En nuestro mundo todo es lenguaje. Todo habla. Sin cesar hablamos, incluso cuando creemos que no lo hacemos. Hasta nuestros silencios tienen valor expresivo. Nos comunicamos con la lengua de uso diario, pero también con la lengua de las matemáticas, de la física, de las filosofías o de las psicologías. O con los idiomas múltiples y diversos del arte.
Cada modo de expresión sirve para entender y comunicar espacios de realidad diferentes. Así ocurre que, por ejemplo, lo que captamos, desciframos o transmitimos con las “lenguas” poéticas no es lo mismo que lo que captamos, desciframos o transmitimos con las lenguas de las ciencias. De lo que se trata siempre es de romper nuestros aislamientos. Si para ello tenemos que recurrir al uso de múltiples mecanismos, técnicas o instrumentos, no dudamos en hacerlo. Y cuando todo nos falla para transmitir nuestros mundos interiores, entonces lloramos. O pataleamos. Y en el corazón del propio llanto o pataleo, reside el mensaje que se resiste a articularse con vocablos.
También ocurre que, según cuál sea la lengua o el modo de transmisión informativo, cambia el proceso o manera de descodificación o interpretación de los mensajes. El lenguaje verbal, el que se vale de palabras, tiene sentido lineal, o sea, se articula mediante unidades sucesivas, sean éstas fonemas, monemas o sintagmas. Y pretende, además, transmitir contenidos sujetos a leyes lógicas (de causa, consecuencia, finalidad, etc.). Esta sucesión de elementos y esta coherencia racionalista implican la necesaria presencia de la interpretación analítica, y si alguien es incapaz de hacerla, se ve abocado a la confusión, al caos.
Los lenguajes creativos de la realidad poética, en cambio, no solo se apartan de la sujeción lógica, sino que incluso pretenden rebelarse contra ella. El porqué de ello radica en el propósito de expresar lo que es siempre tan íntimamente personal que carece de palabras para transmitirse. Lo intrínsecamente particular no puede exteriorizarse con el lenguaje verbal de uso común, que es social y resultado de un tácito pacto comunicativo. ¿Cómo expresar con palabras (que aluden a conceptos en gran parte compartidos por todos) las vivencias únicas y personales del que siente, o cree sentir, lo individualmente único y, por lo tanto, no registrado ni en la semántica ni en la gramática de una lengua, lengua que siempre es fruto de un pacto social y para respuesta a necesidades sociales y comúnmente experimentadas?
En el caso del arte, o mejor, de ciertos tipos de arte contemporáneo, los elementos sistemáticos y de individualización particular son todavía más relevantes que los de la expresión poética. En las “lenguas modernas” de la expresión artística cada creador monta (si es realmente un creador) su especial código de comunicación. Por esto resulta tantas veces difícil “entender” el arte. Los lenguajes del arte se desentienden de la lógica cartesiana. Y carecen de la linealidad del lenguaje de los idiomas. En una obra artística todo se da a la vez, simultánea y globalmente. Y no fragmentariamente, con unidades significativas sucesivas y encadenadas.
Así que los lenguajes del arte son lenguajes específicos y muchas veces únicos: a cada creador le corresponde su propio modo de exteriorizarse. De ahí que conviene comprender que es imposible la descodificación artística mediante el recurso del código general y por todos compartidos de cada lengua verbal o natural. No busquemos, por lo tanto, significaciones o interpretaciones racionales donde habita la imprecisa expresión de lo “indecible” (de lo indecible con las palabras generales, claro). Y no pretendamos tampoco “desmontar” una obra creativa en trocitos constituyentes como si de una oración gramatical se tratara.
Esta rebelión contra el fragmentarismo lógico cartesiano es inherente al arte, al arte que pretende ser exposición de los sintéticos sentimientos vivenciales. El inconsciente, la espontaneidad vital o la elementalidad natural aborrecen del léxico y de la pobreza inevitable de lo socialmente por todos compartido. Repudian las cadenas restrictivas de las gramáticas generales. Frente a ellas proclaman el valor del grito. El valor del desgarro inexplicable. O de las líneas y los colores de lo intraducible.