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martes, octubre 15, 2024

Un amigo y un espacio para el encuentro

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Yolanda Cicero Ocaranza

Conocí a Eusebio en Tlaxcala durante un curso de periodismo cultural impartido en la casa-oficina de la editorial que Yoli y yo fundamos, Grupo Editorial Gudiño Cicero. Después inició un taller dirigido por Eusebio, del cual salieron varias novelas que luego fueron publicadas por nuestra editorial. 

Posteriormente, ya en la Ciudad de México, se formó un taller dirigido por él que tendría una duración de ocho sesiones… pero se prolongó por más de ocho años. Eusebio nos hacía sentir únicos e importantes; su calidad humana, su sencillez y bonhomía nos llenaban de contento. Lo extraño. 

Amigo, donde quiera que estés sabes que ocupas un lugar especial en mí. 

 

Eusebio Ruvalcaba, un amigo especial 

Leonardo Coral 

Agosto de 2024.  

Una tarde llegué a dar mis clases de piano a niños en la Escuela Ollin Yoliztli y un señor me estaba esperando. Me dijo: tu cuarteto de cuerdas Formas acuáticas acaba donde empezó, ¿verdad?, me quedé estupefacto y pensé: y este tipo, ¿de dónde salió? Realmente no es de todos los días que de repente alguien te diga con precisión algo tan específico. Intrigado, me acerqué y se presentó: Eusebio Ruvalcaba a tus órdenes, me gustaría que le dieras clases de piano en esta escuela a mi hija Érika. Sí, claro, por supuesto. Durante un tiempo le di clases a la niña —muy talentosa, por cierto. 

Ese mismo día del primer encuentro Eusebio me dijo: escribí algo sobre tu cuarteto, ya lo verás. En efecto, escribió en un medio importante una magnífica reseña crítica. Después escribió muchas veces sobre diversas obras mías y sobre mi trayectoria, le tengo profundo agradecimiento. 

Eusebio me invitó a comer con mi esposa Tere y conocí a su maravillosa familia y su fascinante mundo literario y musical. Hijo del gran violinista y compositor Higinio Ruvalcaba, su estirpe musical era fabulosa. Tenía una pared tapizada de cds y podíamos tener interminables conversaciones sobre Beethoven, Mozart o Ligeti. Tremendo melómano, se descarrió con la literatura. 

Tenía una muy especial vena irónica como escritor y periodista. Y también una enorme cantidad de seguidores, me tocó estar en muchas presentaciones de sus libros, que siempre tenían gran éxito. Algunos de sus títulos: Músico de Cortesanas, Una cerveza de nombre derrota, Gusanos, El arte de mentir, La tumba del alacrán, Al servicio de la música, Pocos son los elegidos perros del mal, Un año con Mozart… en fin, su producción literaria es amplia. 

La primera obra que leí de Eusebio fue Un hilito de sangre. Me la dio una tarde y me piqué en la lectura sin parar hasta terminarla. Me la tiré de un hilo, eso solamente me ha pasado también con Ensayo sobre la ceguera de Saramago y con Crimen y castigo de Dostoievski. Luego, al platicarle sobre mis tribulaciones en la vida me dijo: No tomalse en selio, como el personaje de un chino sabio en su novela. 

Eusebio Ruvalcaba me brindó una perspectiva humana entrañable, se le recuerda con gran aprecio, es de esas amistades que surgen de manera espontánea e inusitada. Indudablemente enriqueció mi vida con su talento, generosidad y espíritu irónico. 

 

 

Para recuperar los tonos del mundo 

pita cortés  

junio 10, 2017 faro de oriente 

 

enero 19, 2014, eusebio escribió: 

—pita: ¿cómo estás? ¿cómo van las cosas? ¿acaso el mundo ha recuperado sus tonos alegres para ti? 

 

enero 20, escribimos: 

—eusebio, el mundo me importa un bledo, pero sus colores sí me importan mucho. 

