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jueves, abril 25, 2024

Siete ideas sobre la lectura

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Ya se sabe que escribir puede ser peligroso. “Peligroso para el lector —dice Paul Auster a Céline Curiol a propósito de La vida interior de Martin Frost—, pero también para el escritor”. La idea puede plantearse en sentido contrario y funciona: leer puede ser peligroso, para el autor si la obra no es bien leída, pero también para el lector. Pienso en esto mientras recorro las páginas de Leer mata, el libro de ensayos breves sobre la lectura que recientemente ha publicado Luna Miguel en Almadía (2022). Algunas ideas vienen al texto:

Hay varias formas de acercarse a los libros. El texto siempre nos desafía. Podemos pasar la vista por encima, avanzar a distintos ritmos. Podemos explorar las páginas, extraer ideas, analizar el discurso, evaluar el contenido, pronunciarnos sobre lo que en mayor o menor grado hemos comprendido, pero siempre queda la sensación de que algo se nos escapa. Quizá, después de todo, lo más importante pasa inadvertido. “¿Qué pasa cuando alguien se desvive por leer algo, qué pasa cuando alguien se desvive por leerlo muy rápido o de manera muy concisa?”, pregunta Luna Miguel.

Las bibliotecas son algo más que colecciones de libros. La identidad de cada persona tiene que ver con su biografía y su biblioteca, con la narrativa que articula sus experiencias y les proporciona orden, significado, sentido. Somos, por decirlo de algún modo, las páginas que hemos leído. Y por lo mismo es importante recordar que “ninguna bibliografía está completa sin su cuota de género”.

Más que respuestas, el lector, la lectora, encuentran preguntas. Leer es apostarle a la aventura, al placer y al ocio. A la utilidad de lo inútil. “De qué sirve leer si no nos acordamos de lo que hemos leído. De qué sirve leer si no estudiamos. De qué sirve leer si no somos precisos, atentos y ordenados”, se pregunta la escritora nacida en Alcalá de Henares.

Lectura y escritura son dos caras de la misma moneda. No es buen lector quien no escribe. No es buen escritor quien no lee. Leer es ceder y conceder. Escribir es recuperar. Leer es quedar a expensas de alguien más: “Leer es entregarse a los designios del otro”. Escribir es reencontrarse, reivindicarse, reinventarse.

Leer no es un acto solitario. En sus orígenes la lectura era una actividad social: se leía para los demás. Conocida es la anécdota de Agustín de Hipona sorprendido de que su maestro leyera en silencio, aislado, para sí. Leer es interactuar: “Se piensa mucho en las parejas de escritores, pero no tanto en las parejas de lectores”. La lectura siempre se puede compartir.

La lectura estimula. Las palabras se dirigen a la mente y al corazón. De la voz viene la fantasía, la imagen, la idea. El texto apela a la inteligencia, al sentimiento, a la emoción. Por eso, cuando las letras acarician la respuesta es absoluta: “Leer acapara el cuerpo en su totalidad”.

La lectura afecta e infecta. Algo del texto queda en cada lector, lo leído se infiltra, fluye, se queda para siempre. Los conceptos, las reacciones provocadas, las risas, el horror, la pasión y la paz permanecen en mayor o menor grado. ¿Genera anticuerpos?, quizá. “Lo que leemos se nos contagia, aunque podamos portarlo toda la vida de manera asintomática”.

Sabemos que la lectura atrapa y subyuga (para bien, a veces, para mal, quizá)… La lectura requiere tiempo y atención… La lectura se puede sufrir, se puede gozar. Sabemos que la lectura vincula e inocula. Transporta y transforma. Su impronta configura la identidad del lector. Sabemos también que Leer mata (pero siempre queda la esperanza de cerrar el libro y renacer).

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