Dicen los panistas más conservadores (no es redundancia, hay unos que rayan en lo ridículo) que lo mejor que le puede pasar a su partido es que elijan al nuevo líder o lideresa o liderese por el método del dedazo, dedaza o dedaze (no es albur), porque si abren la elección y la hacen con votos, corren el riesgo de que agentes externos, léase el partido en el poder, intervengan.
En parte podría ser verdad, pero en parte, no.
Claro que al poder le interesa tener injerencia en las dirigencias de su oposición, pero vamos, que ya no hay que chuparse el dedo, pues salvo contadas ocasiones, Acción Nacional fue antagonista y si lo llegó a ser fue más por una lucha de grupos e intereses económicos que por convicción.
En 1995, por ejemplo, los verdaderos dueños de los panistas, léase José Antonio Quintana Fernández, Jorge Espina Reyes y demás líderes empresariales rompieron con su aliado Manuel Bartlett Díaz y convirtieron al PAN en una auténtica oposición al priismo.
La legislatura de 1995 a 1998 en la que participaron Ángel Alonso Díaz Caneja, Jorge Ellinger Couhglan, José Felipe Puelles Espina, David Bravo y Cid de León, Gerardo Tecpanécatl Romero, entre otros, terminó a golpes cuando se impuso la Ley del federalismo hacendario. (La Ley Bartlett, que la defendió Ricardo Monreal siendo aún priista en San Lázaro, por cierto).
Sesiones maratónicas que empezaban a las nueve de la mañana y culminaban hasta las siete de la mañana del otro día y que se denunciaban excesos y abusos del poder como el caso Pozitos en el que se obligaba a ponerles el DIU a las mujeres indígenas en una comunidad cercana a Ciudad Serdán. O cuando se avaló una reelección en Ahuazotepec o el famoso caso de los Prócoros.
Era una zona de guerra el Poder Legislativo.
Posteriormente, los panistas se volvieron menos gritones; con Melquiades Morales fueron incluso muy mansitos.
Muchos años antes, en 1983, la sociedad se había polarizado porque el PRI les arrebató la alcaldía poblana, ya que en teoría había ganado Ricardo Villa Escalera pero el fraude fue descomunal y se impuso a uno de los (cosa contradictoria) mejores presidentes municipales que ha tenido Puebla, Jorge Murad Macluf.
En pocas palabras, Acción Nacional desde hace muchos años vende caro su amor… aventurera.
Tiene un doble juego y puede ser aliado del gobernador ya sea del PRI o ahora de Morena.
Todos sabemos del amor que le prodigaba Miguel Barbosa Huerta a Eduardo Rivera, por ejemplo, en público y en privado y cómo es que los panistas, durante su mandato no dijeron ni pío.
Ahora que Mario Marín Torres regresó a su casona de Xilotzingo, su terruño (gracias a las buenas obras del Poder Judicial) vale la pena recordar que fueron los panistas (muchos de ellos de los más conservadores) que se encargaron de negociar con él para que Andrés Manuel López Obrador no ganara en 2006.
Primero, entre organizaciones sociales y cámaras empresariales salieron a marchar a las calles un domingo de febrero del 2006. Miles de personas, casi 100 mil, entre ellos, muchos yunquistas gritaron “¡Fuera Marín!, ¡fuera el góber precioso!”. Unos meses más tarde, el gobierno estatal les daría a las cámaras empresariales los beneficios del Impuesto sobre la Nómina.
Sólo en el Congreso del estado había un panista que sí cuestionó duramente a Marín Torres y su grupo político; ese era el diputado Raymundo García García (QPD), por cierto, fue compañero de banca en la facultad de Derecho de Marín en la BUAP.
En ese momento, con Mario Marín en la gubernatura los panistas se volvieron dóciles, obedientes, mansos.
No es ningún secreto que hay blanquiazules que recibieron dinero y prebendas gubernamentales.
Así que los panistas más conservadores deberían dejar de decir que podrían ser intervenidos si es que abren su elección porque serán intervenidos; que no se les olvide, siempre lo han estado, algunas veces de manera más cínica otras con guiño de ojo.
Todo esto es pura y vil simulación.