—no sabes qué alivio han significado tus palabras, pita, cada pena tuya me sangra el corazón. pero con alegría veo que las cosas empiezan a recuperar su sino. 

eusebio 

 

 

mi madre murió al terminar el año 2013 pero eusebio se enteró en enero de 2014 y tuvo la delicadeza de no invitarme a comer, desayunar ni cenar; esperó pacientemente a que el invierno se fuera y en plena primavera, justo cuando los colores del mundo brillan más, me invitó a presentar su libro temporada de otoño. 

gran regalo de cumpleaños, porque este libro se convirtió para mí en el camino hacia fuertes emociones… de esas que se quedan en la memoria sonora. sin pudor alguno hay que ponerse flojita y caminar tomada de la mano de este hombre que sabe que la fantasía corre a la par del gozo con el arte. son textos breves que no hacen alarde de conceptos y términos que aburren, agobian y terminan por hacernos desistir. 

entre mis compañías más entrañables están el sonido, el silencio, el ruido y eusebio, porque soy una persona que, micrófono en mano, intenta atrapar las sonoridades del mundo con todos sus ecos, sombras y brillo. sé que eso es imposible, pero la magia está en el intento… él me enseña a escuchar, como en los capítulos de este libro, desde la luneta, la platea o un palco. 

a muchas personas no les gusta la luneta y es un excelente lugar, sobre todo al centro, porque desde ahí se capta el sonido de todos los instrumentos y podemos percibir una amplia gama de frecuencias debido, justamente, a la distancia: “ahí la música se desparrama y contagia su energía”, como bien dice eusebio. 

en bellas artes, una de las zonas ideales para escuchar es la luneta porque no tiene muros intermedios y el sonido se desplaza con libertad… es el mejor lugar para escuchar, por ejemplo, el danzón número 2 de arturo márquez, ahí se aprecia la orquestación portentosa de la que nos habla el autor de temporada de otoño: “un tsunami musical, apunta. 

 en el palco el sonido se escucha lateralmente. no es buena idea sentarse ahí cuando se va a escuchar una orquesta sinfónica porque solamente se tiene la opción de escuchar del lado izquierdo o del lado derecho. pero si vamos a oír un violinista, eso ya es otra cosa; por eso eusebio nos coloca en un palco para escuchar el concierto para violín de tchaikovski. ¡guau! afirma: “en un palco se pueden llorar lágrimas de sangre entre amigos que te van a ofrecer un pañuelo y te acompañarán con sus propias lágrimas”. 

aquí en mis manos está su encore, maestro —la parte final del libro, de un gran concierto—. en esta parte, conmovidos y excitados, pedimos con aplausos que se repita ese trozo de belleza que queremos llevarnos en la memoria de la piel y como huella sonora. 

eusebio, maestro: ya estoy en temporada de otoño, y al igual que aquella mujer devastada que alguna vez tocó a su puerta, encuentro en su inagotable presencia sonora una fuente de luz y alegría. 

pregunta usted que cómo van las cosas, si acaso el mundo ha recuperado sus tonos alegres para mí. sí, en invierno sangró el corazón, pero con alegría veo que las cosas empiezan a recuperar su sino. 

como en sus breves mensajes, aquí todo está escrito en minúsculas porque “nada es para tanto”, porque “todos volveremos a la vida por efecto de la música”. soy un ser vivo intenso que ha vuelto a la vida por efecto de la música, la música que usted lleva en el corazón, maestro. 

 

PUNTAS AL ALBAÑIL 

Al único que puede probarlas: Eusebio Ruvalcaba. 

Mis puntas al albañil nada tienen que ver con tu Potato Latkes, Margaret, pero tus líneas me recuerdan tanto esa mañana, cuando mis manos y su boca se movían al mismo ritmo. 

Él reconstruía para mí algunos pasajes de su novela más reciente y yo construía tres platillos para él. Estaba segura de que escogería las puntas al chipotle o a la mexicana porque llevan jitomate, y me esmeré en ellas, pero me equivoqué. Su historia, que yo escuchaba en exclusiva, fue atrapando mi atención mientras con las manos colocaba cuidadosamente en la sartén los trocitos de filete y tocino con un poquito de sal y pimienta. Era un momento especial: su voz a mis espaldas, una luminosa mañana de invierno, un jarro con café de olla que sabe a canela y ese olor de comida que se prepara sin prisa, sintiendo en las manos texturas y habilidad; bajé la lumbre cuando agregué la cebolla fileteada y las rajas de chile cuaresmeño. Quería ganar tiempo para voltear y mirarlo. 

