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jueves, junio 26, 2025

Trama séptima: La nínfula extraviada Capítulo 35. Lágrimas en los ojos

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Nota del autor

Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios

Trama séptima: La nínfula extraviada

Capítulo 35. Lágrimas en los ojos

La prima lejana de Perla, María, se fue a vivir con ellos. La idea es que cuidará a la bebé en lo que ella se recuperaba. Odiaba estar gorda. O como ella decía: gorda y fofa. Quiso ponerse en forma pronto y le dio por trotar en el fraccionamiento en el que vivían. Las semanas pasaron. El ambiente en casa era agradable, pero Perla empezó a extrañar las drogas, el alcohol y, sobre todo, al papá de su hija. Un día le habló por teléfono. Se vieron. Tuvieron sexo tres días. En ese lapso, Raúl no supo de ella. Estaba triste, furioso, lastimado. Cuando ella regresó, con ropa nueva y lentes oscuros de marca, no hubo reproches. Pensó que si no le reclamaba no habría una segunda vez. Nuevo y castrante error. Dos o tres veces más, Perla se ausentó del departamento. Su regreso fue terrible: el amigo del oaxaqueño la había vuelto a golpear. Al poco tiempo, resultó embarazada. Raúl quiso creer que el bebé era suyo. Ella no lo sacó de su enésimo y reiterativo error.

Ya con dos hijos, la vida de Perla cambió. Se fueron a vivir a Teziutlán ante la muerte en un accidente del padre de Raúl, quien se hizo cargo de los negocios familiares y de su naciente familia. Meses después, por fin nació el primer hijo de ambos. Y vinieron un segundo y un tercero.

El periodista Juan Pablo Vergara se la encontró una mañana en un restaurante de barbacoa llamado El Hidalguense, a unos pasos de la avenida Esteban de Antuñano. No la reconoció de inmediato. Era una Lolita (o Perla, o Perla Petra) acabada por los años y por las onerosas facturas del pasado. Estaba gorda, pálida, despeinada, en chanclas. Muy lejos de la belleza que algún día fue. Tenía orzuela, paño en el rostro y varices en las piernas. Y cinco hijos a su lado, y un marido celoso. El saludo fue breve, aprovechando que Raúl había ido al baño.

—¡Lolita! ¡Qué gusto verte! ¿Son tus hijos?

—Sí, tú crees.

—¿Cómo estás? Siempre guapa —mintió él—.

—¿Y qué fue de Freddy, el amigo con el que ibas al Manhattan?

—Se casó, se divorció y se volvió a casar. ¡Ese Kirvan!

Quiso reír y le salió una mueca. Era la mujer más triste con una familia en los hombros que Vergara hubiese visto nunca.

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