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sábado, febrero 22, 2025

¡Monte de Chila, otra vez!

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Monte de Chila tiene una narrativa plagada de leyendas, de hechos trágicos y de una tierra que no es la prometida por Moisés. Desde que la inmensa llanura era llamada Chilam, habitada por grupo originarios hablantes del totonaco, que huyeron por la peste para sobrevivir y fundar otros pueblos alrededor del año 1780. La lucha de campesinos que pretendían formar un ejido y que fueron masacrados por el ejército en 1970. La bonanza del aromático en los cafetales de la finca llamada Oro Verde, adquirida por unos alemanes que se daban el lujo de exportar café. Y ahora, otra vez, el nombre de Monte de Chila se vuelve a repetir en las bocas de los serranos y hasta en los medios de comunicación nacionales. 

   Cuatro muertos: tres hombres y una mujer fueron asesinados la madrugada del día 10 de febrero en esos parajes solitarios. Y como fue de madrugada y no hubo testigos, los rumores corren igual que los vientos de febrero por estos lares.  

   El comunicado oficial lo hacen las autoridades municipales de Tlapacoya el día lunes cerca de las nueve de la mañana donde informan que se identificó una camioneta Crevrolet Tornado, Tipo van, abandonada en la zona conocida como “Las fincas”, en los límites territoriales entre Tlapacoya y Jopala. Al arribar al lugar, las autoridades encontraron en el interior de la unidad a tres personas sin vida, dos masculinos y una femenina. De inmediato se procedió al acordonamiento del área para preservar los indicios y se notificó a la Fiscalía General del Estado, delegación Zacatlán, para llevar a cabo las investigaciones correspondientes.  

      Después se supo que los cuerpos sin vida eran de dos hermanos, Darío N. y Manuel N., que habían vivido varios años en los Estados Unidos y regresaron a México para visitar a sus familiares en la comunidad de Buenos Aires. Uno de ellos venía acompañado de su esposa que según comentan los vecinos era vietnamita, pero con residencia americana. 

    ¿Y el hombre que venía manejando la camioneta Chevrolet Tornado, dónde estaba? Después de conocer el comunicado, casi de manera inmediata, a través de las redes sociales se empezó a indagar sobre el paradero de Lester, el chofer de la camioneta, cuyo cuerpo no se encontraba y se tenía la esperanza de hallarlo con vida. Sus familiares y amigos empezaron una búsqueda frenética para localizarlo en la planicie, pero todo intento fue inútil y comenzó a caer la tarde de ese funesto día. Sin esperanza regresaron a Buenos Aires, que se encuentra a veinte minutos viajando por un camino de terracería.  Apenas se iban a sentar para probar algún alimento cuando recibieron una llamada telefónica de la policía municipal de Tlapacoya. Les habían indicado un lugar donde se hallaba el cuerpo de un hombre. Y allá fueron presurosos para encontrarse de frente con la terrible verdad: era el cuerpo de Lester. Pero ya no pudieron verlo. Los elementos de la Fiscalía habían acordonado la zona y ya no permitieron el paso de las personas porque pudieran estropear la escena del crimen y alterar algún indicio. Solo supieron que había varios casquillos diseminados en la vereda del paraje conocido como Las chacas y les dijeron que uno de los policías reconoció a Lester. 

    Luego empieza el traslado de los cuerpos al anfiteatro de Xicotepec. Las necropsias y el trabajo de los peritos para clasificar las lesiones, la posición de las víctimas y el victimario, el calibre de las balas y una serie de actividades y conjeturas para tratar de esclarecer la verdad sobre los homicidios y se pueda saber quiénes son los responsables. Y afuera del anfiteatro, en las horas más tristes de la madrugada, la tristeza instalada en los ojos de los familiares y la pregunta que taladra la mente: por qué, por qué… 

    El martes por la tarde viajan las carrozas con su carga fúnebre, ya los esperan en el pueblo los vecinos solidarios que ayudan en todo para recibir los cuerpos. 

    El miércoles amanece soleado, pero hay nubes negras en los corazones. En la casa triste, el padre de Lester recibe condolencias y abrazos. Vecinos, amigos y familiares han llevado coronas, veladoras, café, pan, maíz, flores y todo lo que puede dar una mano amiga. El féretro descansa en un cuarto rodeado de flores y veladoras mientras las mujeres rezan el rosario. Afuera, hay mesas dispuestas para que almuercen los que llegan de lejos. Mucha gente se amontona en las banquetas de la calle. El sacerdote llega a la una de la tarde. Estamos reunidos para orar por el descanso eterno de nuestro hermano Lester-les dice. Tengan fe y oremos para que Dios perdone sus pecados– les repite. Todos los hombres se quitan los sombreros. El calor se vuelve insoportable. Comienza entonces la caminata hacia la última morada… 

   Para llegar al cementerio del pueblo se debe ir ascendiendo lentamente, con pasos cortos, siempre subiendo, como si se quisiera llegar cerca del cielo. La mayoría va en silencio. Pero algunos murmuran… 

  • Hay mucha gente de fuera, mira lo que hace la amistad, nos reúne -dice uno. 
  • También la tragedia nos congrega -dice otro. 

   En el trayecto aparecen soldados del ejército y miembros de la Guardia Nacional que andan patrullando. Son decenas de personas en el cortejo, algunas se quedan en la entrada del cementerio. Se busca alguna sombra para guarecerse de los rayos del sol. Desde ahí se ve el pueblo de Filomeno Mata, el camino que sube a Monte de Chila y algunas casas en las afueras de Jopala. Alguien habla a nombre de la familia, no se escucha lo que dice porque la voz se quiebra, pero piden que la muerte de Lester no quede impune. Luego viene el agua bendita. Los familiares lloran. Finalmente, el cuerpo baja hacia su eterna morada.  

   De regreso, las mujeres vuelven a sus casas y los hombres se van quedando en grupos pequeños en las tiendas e inevitablemente aparecen los cartones de cerveza y resurge la plática y las dudas y las chanzas y los comentarios:  

  • Ojalá que el gobernador apoye para que se establezca un retén de la Guardia Nacional en Monte de Chila o en Chicontla. 
  • Que la Fiscalía haga bien su trabajo para dar con los responsables. 
  • Y que se refuerce la seguridad en los caminos. 
  • ¿Quién va a querer andar ahora en altas horas de la noche? 

Y así, entre cerveza y lamentos, se va escurriendo la tarde que deja al descubierto una verdad que duele: la vida sigue.   

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