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lunes, febrero 3, 2025

Una nueva guerra de los pasteles

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Tim Waltz decía que cuando alguien anuncia su estrategia de juego hay que creer que la va a usar. Trump declaró una y otra vez que habría un castigo a sus países vecinos en forma de tarifas arancelarias. Incluso claramente dijo que impondría un 25 por ciento en todos los productos de Canadá y México. El sábado cumplió su amenaza. Justificada bajo la premisa de corregir el déficit comercial con México, la medida ha sido recibida con preocupación tanto en el ámbito financiero como en el político. Estados Unidos compró más de lo que vendió a México en 2023, pero el simple hecho de que el comercio sea deficitario para un país no implica que sea injusto o perjudicial. Más bien, refleja una dinámica en la que las economías están profundamente entrelazadas y especializadas, y en la que México ha surgido como un socio estratégico en sectores clave como el automotriz, la maquinaria, la electrónica y la agroindustria.  

México importó un total de 604,615 millones de dólares en 2022, siendo los productos más relevantes los vehículos y sus partes, la maquinaria industrial y agrícola, los dispositivos electrónicos, los productos químicos y los bienes agrícolas. Por otro lado, las exportaciones de Estados Unidos a México, aunque significativas, no alcanzan los mismos niveles. El petróleo refinado lideró las ventas con más de 3,100 millones de dólares en octubre de 2024, seguido de vehículos, maquinaria especializada, productos electrónicos y alimentos. El desequilibrio comercial ha sido un punto de fricción para la administración Trump, que lo ha esgrimido como prueba de que México se ha aprovechado de Estados Unidos, omitiendo que este déficit es una consecuencia de las preferencias del consumidor y de la competitividad del mercado global, no de una estrategia desleal de México. 

Los más reputados economistas han advertido que la imposición de estos aranceles podría desencadenar efectos adversos tanto en México como en Estados Unidos. La industria automotriz, por ejemplo, una de las más dependientes del comercio bilateral, podría sufrir interrupciones en sus cadenas de suministro, afectando no solo a las fábricas en México, sino también a las plantas estadounidenses que dependen de piezas ensambladas en el país vecino. Las consecuencias pueden ser devastadoras: cierres de fábricas, pérdidas masivas de empleos y un alza en los precios para los consumidores finales. De hecho, la incertidumbre ya ha comenzado a reflejarse en los mercados, con una caída significativa en las acciones de empresas automotrices y un alza en el precio del dólar frente al peso.  

La respuesta de México no se hizo esperar. La presidenta Claudia Sheinbaum ha dejado claro que su gobierno tomará represalias con medidas similares, imponiendo aranceles de igual magnitud a productos estadounidenses. Canadá, por su parte, ha anunciado una estrategia similar a la de México, dejando a Estados Unidos expuesto a una doble represalia que podría hacer tambalear aún más su economía. Las guerras comerciales rara vez terminan en victorias claras; más bien, suelen traducirse en espirales de medidas proteccionistas que encarecen bienes esenciales, perjudican a los trabajadores y generan un clima de incertidumbre económica. En este caso, las consecuencias pueden ser aún más profundas, ya que afectan no solo el comercio, sino también la estabilidad política y diplomática de la región. Quizá la rudeza y claridad de Sheinbaum fue clave para que el sainete se pausara el lunes por la mañana. 

El endurecimiento de las relaciones bilaterales no es un hecho aislado, sino parte de una estrategia más amplia de la administración Trump que combina una política comercial agresiva con una retórica antinmigrante y una guerra contra el fentanilo que ha sido utilizada como herramienta de presión sobre el gobierno mexicano. En sus recientes discursos, Trump ha insistido en que estas medidas forman parte de un esfuerzo para fortalecer a Estados Unidos y poner fin a lo que él considera una política comercial “estúpida” que ha beneficiado a sus socios a expensas de los trabajadores estadounidenses. Su base electoral, ávida de gestos de fuerza y mano dura, ha celebrado la medida como una muestra de liderazgo firme. Sin embargo, la realidad económica sugiere que el golpe será tan duro para los consumidores y empresas estadounidenses como para México.  

El riesgo de recesión en México es innegable, con sectores clave de su economía directamente afectados por las restricciones comerciales impuestas desde Washington. La inversión extranjera, que depende en gran medida de un marco estable y predecible, podría comenzar a retraerse, afectando el crecimiento económico del país en el mediano plazo. Para Estados Unidos, las consecuencias tampoco son menores: con el aumento de costos de importación, los consumidores verán incrementos en los precios de bienes esenciales, lo que podría agravar la inflación y frenar el crecimiento económico. Trump por supuesto recibió muchísimas críticas internas que lo hicieron recular, al menos temporalmente porque se ha salido con la suya. 

La historia ha demostrado que las guerras comerciales rara vez generan los beneficios que prometen sus impulsores. En este caso, el conflicto desatado por Trump tiene todos los ingredientes para convertirse en un desastre económico que traspasará fronteras y pondrá a prueba la solidez de las relaciones bilaterales en América del Norte. La telenovela continúa, sin embargo. El lunes Trump pausó por un mes las tarifas arancelarias a cambio del ofrecimiento de Sheinbaum de colocar diez mil soldados mexicanos en la frontera para impedir la entrada de fentanilo a los Estados Unidos y vigilar el tránsito migratorio. Anunció también un diálogo con Xi y con Trudeau antes del martes en que entrarían en vigor. ¿Táctica de negociación como con Petro? Puede ser, pero también un toma y daca complejísimo si así van a estar México o Canadá durante cuatro años, reaccionando a la nueva amenaza de la semana.  

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