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jueves, marzo 28, 2024

La vida y la muerte contadas

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Hace unas semanas compré y por fin leí La muerte contada por un sapiens a un neandertal de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, publicado por Alfaguara (2022), quienes a finales de 2020 presentaron La vida contada por un sapiens a un neandertal, un libro ameno que resultó de la “asociación” del escritor y periodista con el paleontólogo y catedrático para hablar de la vida. Cuenta Millás, en ese primer libro, que el asunto de la prehistoria le parecía muy actual y que después de un viaje a Atapuerca intentó escribir un libro híbrido entre el ensayo y la novela, después conoció al director científico del Museo de la Evolución Humana quien en la narración oral le pareció “atrevido, seductor y ágil”. “Oye, Arsuaga, tú eres un narrador oral formidable. Para personas ignorantes como yo, te explicas mejor cuando hablas que cuando escribes”, le dijo Millás. “Eso se lo debo a las clases”, respondió el investigador y añadió: “Tienes que inventar mil recursos para que los alumnos no se duerman”. Finalmente concretaron el proyecto.

Desde las primeras páginas de la obra inicial el paisaje magistralmente descrito es un documento histórico ya que se convierte en estímulo para los sentidos y permite percibir las manifestaciones multicolores de la vida, y en una fuente de información sobre otras eras. El pasado está en el presente. En el Valle Secreto, Arsuaga le cuanta a Millás que “de tanto intercambiar objetos, y como el roce hace el cariño, los neandertales y los sapiens empezaron a meterse en la cama juntos. Los sapiens, que eran los listos, lo hacían por vicio, mientras que los neandertales, más ingenuos, se acostaban por amor. Y ahí es donde comenzó el intercambio genético”. Conforme avanza el relato, se recuerda el descubrimiento de Lucy en 1974, se habla de la proporción entre grasa y músculo, la locomoción humana, la división del trabajo, se habla del surgimiento de los dioses prosociales que favorecen la cohesión en grupos humanos complejos. Se entiende que los seres humanos somos una especie autodomesticada, que el cuerpo es el vehículo de los genes, que la torpeza es fuente de ternura, que la evolución se da por la reproducción y que las pinturas rupestres no son dibujos malhechos sino la expresión del dominio de una técnica. No podían faltar las referencias a la dieta.

Recuerdo que leí en redes sociales el comentario amargo de un lector desencantado que acusaba a Arsuaga de decir cosas que ya había publicado previamente y, para mayor disgusto, de una forma superficial. Cabe recordar que la comunicación científica se realiza en diversos niveles: la diseminación se da entre los especialistas y expertos para comunicar los hallazgos más recientes, la difusión ocurre en la academia, abona a la discusión y tiene un carácter formativo, y finalmente la divulgación se dirige al público en general que, teniendo interés en ciertos temas carece de los referentes teóricos y metodológicos que posee el científico. En este nivel se puede situar, valorar y disfrutar ambos libros. Tiene razón Millás cuando afirma que Arsuaga es “un enseñante compulsivo” y esa enseñanza llega hasta el lector tocada por alguien que sabe de letras.

En La muerte contada por un sapiens a un neandertal, la metodología propuesta para el primer libro se mantiene. En palabras del escritor al paleontólogo: “Tú me llevas a un sitio, al que quieras: a un yacimiento arqueológico, al campo, a una maternidad, a un tanatorio, a una exposición de canarios […] Y me cuentas qué estamos viendo, me lo explicas. Yo hago mío tu discurso. Lo digiero, selecciono sus materiales, los articulo y lo pongo por escrito”. Sólo que esta vez, en lugar de indagar sobre la vida, los autores de setenta y cinco y sesenta y siete años, respectivamente, se enfocan en el envejecimiento, la vejez y la muerte. A esas edades, los autores lo saben, las principales causas de muerte son las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y las complicaciones respiratorias.

Esta vez el recorrido comienza en un zoológico de Madrid visitando a la rata topo desnuda que vive en promedio diez veces más que un ratón. La visita da paso a una conversación sobre la longevidad y la inmortalidad, donde la información sobre las especies animales, su fisiología y forma de organización, se mezcla con la Literatura, en donde caben cuentos de Borges o de Cortázar. Así, gradualmente se introducen algunas ideas sobre el tema: “La vida es inmortal. Los individuos se reemplazan, hay renovación. Los sistemas biológicos están por encima del individuo”, quien “vive rápido muere joven y deja un cadáver bonito” ya que en apariencia el ritmo de vida influye en su duración, o bien: “por qué la evolución no nos ha hecho inmortales en cuatro mil millones de años”.

Entre las cuestiones que se abordan está el clarificar si los seres humanos estamos biológicamente programados para envejecer y por tanto para la muerte, si en el proceso de selección natural lo relevante está en ser individuo o el énfasis está en la especie, si la decrepitud está en la naturaleza. Y todo parece indicar que “en la naturaleza, no hay vejez, no hay decrepitud, solo hay plenitud o muerte” ya que las enfermedades crónicas y degenerativas se presentan a una edad en la que, sin el apoyo de la medicina y los cuidados el enfermo ya debería estar muerto. Desde el punto de vista de la biología evolutiva, la vejez y la muerte “son el resultado de la acumulación de mutaciones perjudiciales que se expresan a estas edades”. Cosas de la genética.

Al concluir la lectura de las poco más de trescientas páginas, queda la sensación de que vivir es un accidente afortunado, una maravilla. Vivir para los humanos es una oportunidad de disfrutar los placeres, la comida y el buen vino. Vivir es sobrevivir. “Si eres pequeño necesitas poca comida, pero todos te comen”, en cambio “si eres grande no te come nadie, pero puede que no comas lo suficiente y mueras de desnutrición”. La alternativa es ser listos, tener un gran cerebro: “un cerebro pequeño es más barato, pero te da menos recursos para enfrentarte a la vida”. Ese es el juego y un día, por causas internas o externas, se termina.

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