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viernes, marzo 29, 2024

Entropía e implosión de las democracias

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Crítico por excelencia de la sociedad de consumo y los medios de comunicación, Jean Baudrillard, sociólogo francés y quien fuera uno de los pensadores contemporáneos más influyentes, nos dice que la manera de resistir de la masa es precisamente la de no oponer “aparente” resistencia.  

Todos los mensajes que llegan del poder son aceptados por la masa, pero de inmediato desviados hacia un código misterioso: La espectacularidad. 

Todo se convierte en espectáculo: La noticia y la escena política, los intelectuales que practican el talk show y los programas que ofrecen los reality show 

Quizá resulte más fácil aceptar que con todo ese entramado se tiende una trampa a las masas, pero lo cierto es que el proceso resulta novedoso y, a la vez, enigmático.  

Así lo muestra Baudrillard, quien se sitúa a favor de los órdenes implosivos, que son precisamente los que están empezando a aparecer.  

Si implosionamos ahora es porque no hemos podido controlar ese proceso expansivo de la espectacularidad que nos ha caracterizado y que alcanza dimensiones cercanas a lo catastrófico.  

Baudrillard llama implosión a la destrucción interior que se produce cuando el mundo se vacía de significado: Un proceso de entropía social en virtud del cual se derrumban las fronteras entre realidad e imagen, y se abre el agujero negro del vacío de significación. 

La obscena transparencia generada por los massmedia, la indiferencia de las masas y la sujeción de lo Otro a la tiranía de lo Mismo, expresan la implosión de lo social. 

Alexis de Tocqueville, sostenía que la opinión pública tendía hacia la tiranía y que el gobierno de la mayoría podía ser tan opresivo como el gobierno de un déspota. Escritor político y estadista francés, en su libro “El Antiguo régimen y la Revolución” (1856), escribe: 

“Tengo por las instituciones democráticas una simpatía cerebral, pero desprecio y temo a la masa” 

La apatía política puede, a veces, convertirse en un signo de comprensión y de tolerancia a la diversidad humana. Puede llegar a ser, inclusive, un contrapeso contra dogmáticos y fanáticos, quienes son los peligros reales de una democracia liberal. 

La libertad, para Tocqueville, representa una fuerza y una pasión que, para al menos una buena parte de los seres humanos, “arraigada en el corazón, es el placer de poder hablar, actuar, respirar sin coacción bajo el mismo gobierno de Dios y de las leyes”, independientemente de sus beneficios. 

En la experiencia americana descubre las fortalezas y debilidades del nuevo régimen democrático y la importancia del equilibrio de la moderación del régimen político.  

«Solo tengo una pasión —escribirá—: El amor por la libertad y por la dignidad de la persona humana. Para mí, todas las formas de gobierno no son sino medios, más o menos perfectos, para satisfacer esa santa y legítima pasión del hombre». 

En esta frase, está implícito algo esencial para poder comprender la trascendencia del poder público, desde mi punto de vista: todas las formas de gobierno no son sino medios…  

La democracia no es un fin en sí misma. Es solamente un medio imperfecto que nos podría o debería ayudar a alcanzar la libertad y la dignidad. 

Para Tocqueville, las consecuencias de la democracia eran “el materialismo, la mediocridad, la domesticidad y el aislamiento”. No comprendía cómo un régimen así podría favorecer el crecimiento de las grandes individualidades. 

Hoy podemos afirmar que el mercado y la democracia han evolucionado para convertirse en una relación fraterna y perversa. Se ha cambiado el despotismo monárquico y oligárquico por el despotismo de la masa. 

Cicerón lo llamaba el “reino de mediocritas. O lo que es lo mismo, de la medianía, equivalente a mediocridad 

La aprobación de la multitud es, normalmente, indicio que la cosa va por mal camino. “El vulgo es el peor intérprete de la verdad”, diría Séneca. 

En una democracia, muy difícilmente es el sabio el que ejercerá el poder. Es más fácil y probable que la gente elija a aquel que más se les parece. Que habla, actúa y piensa como ellos. 

