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viernes, abril 19, 2024

Miguel Barbosa, la historia lo esperaba

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Más de una decena de prominentes miembros de la izquierda poblana y defensores de la democracia en los siglos XX y XXI desearon lo que Miguel Barbosa Huerta ha logrado: ganar dos veces la gubernatura de Puebla.

Entre la lista de notables no hay nombres a la ligera. Entre los más lejanos en el tiempo, por ejemplo, está José G. Alarcón, estudiante de la UAP y miembro del Club Antirreeleccionista que desafió al establishment para recibir a Francisco I. Madero, en una época en que la propia presencia del opositor a Porfirio Díaz significaba el encarcelamiento inmediato.

La osadía de Alarcón, en obvia complicidad con los Hermanos Serdán y Gil Jiménez, fue castigada doble- mente: cárcel y el cierre temporal de la universidad.

Otro tipo de cerebros políticos, a mitad del siglo XX, también buscaban lo mismo, con la diferencia de que tenían en su haber, nada más y nada menos que la caída de los gobernadores Antonio Nava Cas- tillo y Gonzalo Bautista O´farril.

Fueron rectores que desde el edificio Carolino vieron el paso de la historia: Luis Rivera Terrazas, Sergio Flores, Julio Glockner, Samuel Malpica Uri- be, Alfonso Vélez Pliego.

Todos soñaban con llegar al poder para cambiar- lo. La calle era suya, los movimientos sociales eran el ADN de su lucha. Un gobierno para y con el pueblo era el mantra de sus convicciones.

La historia, no obstante, tenía reservada una sorpresa para la izquierda poblana. No sería un rector, pero sí un antirreeleccionista, liberal, socialdemócrata y hombre ideológico el que tomara las riendas del poder.

Lo sería un hombre de Zinacatepec que en su primer cargo público en Tehuacán renunció de manera fulminante tras denunciar la profunda corrupción en el Ayuntamiento.

Ese hombre, para recelo de muchos, fue el encargado de darle vida institucional a la izquierda poblana -a través del PRD y ahora en Morena- mientras forjaba su carrera en la arena política nacional. Allí donde se forman los hombres que han marcado la historia del país.

Ese poblano de la Sierra Negra fue el primer gobernador de izquierda de Puebla.

Y su tiempo estaría marcado por una coyuntura crucial para México que lo puso a prueba para ver si estaba a la altura de sus antecesores, quienes tuvieron el mismo poder y la misma investidura (aunque tuviera otros nombres oficiales): Independentistas (Manuel Gómez Pedraza, o Guadalupe Victoria), liberales (Nicolás Bravo, Miguel Cástulo Alatriste, Jesús González Ortega, Miguel Negrete, Juan N. Méndez o Juan Crisóstomo Bonilla), revolucionarios (Luis G. Cervantes, Luis Sánchez Pontón) o marxistas (Vicente Lombardo Toledano).

Miguel Barbosa, el primer gobernador de izquierda en Puebla, no podía quedarse atrás de su tiempo histórico. Por eso desmontó no sólo un rapaz modelo de negocios, sino que dio los santos óleos a la generación forjada por el doctor Alfredo Toxqui Fernández de Lara que derivó en el amasiato del priismo y la ultraderecha; y, principalmente, cortó de tajo el regreso del neoavilacamachismo que encabezaba Rafael Moreno Valle Rosas.

Para la Puebla que recibió Miguel Barbosa, se necesitaba un nuevo régimen. Y desde hace 30 años,

el oriundo de Zinacatepec ha venido caminando al lado del hombre que sentaría las bases de ese nuevo modelo de país. Un tabasqueño llamado Andrés Manuel López Obrador, que bautizó a su movimiento como Cuarta Transformación y con esencia humanista mexicana.

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La última vez que un gobernador salió a la calle engañado por los fantasmas y espejismo del poder fue en 18 de octubre de 1972.

Gonzalo Bautista -heredero del avilacamachismo e integrante de la clase política priista que echó a la borda el futuro del país- pensó que el amasiato entre el PRI, la iglesia, la ultraderecha pacata y los empresarios locales forjaban el poder necesario para sofocar a un gran movimiento social que lo mismo tenía un pie en la UAP y su corriente marxista, en las organizaciones campesinas, sindicatos obreros y sectores liberales.

Peor aún: creyó que la línea dura que ocho años atrás había impuesto Antonio Nava Castillo, a punta de bayoneta y bota militar, era la mejor solución.