Sus ojos se ponían tristes mientras narraba esa historia de la que yo quería saber más; me llevó a compartir sus emociones que eran tan intensas, tan reales, que empezó a llorar sin que yo pudiera decirle nada porque tenía un nudo en la garganta. Nunca seré escritora —admití interiormente mientras colocaba unas tortillas calientes sobre las puntas al albañil para que sudaran con el jugo de la carne. 

Con él aprendí a guardar silencio, a mirar a los ojos cuando brillan más que las palabras, y en ese momento el silencio resultaba ideal, así que también lo aproveché para sacar el guiso de la lumbre y acercárselo. Me senté a su lado y estúpidamente le pregunté: ¿Cómo se hace? ¿Cómo ocurre? 

Me miró extrañado mientras le daba la primera mordida a su taco, masticaba suavemente, como esperando que me explicara. Quiero decir —agregué— cuando uno descubre que, dormido y despierto, dentro le bullen historias que, como en un embarazo múltiple, crecen y crecen con el deseo de nacer algún día. ¿Cómo ocurre ese milagro? No el de la escritura, no —dije hecha bolas— sino aquello que pone feliz a un editor y que luego festejan miles de lectores. Nuevamente el silencio. Sus labios se movían rítmicamente mientras yo buscaba su mirada. Finalmente la encontré: era placentera, cálida y hasta alegre. 

Tal vez ocurre… —me contestó con una sonrisa antes de tragar el bocado—, vino un silencio y luego agregó, mientras se preparaba su tercer taco: como ocurrieron estas puntas al albañil. 

 

Tengo otros planes,
terminar la primaria y dedicarme a viajar… 

 

Óscar Cote Pérez 

Es genial tener encuentros felices, coincidencias espontáneas.  

Era 1995 o 96, en el plantel U-3 del Colegio de Bachilleres, Puebla, se llevaba a cabo una semana cultural, no recuerdo si me invitaron o me invité. La sala estaba llena, probablemente de pandilleres volándose alguna clase, invitados de los que habían pedido espacio para presentar algo, la chica que siempre me gustó —que ya me había dicho que no— y ciudadanos profesores del plantel.  

Recuerdo haber estado nervioso, sudando, pero pos pues ya estaba ahí: flaco, pelón y con un texto bien chido, el cuento “El abanderado”, de Eusebio Ruvalcaba (para esta colaboración recién lo releí, es increíble cómo entre sus líneas se escondieron varios recuerdos).  

En aquella época de juventúdivinotesoro, al momento de la lectura busqué interactuar con el público en varios momentos, resultó bien. El cuento es breve, va de un niño desmadroso que es puesto en la escolta, al momento de estar ante el micrófono en una ceremonia se le ocurre decir —ni siquiera era evento de las fiestas patrias sino día de la bandera— “¡Viva México!” y los niños en la escuela: “¡Viva!” (y la gente en la sala donde yo hacía la lectura también: “¡Viva!”); “¡Viva el subcomandante Marcos!”, y los niños en la escuela: “¡Viva!” (y en la sala donde leía se escuchó el sonoro rugir del “¡Viva!”).  

Y bueno, al protagonista lo cambiaron de escuela. Por mi parte viví un momento agradable y divertido, y quienes estuvieron en esa sala también, gracias a Eusebio Ruvalcaba. Hoy tengo la fortuna de hacer la formación gráfica de este material en su memoria, ¡salud onde andes, maestro! 

La última posdata 

 

Adán Cruz Bencomo 

Eusebio era un buen hombre, buen amigo, buen escritor. En todas tres naturalezas —así se decía en el siglo XVI, sin el artículo correspondiente— en todas tres naturalezas, pues, a cual más, mejor dicho, magnífica. Tanto, que no sé cuál sea más importante —o más grande—, si la del hombre, el amigo o el escritor. Como en el caso de Beethoven, quien a ratos se me representa más grande como hombre que como músico, así me ocurre un poco con Eusebio. El sordo de Bonn es inmortal, cierto, por su Novena, su Patética o su Concierto para violín en re mayor, pero lo es también por la cantidad de sufrimiento que supo resistir con la tragedia de su oído y con la desdicha o desgracia de sus amores. En el caso de Eusebio, dejó historias memorables en sus novelas y cuentos, pero también en el trato y generosidad con sus amigos. 

