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viernes, junio 6, 2025

Hugo Aguilar: el “síndrome de Juárez”

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La historia de México, especialmente en lo que respecta a la relación entre los pueblos indígenas y la justicia, ha sido un vaivén entre la inclusión simbólica y la exclusión real. Benito Juárez, indígena zapoteco que llegó a presidir la Suprema Corte y luego la República, encarna esta paradoja. Su ascenso representó un logro notable para la igualdad formal en un país que apenas construía su Estado-nación, pero también instauró un modelo en el cual los pueblos originarios fueron vistos como objetos de tutela, no como sujetos plenos de derechos.

Este “síndrome Juárez” sigue pesando sobre el México contemporáneo. A pesar de que las reformas al artículo 2º constitucional, a principios de este siglo, reconocen a los pueblos indígenas como actores colectivos con autonomía y sistemas jurídicos propios, su implementación sigue siendo una lucha constante.

Hoy, la inteligencia política de López Obrador y su decisión de consolidar un nuevo periodo histórico a través de la Cuarta Transformación redefine símbolos y paradigmas. La 4T se inscribe en la legitimidad originaria del pueblo, un ideal heredado de Juárez. El retorno a líderes comunitarios es una apuesta por el entendimiento, el mandato y el servicio. “El pueblo manda”, dice él; “el líder encauza y acomoda”, añadiría yo.

En este contexto, la Suprema Corte se halla en una encrucijada. La posible presidencia de Hugo Aguilar, indígena mixteco y ministro cercano al presidente, es un hecho simbólico de gran calado. Aguilar puede convertirse en el agente de un cambio auténtico: llevar a la Corte hacia el respeto real al pluralismo jurídico y a la justicia intercultural. Pero también está bajo la sombra de la política. Su cercanía con López Obrador lo coloca entre la autonomía judicial y la lealtad partidista. Aquí reaparece el “síndrome Juárez”: inclusión simbólica con riesgo de exclusión práctica, según la distancia que se tome respecto al poder.

Los nuevos ministros provienen de la actual fuente de poder. Incluso concediendo el beneficio de la duda, su origen incluye inevitablemente la influencia del presidente, al menos como un oráculo moral y político. Las intenciones son claras: la campaña contra el Poder Judicial, que buscó justificar la renovación de jueces, magistrados y ministros, ahora se enfrenta a un dilema. Cuatro ministros anteriores siguen en funciones. Democratizar su elección podría legitimar la justicia, pero también someterla a la volatilidad electoral y a la politización, erosionando su independencia.

En la historia constitucional mexicana, Juárez sigue siendo una figura insustituible. Su lucha contra los conservadores y su liberalismo son íconos del valor y la definición nacional en tiempos difíciles. Fue símbolo de inclusión, pero también recordó las limitaciones estructurales del sistema. Abrió la posibilidad de que un indígena alcanzara las más altas esferas del poder.

Hoy, otro indígena podría presidir la Corte, aunque no necesariamente la República. Son símbolos, signos y estrategias que consolidan el pensamiento de una mente admirable que, desde Palenque, extiende los hilos de la Cuarta Transformación. No importan tanto los costos sociales de la forma —nos dicen—, porque lo esencial está en el fondo: en los objetivos. Es un esfuerzo enorme, sin duda brillante, pero aún es solo eso: un esfuerzo. Aunque Reyes Heroles decía que “la forma es fondo”, y por ello, las dudas y recelos de muchos deben ser considerados, especialmente cuando el proceso no fue lo que debería haber sido. Pero, sin embargo, ocurrió.

México se encuentra en un momento decisivo. Es necesario entender, aceptar y verificar si la concentración total del poder público en la Presidencia y su círculo más cercano es una estrategia moralmente válida para alcanzar una justicia que históricamente ha sido incompleta, manipulada y pendiente. La ley es solo el primer paso; su ejecución honesta y eficaz es otra batalla aún sin resolver.

Un indígena al frente de la Suprema Corte es una decisión significativa, incluso admirable. Y aunque aún esté por verse su efecto real, no cabe duda: es, en esencia, una decisión genial.

 

 

 

 

 

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