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jueves, marzo 28, 2024

Sigilo 45

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Capítulo 45

El hijo del alba

 

Entonces, ¿el famoso sigilo ya estaba construido desde hacía mucho tiempo? El video de Catalina y su amante debería de remontarse a unos 18 años antes.

Sumida en mis cavilaciones, no reparé en el escándalo de una mesa de chicos que hacían todo lo posible para llamar la atención. Tendrían unos 20, 23 años. Yo escribía notas a mano y buscaba entre las carpetas la filiación del hombre tatuado. Recordaba (y eso fue muy al principio de mis acercamientos al grupo de las Hijas de la Luz) que las amigas de Cata le mencionaron en algún momento a su novio secreto. Ella puso los ojos en blanco y dijo: ”Si no hubiera yo envejecido tanto…”

En esa ocasión yo estaba inmersa en la ola de diversión a la que me arrastraba Julieta. No veía nada de malo en que Cata hubiera tenido un novio en el clóset. Sobre todo porque poco después su marido fue asesinado. Me parecía muy feo que ella no hubiera tenido un compañero con quien llorar por las noches.

Ahora me preocupaban más otros secretos. Si el sigilo tenía casi 20 años de construido, ¿qué habían estado buscando? ¿Por qué atraer alumnas para, supuestamente, generar un coro de voces femeninas que recitaran el conjuro y se abrieran las puertas para invitar a los ángeles a bajar cuando se lograra construir un artefacto que ya estaba elaborado?

¿Acaso les falló el asunto de la llave? Se suponía, según entendí de la poca información a la que me dieron acceso, que debía abrirse mediante un sacrificio. Yo siempre supuse que sería un chivo o un gallo, al estilo de los rituales candomblés. ¿Y si invitaron a un semental como el que aparece en los videos para preñar a alguna de las mujeres y así entregar al sigilo un ser inocente? ¿Y si habían pasado todas por las armas del guerrero negro y con ninguna pegó más que con Cata y no resultó nada bien?

Todas las preguntas se me congregaban en la cabeza. La más necia y por eso quizá más importante: ¿por qué demonios me dejé convencer de asistir a esas estúpidas reuniones? Lo único bueno que obtuve del tema del sigilo había sido mi marido. Nada más. Ahora ya ni la amistad de Julieta, ni la esperanza secreta de curar a mi hija mayor. Solo así logró mi amiga quebrantar mis objeciones. Cuando le platiqué de la enfermedad de la niña, su sufrimiento, sus agónicas crisis por falta de aire acabó convenciéndome.

A estas alturas ya creía que esas mujeres eran unas frívolas que deseaban conseguir prebendas celestiales sin hacer nada de provecho. No me iba a rendir tan fácil. Empecé a buscar en todas las carpetas. Pero la mayoría eran de Catalina con su novio, paseando en bicicleta, comprando uvas en el mercado de Cholula, caminando hacia la cima de la pirámide. Justo como dos novios acaramelados, que en la noche le daban rienda suelta a la hilacha de sus perversiones sexuales.

De pronto miré otra carpeta que me había saltado. Es un video de día, quizá de las primeras horas de la mañana. Una época más cercana a la actualidad. Catalina y Julieta se acercan a un cadáver. No pude identificar de quién se trataba. Julieta se para en jarras delante del cuerpo y grita que cómo había sucedido eso. Después se meten a la casa y bajan a la cámara del sigilo. Ahí el sonido de la grabación es más nítido.

Mi amiga le propone a Cata descuartizar al tipo y darlo de comer a sus animales, de otra forma la policía investigaría a fondo el predio y darían con él. Tras un titubeo, Catalina le dice que llamará a su novio, que después de casi 15 años ha vuelto a encontrar. Julieta le pregunta si está segura, porque si el hombre logró encauzar su vida, quizá no acepte ese compromiso.