Una vez lo invité a dar una plática sobre uno de sus libros en la Preparatoria 9, escuela en donde yo daba —y doy— clases. Causó revuelo su presencia entre los estudiantes. Entre gritos, risas y aplausos de muchachos, Eusebio estuvo durante más de tres horas respondiendo cada una de las preguntas. Yo nunca tuve cómo pagarle esa gran ayuda que me dio con la formación humanística de los jóvenes. Al día siguiente, cuando platiqué con los alumnos, había en sus palabras un entusiasmo diferente. Presumían la dedicatoria de sus libros, leían pasajes del Hilito…, recordaban las ocurrencias y metáforas de Eusebio y me pedían con pasión que lo volviera a invitar. 

Desde ese día, Eusebio y yo quedamos amigos. 

Luego, él me invitó a comer a su casa. Comimos unas ricas viandas preparadas por Coral, platicamos de libros y de música —de qué más íbamos a platicar— y cuando dijo que ya era hora de ir al periódico donde trabajaba, me ofrecí a acompañarlo. En el trayecto, me platicó cómo se hizo escritor, cómo publicó por vez primera un libro y cómo una de sus principales influencias era J.D. Salinger, un autor, por cierto, que yo no conocía. “He leído ese libro como tres veces”, me dijo. Bajamos en Insurgentes y tomamos otro camión rumbo a la colonia Pensil, si mal no recuerdo. 

Luego nos vimos muchas otras veces en otros muchos restaurantes y cantinas y bebimos muchos otros tequilas. Eusebio era un hombre triste, como muchos otros hombres verdaderos. Por eso quizás gustaba tanto de la alegría, pues sabía lo que era la tristeza. 

Yo lo recuerdo mucho, lo extraño, sobre todo cuando escucho un concierto para violín, pero también cuando releo las colaboraciones que dejó en infinidad de revistas y periódicos. Y aquí, cuando llego a este punto, me vuelve a pasar lo del hombre y el amigo, porque no sé cuál es más grande, si el escritor o el periodista, en caso de que éstos fueran dos quehaceres diferentes. Y es que el genio de Eusebio cupo así en la ficción como en la fugacidad de una realidad cotidiana. Tan grande fue en la extensión de una novela como en la brevedad de un artículo de periódico. 

El teatro, otra cara de mi amigo poco recordada, fue asimismo otro género que cultivó con pareja fortuna. Conservo entre mis papeles una vieja revista del año 79 del siglo pasado, dirigida por mi maestra Eugenia Revueltas, hija del gran violinista y compositor Silvestre Revueltas, en la que Eusebio consigue el primer lugar en el XII Concurso de la Revista Punto de Partida, con la obra en un acto Bienvenido, papá; el jurado estuvo compuesto por Vicente Leñero, Armando Partida y Rubén Piña. 

Poco antes de morir, Eusebio me mandó una antología que él había preparado sobre los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos y en la que me había invitado a colaborar. Entre las páginas del libro metió una tarjeta, escrita de su puño y letra, en donde entre otras cosas me agradecía la invitación que yo le había hecho para dar una conferencia en Durango sobre el autor del Sensemayá, y en la que, muy a su estilo, ponía varias posdatas y las ordenaba por número. 

En la “pd, 1”, me preguntaba: “¿supiste que estuve en Canal 22 comiendo tacos de alacrán?” 

En la “pd. 2”, me decía que ya había colgado en su habitación la imagen de la “Santísima Trinidad duranguense: Silvestre Revueltas, Pancho Villa y un alacrán enorme.” 

En la “pd. 3”, me pedía que comiéramos pronto y me comentaba que quería someter a mi “consideración literaria”, la posible publicación de un libro de aforismos. Por ese entonces yo dirigía la casa editora del Politécnico y estaba relativamente próxima su Feria del Libro. En realidad, lo que yo quería publicarle era una selección de sus mejores artículos de periódico. Desgraciadamente, no se pudo ni lo uno ni lo otro. La muerte nos ganó. 

En la última posdata, la “pd. 4”, simplemente decía “¡Hasta pronto!”, despedida que hoy uso igual, Eusebio querido, para responderte, muchos años después: Hasta pronto, mi buen Eusebio. Ojalá no te olvides todavía de nosotros. Ojalá. 

¡Feliz cumpleaños!” 

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