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jueves, mayo 29, 2025

La interpretación de los sueños

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“Uno puede defenderse de los ataques; contra el elogio se está indefenso”

Desde que era muy pequeño, los padres de Sigmund Freud se dieron cuenta de que tenían en casa a un genio, que estaban criando un monstruo.

Era un ratón de biblioteca que dominaba el griego y el latín, y que destacaba en sus estudios mucho más que cualquiera de sus compañeros.

Su padre se daba el lujo de presumirlo, ante un amigo de la familia, mediante estas palabras: “Mi Sigmund tiene más inteligencia en el dedo meñique de su pie que yo en toda mi cabeza”.

Freud, ya de grande, diría que la confianza que tenía en su talento provenía de la confianza depositada en él por su familia.

Era un estudioso natural sin ninguna influencia de sus padres, más que la normal y el orgullo de haber descubierto a tan temprana edad esa genialidad que lo perseguiría durante toda su vida y que el mismo Freud reconocía y alimentaba.

Freud veía a su padre (Jacob) como un hombre sabio, con una imaginación  despreocupada, un hombre interesante y alegre, digno y correcto en sus modales,  con un penetrante sentido del humor.  Era afectivo y tolerante, un hombre talentoso con unainteligencia más allá de la normal y siempre con la esperanza de poder cambiar los acontecimientos.

Para Freud fue un gran modelo y le gustaba considerarse su copia física y mental.

Cuando Freud tenía entre 10 y 12 años, en una ocasión su padre,  al llevarlo de paseo, como muestra de cómo la época en que estaban viviendo era mucho mejor de la que le había tocado vivir, le contó la siguiente experiencia:

“Siendo joven, (Jacob) se paseaba un sábado por las calles de Freiberg. Llevaba un lindo traje con un gorro nuevo de pieles en su cabeza cuando apareció un cristiano y de golpe le arrancó el gorro y se lo arrojó al barro al tiempo que le decía: ¡Judío, bájate de la acera! Sigmund, entonces, le preguntó al padre cuál había sido su reacción y Jacob contestó resignado: Me bajé a la calle y recogí el gorro.

Freud tuvo una relación cercana con sus seis hermanos, y su infancia estuvo marcada por la turbulencia de su hogar, ya que su padre pasó por dificultades económicas. Estas experiencias personales influyeron en su comprensión del comportamiento humano y las relaciones familiares, conceptos clave en su teoría.

En el prefacio de “La Interpretación de los Sueños“, publicado justamente en el año de 1900, Sigmund Freud establece la importancia de los sueños como una vía de acceso al inconsciente. 

Su descubrimiento del inconsciente y la importancia de los sueños, surgió en parte de su trabajo con pacientes que hablaban de sus problemas mientras estaban en estado de hipnosis.

Dice que los sueños, aunque parecen abstractos o irracionales, son la expresión disfrazada de deseos y pensamientos reprimidos. 

Añade que los sueños son “realizaciones de deseos” y que su interpretación requiere un método específico basado en la asociación libre y la identificación de símbolos latentes. 

En el prefacio también destaca la importancia del estudio de los sueños como un elemento clave para comprender la mente humana y la naturaleza de los procesos psíquicos. Su análisis puede revelar información valiosa sobre el inconsciente. 

Con esto, sienta las bases para la teoría freudiana de los sueños, introduciendo la idea de que los sueños son una vía privilegiada para comprender la mente inconsciente y sus deseos reprimidos. 

Otro de los aportes que Freud hereda al mundo es “El Complejo de Edipo”. Al principio no sabía cómo llamarlo. Fue después de estudiar la obra de Sófocles, especialmente “Edipo Rey”, que acuñó este término para describir la dinámica entre el niño y sus padres.

En vida, escribe el Prólogo a sus Obras Completas de Editorial Nueva, la primera editorial que publicó sus obras, en donde responde deduciendo que el lector se preguntará con qué autoridad afirma que es una excelente traducción, si él no sabe español: “Sépase distinguido lector que sí se hablar esa lengua”.

Así agradece al traductor por el acierto de la versión al español: “Sr. D. Luis López-Ballesteros y de Torres. Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer el inmortal «Don Quijote» en el original cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana. Gracias a esta afición juvenil puedo ahora —ya en edad avanzada— comprobar el acierto de su versión española de mis obras, cuya lectura me produce siempre un vivo agrado por la correctísima interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo. Me admira, sobre todo, cómo no siendo usted médico ni psiquiatra de profesión ha podido alcanzar tan absoluto y preciso dominio de una materia harto intrincada y a veces oscura”. (FREUD. Viena, 7 de mayo de 1923)

Sigmund Freud murió el 23 de septiembre de 1939 a la edad de 83 años. Su salud había estado deteriorándose durante varios años debido a complicaciones relacionadas con el cáncer de boca, que le fue diagnosticado en 1923.

Freud era un gran fumador y tenía una notable afición por los puros. Se dice que fumaba hasta 20 puros al día.

A lo largo de su enfermedad, Freud se sometió a numerosas cirugías, las cuales, aunque le dieron alivio temporal, no detuvieron la progresión de la enfermedad.

En los últimos años de su vida, el dolor se volvió cada vez más intenso y difícil de manejar.

Finalmente, Freud optó por solicitar asistencia para morir.

En su último día, rodeado de su familia y en un estado de gran sufrimiento, su médico personal, el Dr. Max Schur, le administró una dosis letal de morfina, lo que le permitió fallecer pacíficamente.

Freud dejó un legado profundo en la psicología, la filosofía y la cultura, y su obra continúa influyendo en muchos campos del conocimiento humano hasta el día de hoy.

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