Tras una breve discusión, acaban llamando a Harper para que las ayude. El movimiento de cámaras, perfectamente sincronizado, capta la llegada del pseudomago y su recorrido por el pasillo que conduce a la “Cámara de la muerte”. Alguien había editado ése y muchos de los videos anteriores, pero ¿con qué fin? Al entrar, Harper busca sentarse y, casi limándose las uñas, le habla a la dueña de la casa en voz tan baja que es imposible entender todas sus palabras. Algo le está pidiendo. Y por su actitud y la de ella, más que una solicitud es un chantaje, una extorsión. Ambos se enfrascan en una discusión que tratan de mantener alejada de otros oídos. Pero los poco diálogos audibles me revelen que Cata y él ya habían matado antes a alguien. La diferencia es que ahora el cadáver iría a acabar en la panza de los animales del jardín. Julieta, la única que presencia el diálogo, abre los ojos asombrada. ¿Quién filma entonces? O se trata de una cámara fija instalada estratégicamente?

En eso, el jardinero entra con el cuerpo del mafioso al hombro. Antes de que puedan reaccionar lo echa sobre el sigilo. Va de salida cuando Harper saca una pistola y le pega tres tiros. Una espiral de humo surge del centro del sigilo. La cámara cae al suelo o la suelta quien está filmando. Durante unos instantes se ve el piso del salón secreto de la hijas de la luz… Cuando la escena se hace visible de nuevo, pueden apreciarse dos figuras humanas. Imposible decir cómo van vestidas, una luz turbia las rodea.

Una de ellas habla con voz más rasposa que una lija. Dice algo en ese idioma que ya detesto. No puedo comprender. La cámara vuelve a caerse y luego de la imagen del el piso reaparece la mesa del sigilo. Las figuras humanas se han esfumado. Al parecer ni Julieta ni Harper entendieron todo lo que la figura oscura acaba de decir. Con cara aterrada Julieta pregunta:

–¿Quién era ese y qué dijo, Catalina?

–Eran Marut y Harut de Babilonia –contesta Cata en un tono muy tranquilo–. Bueno, la Babi ahora se llama Irak. Dice Marut que nos ven muy bien y saludables. Y que ya querían conocernos en persona. Su misión es enseñarle justicia a los usuarios del sigilo.

–¿Sólo eso? Habló mucho –intervino Harper.

–Se los traduzco tal y como lo dijo: “Ustedes ya fallaron, como nos pudimos dar cuenta con este pobre muerto. Nosotros les hablábamos a la oreja en todos los tonos. Nunca nos hicieron caso, o sea, fallamos. Tú, mujer, me dijo a mí, nos diste vino y sangre. Nos mostraste tu cuerpo desnudo en este mismo recinto, tu sexo abierto y dispuesto a alojar a quien te debería preñar. Si conocen la historia, ustedes con sus acciones nos apartaron de nuestras tareas asignadas y ahora tendrán que pagarnos con su cuerpo y su sexo. Nos antojaron, pues. Muy pronto volveremos a visitarlas. Gracias por dejarnos salir. Nosotros somos dos, que ya hemos escogido mujer. A las que sobren las visitarán representantes del ‘hijo del alba’. ¿Saben quién es él?”

En ese punto Julieta se vuelve enojada a ver a Cata:

–¿Y qué más?

–¿Y de mí dijo algo? –inquirió Harper?

–Eso fue todo. En ese momento desaparecieron –replicó Cata.

Cuando las dos presencias se disuelven en el video, de inmediato sentí la cercanía de un ser humano en la realidad. Resoplaba como caballo. Poco a poco me fui volviendo consciente de que estaba en un lugar público, el Starbucks. Estaba rodeada del grupo de muchachos que habían estado sentados en una mesa cercana. Uno de ellos me dijo: “Recoge tus cositas y acompáñanos. Ya ves que estás condenada a ser usada por los representantes del señor del alba.” Sentí la boca de un arma incrustándose en mi costillar izquierdo. Era una pistola. Los otros jóvenes jugueteaban con navajas.

—¿Me puedo llevar mi computadora? —pregunté sin poder creer lo que me estaba pasando.

—Claro —dijo el que parecía el líder. Ahí hay imágenes que le van a poner salecita y chilito a la diversión.

Recogí mis cosas y salí, escoltada por el grupo de alegres muchachos.

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