esperanza”, se vuelve un suplicio, sin embargo, rodeado de abusos, extorsiones e incertidumbre, logra colarse en un País donde la gente y el idioma no le dan la bienvenida, por el contrario, le desprecian a pesar de que lo único que llega a hacer es trabajar, para que esa gente extraña tenga qué comer y donde vivir; para evitarles incomodidades y estar a su servicio, limpiando, cocinando y ejerciendo labores de cuidado.
Transcurren los días y no hay más que trabajo y cansancio, también nostalgia del lugar al que sí pertenecía pero que tampoco la arropó; transcurren los días y la persecución arrecia; transcurren los días y empieza la deshumanización pues ya no tiene nombre, ahora es solo un adjetivo como “ilegal, criminal y fugitivo.”
Así es la historia de miles de compatriotas que cruzan la frontera en busca de oportunidades de trabajo que les permitan salir adelante y ayudar a los seres queridos dejan atrás, sin embargo, la retórica xenofóbica del presidente Trump ha generado que los migrantes sean vistos como un riesgo para la seguridad social y laboral de los estadounidenses.
La crisis migratoria no solo afecta a quienes buscan una vida mejor, sino que también tiene profundas implicaciones en la relación entre Estados Unidos y México, dos países que comparten una historia de interdependencia.
De las primeras decisiones que tomó el presidente Trump, al asumir su nuevo mandato fue endurecer las políticas migratorias que buscaban frenar el flujo de inmigrantes, especialmente de Centroamérica y México, así como deportar a todos aquellos que estén ahí de forma “ilegal” a pesar de que los migrantes sean una de las mayores fuerzas productivas del país vecino.
Además la administración Trump introdujo la política de “Permanecer en México” que requería que los solicitantes de asilo esperaran en México mientras se procesaban sus solicitudes. Esta política fue criticada por organizaciones de derechos humanos, que argumentaban que exponía a los migrantes a peligros significativos en el lado mexicano de la frontera. La implementación de esta y otras políticas generó un aumento en la tensión entre los dos países, ya que México se vio presionado para actuar como un “tampón”; y contener a miles de migrantes en la frontera con todos los problemas que ello implica.
Toda esta situación era sin duda una bomba de tiempo que terminó por estallar el pasado seis de junio con violentas protestas en la ciudad de Los Ángeles tras las redadas de migración de ICE (Servicio de Control de Inmigración y Aduanas por sus siglas en inglés), lo que desencadenó una disputa entre funcionarios de ambos gobiernos (México y USA), el panorama no es alentador y esta crisis pinta para empeorar, pues este miércoles la Secretaria de Seguridad norteamericana, Kristi Noem, acusó a la Presidenta Claudia Sheinbaum de alentar las protestas violentas en Los Ángeles. Esperemos se logre un acuerdo diplomático entre ambos países por el bienestar de nuestros compatriotas a quienes les enviamos todo nuestro apoyo y solidaridad.