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martes, abril 23, 2024

La transformación de la educación…

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El 5 de octubre es el Día Mundial del Docente. Una fecha significativa no sólo para los educadores del mundo, sino para la sociedad, en general, y para los gobiernos, en particular.

Cierto es que en México celebramos cada año el Día del Maestro y la Maestra el 15 de mayo desde los tiempos del general Venustiano Carranza. Se estableció el día, con un carácter festivo, a solicitud de un grupo de diputados que habían trabajado como profesores, para celebrar, reconocer y homenajear a los trabajadores de la educación. La fecha elegida coincide con la proclamación de Juan Bautista de la Salle como Patrono de los Educadores Cristianos (15 de mayo de 1950) y la derrota del Segundo Imperio Mexicano (Querétaro, 15 de mayo de 1867).

Cierto es, también, que el Día Mundial del Docente establecido a fines del siglo pasado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), lejos de una celebración religiosa o el memorial de un triunfo militar es un recordatorio de la recomendación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la UNESCO relativa a la Situación del Personal Docente (1966). O sea, más que una fiesta suena a reclamo. Sabe a exigencia.

Basta un recorrido por los temas de los últimos años para constatar que la UNESCO demanda de manera enfática e insistente la atención y el compromiso de los Estados miembros para garantizar la suficiencia de profesores y las condiciones mínimas para el trabajo digno y decente, así como para afrontar los retos presentes y futuros. Este año el tema es “La transformación de la educación comienza con las y los docentes”.

El antecedente inmediato es la pasada Cumbre Mundial sobre la transformación de la educación, convocada por la UNESCO y celebrada en septiembre, con la intención de cambiar radicalmente nuestro enfoque de los sistemas educativos después de la pandemia de COVID-19 y de avanzar en la agenda 2030 (habida cuenta de la desigualdad educativa y la crisis del aprendizaje) en la que se propusieron cinco vías de acción temáticas que deben funcionar como “resortes” para transformar la educación:

1: Escuelas inclusivas, equitativas, seguras y saludables.

2: Aprendizaje y competencias para la vida, el trabajo y el desarrollo sostenible.

3: Docentes, enseñanza y profesión docente.

4: Aprendizaje y transformación digital.

5: Financiación de la educación.

En relación con la tercera vía, la UNESCO identifica y señala el desafío al que se enfrentan los estados miembros: “tanto los profesores como el resto del personal educativo se enfrentan a cuatro grandes retos: la escasez de profesores, la falta de oportunidades de desarrollo profesional, una categoría social y unas condiciones de trabajo deficientes y la falta de capacidad para desarrollar el liderazgo, la autonomía y la innovación de los profesores”. Este escenario catastrófico -terrible y estremecedor- es la premisa mayor y, en la medida en que es cierta, funciona a la perfección en el silogismo. Saque el lector su conclusión.

¿Y qué propone la UNESCO? Primero el qué: “La transformación de la educación requiere un número adecuado de profesores para satisfacer las necesidades de los alumnos, así como la formación, motivación y apoyo de todo el personal educativo”. Después el cómo: “Esto sólo puede ser posible cuando la educación cuenta con una financiación adecuada y las políticas reconocen y apoyan a la profesión docente con el fin de mejorar la situación y condiciones de trabajo”. Así de fácil. Así de difícil.

Vale la pena añadir que “dar clases” no se limita a pararse frente a un grupo y hablar. Ser docente es mucho más. La docencia es vocación, profesión y empleo. Vocación, no porque exista una voz interna que obligue a salir de casa para combatir la ignorancia e instaurar el reino de la ciencia; sino porque hay una propensión a aprender y compartir. Profesión porque no bastan las ganas para hacer las cosas bien; se requiere una formación a lo largo de la vida. Empleo porque requiere de una institución que posibilite y reconozca la actividad, así como una retribución justa.

La docencia, como afirma Felipe Hernández en su libro Docencia, Dirección y Gestión. Los retos de las instituciones educativas (México: Gedisa, 2019), “es una profesión compleja, su ejercicio demanda una formación especializada y la aplicación de competencias específicas, se concretiza en lo que se denomina la práctica docente que, independientemente del nivel educativo que atienda, su ejercicio presenta diariamente un grado de incertidumbre y novedad”.

No basta con dominar los contenidos curriculares y cubrir al 100% el temario. Para estar, éticamente, frente a un grupo de aprendices hay que tener una identidad bien dibujada: claridad sobre la forma en que se construye el conocimiento, entender el aprendizaje. Aceptar al otro como Otro. Escuchar con atención. Imaginar. Saber un poco de todo y hablar abiertamente. Habitar creativa y respetuosamente el mundo. Anticipar el futuro. Asumirse como agente de transformación, transformarse en primera instancia a sí mismo mediante procesos de formación y ser pionero cuando las circunstancias cambiantes lo requieran…

Parece obvio; pero no lo es. De serlo, estaríamos contando otras historias. La transformación pasa por la formación.  Y cuando hablamos de formación, entendemos con Felipe Hernández, “la transformación del sujeto”, “al modo específicamente humano de dar forma a las disposiciones y capacidades del hombre, es decir, al desarrollo de sus potencialidades”.

Va desde aquí, este 5 de octubre, mi cariño y gratitud a mis profesores, a mis colegas, a mis exalumnos, a aquellos y aquellas con quienes ahora mismo comparto las aulas y habré de verlos pronto en nobles causas. Va el reconocimiento a quienes están donde hacen falta sus manos, sus palabras, su ejemplo, a quienes han aprendido a hacer mucho con poco, a quienes conservan la ilusión de su primer día de clases. Y va también, ¿por qué no?, un reclamo a quienes no han hecho su tarea, a quienes lucran con la esperanza de las nuevas generaciones, a quienes sin conocer el territorio se dedican a mandar desde el escritorio.

Hace bien, la UNESCO en recordarnos que la transformación que necesitamos pasa por las y los docentes. No confundamos a los actores.

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