En estos tiempos, ¿vale más la agresividad, la labia, la astucia, el engaño, las mentiras o incluso el carisma, que la competencia, la responsabilidad evidente, la preparación académica y la voluntad de servir?  

Esta pregunta retórica me lleva nuevamente a los griegos. El mayor de los males en el ejercicio democrático es la incitación a la ignorancia y a la violencia. Plutarco se declaraba sorprendido de ver que “entre los griegos, los ignorantes decidían”. 

Aristófanes hacía reír a la gente al dibujar la caricatura del sistema democrático ironizando: “Dirigir a un pueblo no es un asunto de un hombre instruido y de buenas costumbres, sino de un ignorante y un pillo”. 

Los viejos órdenes de lo real: el Estado y la sociedad civil, lo privado y lo público, el individuo y la sociedad, el individuo y las masas, etc., han sido desplazados por una inmensa red de pequeñas partículas que gravitan por las grandes redes de los circuitos integrados.  

Todas las ideologías que proclamaban la participación, la libre iniciativa, la solidaridad, la igualdad, la libertad eran capaces de hacer creer en los cambios de lo social. 

Sin embargo, han ido dejando su sitio a un nuevo orden social donde el ciudadano se libera de la tutela paternalista del Estado y donde la productividad y el cálculo racional han dejado de ser sociales para proliferar diseminándose en los espacios intersticiales de las redes.  

Todo ello da expresión a un proceso: la implosión de lo social, cuya fecha de inicio simbólico, Baudrillard detecta en los acontecimientos de mayo del 68.  

Aunque los propios revolucionarios no lo supieran, pues eran conscientes de estar desarrollando un movimiento novedoso, pero creían demandar “más socialidad”. De ahí que se mantuviera la formalidad asamblearia.  

Así pues, justo en el momento en que se proclaman con intensa vehemencia la autogestión y la participación, fue cuando se comenzó a constatar el desapego de las masas que cobra cuerpo en la noción de “mayoría silenciosa”. 

 Cuyas formas de expresión, los sondeos, los referendums y el bombardeo continuo de test de los media, no ejercen una función representativa, sino más bien simulativa. 

Otra vertiente de la catástrofe de lo social es el exterminio de lo Otro, pues el triunfo de la “sociedad de la transparencia” comporta el mayor ataque a la alteridad, cuando se supone que es más factible universalizar el respeto al distinto. 

Borges, habla de «los pueblos del espejo» para referirse a todas las formas de la alteridad (la alteridad es un proceso humano de relación basado en la perspectiva que se logra adquirir del otro) que la tradición racionalista occidental habría ido sometiendo a la mismidad del sujeto, condenándolas a éstas a ser «imagen servil, representación y singularidad aniquilada, inmolada al servicio de lo Mismo». 

La consecuencia de nuestra «cultura de la asepsia», de un sistema que apuntando hacia su positivización total logra triunfar en el objetivo de eliminar todo lo que es diferente, de modo que el mal aparece de forma sistemática gracias a un principio de aniquilación de la singularidad.  

Desde esta perspectiva, como el SIDA y el cáncer, los virus informáticos son la alarma catastrófica que nos previene contra una catástrofe mayor: la total universalización de las redes informáticas que harían imposible cualquier intercambio simbólico fuera del orden impuesto por la red.  

En palabras de Baudrillard, estamos en «el infierno de lo Mismo». Una vez más ha triunfado la mismidad: “Ha terminado la alteridad bruta, la alteridad dura, la de la raza. La locura la miseria, la muerte, la alteridad, como todo lo demás, ha caído bajo la ley del mercado, de la oferta y la demanda”. 

Para resurgir de la implosión y la entropía social en la que nos encontramos, en un mundo donde la democracia pareciera ser la panacea, debemos de vernos en el Otro, como lo dijera Espinosa, e impulsar por sobre todas las cosas, el respeto a la diversidad y a la libertad. 

Y a través de la equidad y la justicia, la fuerza profunda del respeto se debería erigir como el Ave Fénix de nuestra catástrofe humana a la que nos ha llevado el exceso de un sistema enfermo de inconciencia. 

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