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jueves, abril 25, 2024

Sin corrección no hay satisfacción

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“¿Por qué es tan difícil corregir? ¿Por qué es más difícil corregir que escribir?”, pregunta Alan Pauls al inicio de Fallar otra vez, libro publicado por Gris Tormenta (2022) en su colección Editor, en la que se han publicado textos de Laura Esther Wolfson, Thomas Bernhard, Emily Gould o Jhumpa Lahiri y prólogos de Tedi López Mills, Isabel Zapata, Ida Vitale o Emiliano Monge, entre otros. La colección —dicho sea de paso— explora, reflexiona y hace visible el proceso que antecede a la publicación de ese objeto complejo al que llamamos libro, en apariencia tan simple como un legajo, tan sorprendente en muchos casos como una revelación.

“¿Por qué es tan difícil corregir?”, pegunta el escritor, periodista, guionista, traductor, profesor y critico literario argentino al inicio de la comunicación. “¿Por qué es más difícil corregir que escribir?”, cuestiona en este “ensayo a favor de la escritura imperfecta” que antes de ser libro fue una conferencia dictada en la Casa de América de Madrid, en 1919. “¿[…] por qué, digo, cerramos el archivo y temblamos, nos estremecemos de pereza y de terror ante la mera idea de tener que volver a él, abrirlo y corregirlo”.

“¿Por qué es tan difícil corregir?” Lo terrible no está latente en la hoja en blanco, lo abrumador es volver al texto…, regresar… volver a empezar… ¡Corregir! “Ansiedad es la emoción dominante desde el primer párrafo, abigarrado de preguntas retóricas acerca del carácter provisorio de aquello que hemos escrito y que habremos de leer y corregir con desazón durante días o meses (años a veces en mi caso) —afirma Julián Herbert en el prólogo—, y este tono jeremiaco se avivará en páginas subsiguientes”.

No hace falta decirlo, pero ya que nos adentramos en el mundo de los editores, escritores, diseñadores y correctores de estilo, el Taller Editorial Gris Tormenta ha logrado con éxito en los siete primeros títulos de esta colección combinar la inteligencia y profundidad, el conocimiento y la experiencia de los autores con la mirada atenta y el juicio certero de quienes escriben los prólogos. Es habitual que las presentaciones y prolegómenos cumplan con una función vicaria, literal y literariamente introductoria e incluso prescindible. No sucede así en estos libros que resultan atractivos y elegantes (o quizá sugerentes e irresistibles) por su diseño editorial y su contenido: tan valiosas son las palabras de unos como las de otros.

Vuelvo a la pregunta después de esta breve digresión. Vuelvo al argumento del autor. Es difícil corregir porque el texto está ahí, donde no había nada, está ahí después del tiempo invertido, después de la atención dedicada, después de la emoción y el empeño (pero ya sin el tiempo y sin la intensidad del proceso creativo), está ahí más que como una posibilidad como un resultado, como algo hecho, como algo dado… pero imperfecto, en cierto sentido inconcluso, inevitablemente inacabado.

Es difícil corregir porque sabemos que si no ha sido fácil provocar con palabras los significados que pretendemos donde nada antes se había dicho, mayor es el desafío de reescribir y precisar el sentido donde previamente se pretendió que todo fuera dicho. Pienso que no exagero si digo que es más fácil iniciar otra licenciatura u otro posgrado cuando el director de tesis dice, palabras más, palabras menos, “está bien, pero no se entiende… hay que reescribir los capítulos”. La hoja en blanco es juego de niños. Los demonios se desatan a la hora de corregir…

“Nos aterra, pero sobre todo odiamos corregir —dice Pauls—, lo odiamos con toda la fuerza de la que somos capaces, toda la que nos queda después de habernos pasado semanas, meses, años escribiendo; porque corregir nos confronta con nuestros vicios, nuestras comodidades, nuestra pereza, y con el repertorio de coartadas grotescas que nos hemos dado para evitar que nuestros vicios nos avergüencen”.

Puede ser que, en efecto, la corrección del texto tenga que ver con el autor, con sus hábitos, con sus creencias y con sus vicios, con su talento y con su voluntad, con lo que desea y con lo que es capaz de hacer, con el entorno y con las entrañas. Puede ser que la corrección del texto tenga que ver con la fugacidad del ser y la provisionalidad del estar, con la percepción del tiempo y la necesidad de armonizar en un instante lo dicho con el pordecir. Puede ser que la corrección sea la arena en la que el autor, su editor y el corrector de estilo disputan el poder enarbolando la estética lo mismo que el placer del cliente. Puede ser, sí, que corregir es la parte del mito de Sísifo que nos toca vivir… Pero también puede ser que la corrección sea una trampa de la que —intuimos— es muy difícil salir.

Frente a la emoción de comenzar un proyecto o reiniciar una aventura, “lo que enloquece de corregir es precisamente lo contrario”, dice Pauls y agrega: “hay que seguir haciendo lo mismo, darle vueltas a lo hecho, retocar, cambiar, ajustar, mejorar lo que ya está, lo que fue, lo que terminó”. Es difícil corregir porque hacerlo es monótono. Es difícil, sí, e incluso inútil porque en cierto sentido ya se sabe que lo escrito, escrito está.

Cuenta Pauls que Cesar Aira no corrige. Y dice que decía: “¿Para qué voy a corregir? Yo sigo escribiendo. La novela que viene corregirá la que ya pasó, y así sucesivamente. O no”. Cuenta que otro escritor que no corrige es Karl Ove Knausgård: “no corrige y, como Aira, fuga hacia adelante”. Cuenta también que otros escritores como Prust y Joyce y Beckett —aves raras— gustaban tanto de escribir como de corregir: “no paraban de corregir para seguir escribiendo”. Lo disfrutaban porque corregían “sin culpa”. Corregían porque sin corrección no hay satisfacción.

“Hay algo sin duda bastante tortuoso en la desmesura con que Prust y Joyce añadían texto a los textos que escribían, por otra parte, ya desmedidos”, apunta Pauls y añade: “Algo empecinado y hasta perverso, como si el placer de escribir, en el fondo, fuera solo la antesala, la preparación de un placer mayor, más insidioso y desubicado: el placer de la corrección”.

“¿Por qué es tan difícil corregir?”, vuelvo al inicio, a la pregunta fundamental, al tema sobre el que versa el libro que antes de ser libro fue conferencia, al problema. Porque engendra temores y entraña placeres. Porque requiere tiempo y el tiempo es vida. Porque más que un asunto de cumplir reglas, es una cuestión de identidad… Pienso y de pronto siento ganas de poner el punto final a estas notas y que se publiquen así, sin corregir, tal cual.

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