El asesinato de Joel Arriaga, Enrique Cabrera Barroso y la represión del 1 de mayo de 1973 solo provocaron su estrepitosa caída y envió al clóset el amasiato entre el PRI y la ultraderecha que se re- produjo sin mácula los siguientes siete sexenios con la salvedad de Manuel Bartlett Díaz.

 

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Hace un poco más de 30 años, Miguel Barbosa Huerta estaba en plena lucha dentro la izquierda mexicana. Fue testigo de la persecución de Carlos Salinas de Gortari en contra de los militantes del PRD, el partido que aglutinó a toda la izquierda tras el fraude de 1988. En Puebla, le tocó configurar y dar vida al sol azteca con todo lo que eso representaba.

Son inolvidables las pláticas del mandatario cuando recuerda aquellos tiempos en que iban a la lucha electoral sabedores de que perderían por completo, pero lo hacían contentos y, al día siguiente de los comicios, ya estaban planeando la siguiente lucha.

Barbosa también fue testigo privilegiado del arribo de la izquierda a la Ciudad de México, el camino de Andrés Manuel López Obrador en su lucha por cambiar radicalmente al país. Desde la cúpula del PRD, el poblano supo resistir y entender al poder. Fue parte de la generación de políticos socialdemócratas que estaba preparándose para tomar el poder.

El fraude de 2006 y la desaseada elección de 2012 solo confirmaron que el país había dado un

peligroso giro a la derecha. Las promesas de democracia de Vicente Fox quedaron en una ridícula anécdota, lo mismo que su gobierno que puso fin a 80 años de priismo.

Fue hasta 2018 cuando la izquierda llegó a Palacio Nacional y lo hizo como lo sabe hacer: arrasan- do en las urnas, con la voluntad popular volcada sin cortapisas. Más de 30 millones de votos a favor de quien en dos ocasiones le negaron el triunfo.

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En la ola lopezobradorista, Miguel Barbosa se convirtió en la víctima del viejo sistema que se negaba a morir. Un fraude avalado por los organismos electorales -locales y nacionales- lo dejó sin acceso al poder. Lo que consejeros y magistrados no vieron en ese momento es que habían cavado su propia tumba. El fallo a favor de Martha Erika Alonso, auspiciado por todo un grupo de poder que amalgamó Rafael Moreno Valle, exhibió que la justicia electoral estaba a la venta del mejor postor.

Barbosa se convirtió entonces en la voz que clamaba en el desierto y cuya historia era la muestra evidente de que todo estaba podrido.

La tragedia del 24-D -que convirtió en cenizas al neoavilacamachismo- llevó al oriundo de Zinacatepec a una nueva contienda, no sin antes tener que sortear una serie de obstáculos del rancio priismo que se enquistó en Morena.

Lo que pasó en esa contienda electoral fue una muestra de lo que significa ser un hombre de su tiempo: Con el triunfo en la bolsa, Miguel Barbosa tomó el micrófono la noche del 2 de junio de 2019 para hacer un ejercicio inédito en la historia política del estado y, quizás del país.

Palabras más, palabras menos advirtió que los resultados electorales obligaban a una profunda reflexión. Si Morena había ganado, dijo, fue gracias a las alianzas que construyó personalmente en el interior del estado, es decir, a su apertura para sumar a los mejores cuadros y liderazgos en la entidad.

Los resultados en la zona urbana, reconoció, eran devastadores. Y si a eso se sumaba la baja participación de los electores, su gobierno estaba frente a un grave reto. Por eso lanzó las palabras que ahora han quedado olvidadas, pero que dan sentido a todo el gobierno de Barbosa Huerta e incluso a la muestra de músculo este domingo durante la marcha en defensa de la 4T: Apertura, conciliación e ir por aquellos que no estaban convencidos del cambio.

Fue así que comenzó a desmontar el viejo régimen plagado de corrupción, abusos y privilegios que sumieron a Puebla en una de sus peores crisis. Destapó la cloaca y nos enteró que durante el morenovallismo vivimos una ilusión: Ni éramos una ciudad de primer mundo ni estábamos entre

los mejores del país. Por el contrario, el estado fue hipotecado por tres décadas para pagar los caprichos de un sujeto que estaba obsesionado con la presidencia de la República.

La transformación de la entidad estaba en marcha. Golpes contra la corrupción y las mafias delictivas que pululaban por doquier, fueron piezas clave para enviar un mensaje de autoridad. Todo caminaba por la ruta definida, pero a alguien en Wuhan, China, se le ocurrió comerse un murciélago y provocó la peor pandemia de la tengamos memoria en la historia reciente.

