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viernes, abril 19, 2024

Se dicen cosas horribles de ti / 09

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ENTREGA IX

Todos los nombres de los personajes son reales.
Todos los enredos de los personajes son ficticios.

 

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Los hijos de José Agustín tenían fama de macizos desde niños. José Agustín era algo así como el profeta del peyote que llegaba con las frases más extrañas y divertidas a las fiestas. Mientras los padres intelectuales bebían tequila o vodka, José Agustín tomaba agua solamente. Sobre él se decían las cosas más horribles.

Detrás suyo decían que siempre andaba prendido por la mariguana y que por eso sólo bebía agua y se había vuelto vegetariano. En realidad todos eran mitos y calumnias. José Agustín comía cecina de Yecapixtla todos los sábados, y los domingos le entraba a la pancita. También bebía tequila y cerveza, pero cuando se metía su Acapulco Golden o unos hongos oaxaqueños no los mezclaba con nada.

Después de su caída en Puebla, Elena Poniatowska le recomendó comprarse un klōn en la NASA para que no se fatigara en las presentaciones de libros. Con un adelanto de su nueva novela, el autor de De Perfil se compró su klōn, al que bautizó “Eligio”, como el personaje de una de sus novelas. A partir de entonces mandaba a Eligio a todos lados.

A la casa de Juan García Ponce, en Coyoacán, llegaba muy seguido un joven poeta que se decía amigo de Octavio Paz: Roberto Vallarino. Cada vez que iba le llevaba cannabis sativa. “Una chupada al día mantiene al médico lejos, Juan”, le decía. Vallarino nunca fue a la FIL. Y si fue, nunca presentó un libro.

Entre las cosas horrorosas que se decían de él me quedo con una. Un día fui a dejarle unos poemas para la revista Cuadernos de Literatura, que Vallarino hacía con Pancho Segovia. Él vivía entonces en la calle a Puebla, colonia Roma, en la Ciudad de México. Me abrió su mamá metida en una bata y unas pantuflas. Subí la escalera. La habitación de Roberto estaba francamente dañada. Me recibió fumando un cigarro mientras buscaba algo. Tiraba libros, tiraba ropa y no encontraba lo que buscaba.

—¿Dónde chingada madre dejaste mi pinche mota, madre? —gritó con fuerza.

—¡Yo no he tomado una chingada! —gritó desde su bata.

—¡No te hagas pendeja que aquí la tenía!

—¡Qué pinche boquita tienes, Roberto! ¿Qué va a decir tu amigo de nosotros?

En ese momento no dije nada. Trabajé con Vallarino años después en el unomásuno y tampoco dije nada. Lo dejé de ver y olvidé el asunto. Lo recordé, clarísimo, el día que leí que se había muerto.

Para entonces ya se decían cosas horribles de Vallarino.

 

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Cuando un klōn se encuentra con otro klōn suelen reconocerse a primera vista, pero no se delatan. Lo único que ocurre es que mandan un mensaje privado a la base que se encuentra en la NASA y conversan sobre temas programados con anterioridad. Por ejemplo: el liberalismo en la obra de Jesús Reyes Heroles o la contaminación en los mares que afecta a los corales. Si el encuentro es casual, platican de temas domésticos como la inminente alza en el precio de las gasolinas o cómo estará el clima durante las próximas veinticuatro horas, o cómo será México si algún día llega a ganar López Obrador. Si el encuentro es programado, la charla se volverá erudita.

Elena Poniatowska pidió que su klōn fuera de izquierdas, por lo que sea cual sea el tema que esté tratando el klōn termina diciendo que el mejor candidato para la presidencia de México es Andrés Manuel Lopez Obrador. En un tiempo el klōn se despedía con una frase que pocos entendían: “¡No abusen!”. Cuando su klōn va a una manifestación de apoyo a los homosexuales, bisexuales, transexuales e intersexuales, regresa gritando consignas como “¡Si Juárez viviera con nosotros anduviera!”, “¡Si Zapata viviera de tacones anduviera!” y ”¡Esta marcha no es de fiesta, es de lucha y de protesta!”. Y así se la pasa gritando tres o cuatro días aunque lo metan al clóset.

Elena Poniatowska lo bautizó con el nombre de Jesusa Palancares, personaje de su novela ¡Hasta no verte, Jesús mío!

 

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Una vez que la Poniatowska compró su klōn en la NASA (en Cabo Cañaveral, Merritt Island, Florida) su casa en Chimalistac se puso de cabeza. Todos querían que estuviera encendido horas y horas. Sus nietos pasaban de largo buscando al klōn. ¿Dónde está Chucha?, preguntaban. Al principio se confundían y no sabían cuál de las dos Elenas era la real. Felipe Haro quiso entonces vender el producto entre los escritores a cambio de una comisión del 15 por ciento. Así se lo planteó a Marisol Schultz, la directora de la FIL, quien hizo el primer contacto para su jefe, Raúl Padilla, con Kate Qiu Guangzhou, CEO de Lechuang Electronic Technology Co.

Lechuang Electronic fue la primera en fabricar los klōnes 7D, y a ellos recurrió Marisol Schultz para aliviar la fatiga crónica de su jefe, quien no se daba abasto entre la FIL, la semana de cine y el clan AntiAMLO. Schultz consiguió por 13 mil dólares el primer klōn intelectual, pues la empresa china sólo construía klōnes de políticos en campaña para que saludaran a los automovilistas en los cruceros. Fue un fracaso. El klōn hablaba en chino cantonés y nunca aprendió una sola palabra en español. Fue entonces cuando la propia CEO de la empresa le dijo que la NASA estaba construyendo klōnes para intelectuales, periodistas y funcionarios culturales.

Una vez que adquirió por 20 mil dólares el klōn para Raúl Padilla, la señora Schultz empezó a vender mediante cómodas comisiones el producto entre los suyos. La primera en adquirirlo fue Elena Poniatowska, a quien convenció su hijo Felipe. Fue cuando hizo un trato con Marisol Schultz para extender la venta a todos los ámbitos posibles. Felipe Haro se llevó las más jugosas comisiones gracias a la triangulación. A todo mundo le vendió klōnes. Lo mismo al ex futbolista Hugo Sánchez y al stripper Sergio Mayer que al escritor Christopher Domínguez, aunque éste fue el último en adquirirlo.

Domínguez Michael bautizó su klōn con el nombre de Tolstoi. Hugo Sánchez le puso Joserra. Mayer, Pichulita. Roemer, Richard. Por Ricardo Salinas Pliego. Cuando se dio a la fuga, tras las decenas de denuncias por violación y acoso sexual, Roemer se llevó a su klōn a Jerusalem para tener con quien charlar en las noches de insomnio. Fueron tantos los discursos que le endilgó que Richard tuvo una sobrecarga genética y murió de diarrea crónica.

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