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viernes, abril 19, 2024

Ideología de las prisas

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Entre urgencia e importancia transita la vida de un ciudadano. Entre conveniencia y posibilidad, la de un político. 

Los cuatro límites definen las decisiones en el ejercicio político. En sus intenciones y contenidos quedan, aun cuando se intenten borrar, las huellas de estas cuatro dimensiones que en el cerebro y en la acción motivan, pausan, direccionan, las condiciones del bienestar de todos y sus formas y tiempos de percibirlas más allá de la oportunidad, en la confrontación permanente. 

Por eso el forcejeo en uno y otro lado. Por eso, la batalla entre coerción y acatamiento, en la cual los teóricos contemporáneos definen a la Política y la envuelven en un simple toma y da de un lenguaje de sordos, que polariza, desespera y aísla en la distancia y la frialdad, entre la agresión y la impotencia. 

Quienes lo explican, saben el valor de la interpretación de los signos y símbolos que a veces no se entienden, de lo que cada actor “quiso decir, hacer o decidir” y pretenden agregarle, un valor de utilidad permanente, que, ahora, en el pragmatismo solo permite temporalidad y valor efímeros, improvisación y halago. 

Los ideólogos, aquellos que interpretan para adhesión o sumisión lo que hay y lo que debemos entender, tienen hoy en día problemas graves y difíciles en la sinceridad o a veces cinismo de las formas de hacer política en una sociedad que se mueve antes de entender sus propias necesidades, que cambian antes de atenderlas y se acumulan en un colectivo social que, por lo mismo, se define igual, cambiante, necio y exigente. 

Que dificultad para los pensadores de hoy buscar en el pasado herramientas de explicación para el presente, porque su pudor les impide aceptar que en el ADN de la política contemporánea; hay y habrá siempre una mezcolanza ideológica que nos ancla a etapas anteriores a las que a lo mejor, sin quererlo, lo que deciden, reviven con sus decisiones. 

En la política líquida de estos días nos movemos todos en la improvisación y, en su nombre, es fácil abandonar el rigor científico y el de la honestidad para convertir sus explicaciones en halagos y aplausos en el riesgoso fundamento de la lealtad a quien manda. 

Nada puede ir eternamente mal, ni puede ir tampoco eternamente bien. La crítica honesta siempre será útil y aleja de las aguas de la complicidad. Por eso, hay que leer con cuidado, con detenimiento lo que sugieren los intérpretes de las ideas y de cómo se aplican en la realidad. Los excesos en los halagos ofenden a las víctimas. 

Para una transformación que se necesita trascienda, más en sus bondades y utilidades que en lo radical de sus definiciones, el riesgo es olvidar que los gobiernos sustentados en la democracia siempre serán frágiles a las prisas y que su fortaleza dependerá de la virtud de corresponsabilidad de todos. 

No son tiempos para la ingenuidad, ni para la pasividad, es cierto; pero tampoco para el cinismo. Defender la transformación en estos días es aceptar que un gobierno definido, decidido a transformar, solo podrá sobrevivir si la ciudadanía se activa, si se permite el debate libre, si se respetan las ideas no amigables y si el pensar diferente tiene garantías para hacerlo. 

Debería motivarnos una ciudadanía moralmente activa, participativa y corresponsable, pero eso a los ideólogos del momento les parece pecado mortal, afrenta a su dignidad, y el debate libre, riesgo inútil.  

Los ciudadanos deben participar sin cortapisas; deben calificar, es su derecho; deben vigilar a su gobierno, es su responsabilidad fundamental, y deben cuidar que en la sustitución o transformación de sus instituciones haya algo que ganen y, por eso, no conceden respaldo ni adhesión a ciegas o a tientas. 

Abrir al escrutinio público todo lo que hace la sociedad y su gobierno siempre será más útil para avanzar cuando se trata de transformar cualitativamente a la propia sociedad. Quienes lo impiden solo le complican la vida a quien dicen defender y justificar. 

Y estoy de acuerdo, aquí debería mencionar sus nombres, pero, por sus complicidades solo con el que manda que se pierdan en la liquidez y en lo efímero de la memoria colectiva. 

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