Con la presión de atender la emergencia sanitaria, luchar contra la corrupción, combatir al crimen, reorientar recursos para los sectores menos favorecidos, Miguel Barbosa también diseñó la arquitectura legal que daría pie al cambio institucional.

Y mientras todo eso pasaba, el gobernador no se olvidó de lo que vio ese 2 de junio de 2019. Es por eso que tendió puentes, amarró liderazgos e impulsó la creación de una nueva clase política. El establi-shment había sido borrado.

Conclusión: Para la elección intermedia de 2021 el nuevo régimen se consolidó e inició una nueva etapa: la de limpiar a fondo al partido.

Es curioso que al igual que a mitad del siglo XX, los principales enemigos de la transformación fueran la ultraderecha, priistas trasnochados y un sector marginal de la izquierda, aquella que está dispuesta a venderse por unas cuantas monedas (la izquierda exhibida y denunciada por José Revueltas).

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El arribo al poder de AMLO y Barbosa terminó con el régimen de los privilegios. Los primeros en res- pingar fueron aquellos que eran los beneficiarios de las canonjías: partidos, políticos, empresarios, intelectuales, organizaciones clientelares que en los hechos son auténticas organizaciones criminales.

En Puebla, el gobernador exhibió la misera humana, política y de acción de la Organización Nacional del Yunque y sus organizaciones fachada. Además, puso en la palestra a aquellos supuestos izquierdistas que resultaron más corruptos, más ruines o más estúpidos que el más rancio priismo.

AMLO, en su jerarquía, también tuvo que hacer frente a los embates de sus adversarios: el conservadurismo, la derecha, los fifís, los que quieren el regreso de los privilegios.

El 13 de noviembre pasado, un sector de la sociedad que se oponen al régimen de AMLO y la Cuarta Transformación salieron a marchar, bajo el pretexto de defender al INE. La capacidad de movilización fue buena y generó especulaciones por doquier.

Pero fue en Puebla donde se plantó cara a ese sector. La historia es conocida: Miguel Barbosa convocó a una marcha en defensa de la 4T y de AMLO a fin de demostrar que la calle le pertenece a la izquierda y no a los conservadores. Tres días después, la iniciativa escaló a nivel nacional y ahora no hay ni quien se acuerde de los marchistas a favor del INE.

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La marcha en defensa de la 4T y AMLO de este do- mingo 4 de diciembre tomó un nueva cariz a la luz de la historia reciente y la estrategia definida por Miguel Barbosa.

La movilización, dijo, no tuvo como finalidad de obtener un beneficio electoral ni promocionar a nadie ni fue ideada para atacar a ninguna institución sino más bien representó la confirmación de que es urgente la transformación de las instituciones que rigen a los mexicanos.

En otras palabras: Las instituciones que tenemos en México deben evolucionar porque han quedado rebasadas y pertenecen a una lógica del pasado. El mejor ejemplo es el INE. Y Miguel Barbosa sabe a qué se refiere. El fraude de 2018 lo confirma.

Pero la marcha también dejó firme la esencia de la Cuarta Transformación: la calle es de la izquierda y eso significa demostrar que la gente “está de ese lado chingao”, convencida de lo que ofrece y pro- cura. Es ahí, donde Barbosa puede presumir que su estrategia de alianzas, apertura y unidad que des- cubrió necesaria la noche del 2019 está viva y aglutina a la mayoría de los poblanos.

Y como detrás existe una lucha ideológica, la marcha significó, de paso, la mejor forma de silenciar aquellas voces del pasado, privilegiados de los excesos del poder, que pretende hacer creer que la razón les asiste. Barbosa le dio los adjetivos precisos: La hipocresía y falsedad.

En los siglos XX y XIX la izquierda poblana soñó con llegar al poder.

Y el encargado de cumplir el anhelo fue un antirreeleccionista, liberal, socialdemócrata y hombre ideológico de la Sierra Negra, forjado en la élite nacional de la política. Sobre todo, un hombre de izquierda que ha demostrado tener los tamaños para estar a la altura de otros grandes hombres que han detentado el mismo poder e investidura, sin importar si eran independentistas, liberales, revolucionarios.

Al final, estamos frente a la Cuarta Transformación y todo lo que eso conlleva, incluido estar a la altura de los tiempos.

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