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jueves, abril 18, 2024

La Amante Poblana 29

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Capítulo 29

La fiesta del pollo

 

Un cigarro tras otro. Más vino. Pequeñas lonchas de jamón.

Narda estaba particularmente encantadora contando por enésima vez cómo fue que se ligó al magistrado Méndez Brito en plena campaña del 98.

 

–Me metí de argüendera porque mis comadres eran de Zacapoaxtla y Coco necesitaba nuestro apoyo. Yo comía como troglodita en las giras, porque no me dejarás mentir, Manuel, que cuando van el candidato y su tropa a las comunidades es una grosería no bailar con el guajolote y entrarle a todo lo que te vayan ofreciendo en las casas. Ahí fue donde pasé de ser talla 7 a 9 y ya no pude regresar jamás. Pero no me importaba porque a los hombres de ese tiempo lo que les gustaba era que uno tuviera las carnes bien puestas. ¿Sí o no, Manuel? Era un fundillo de vieja.

–Muy guapa, Narda. Lo que le sigue, más bien. A mí la verdad nunca me han gustado tan voluptuosas.

–No jodas, ¿y Josefina? ¿Y la señorita tibor?

–¿Quién es la señorita tibor, Narda?

–Ay, Anais. Cómo que no la conoces.

–No, no, Narda, no empieces. Es falso que anduvimos.

–¿Cómo falso? Si hay grandes historias sobre sus panchos.

–¿Quién es?

–Nadie, nadie. Aquí a mi estimada Narda se le van las cabras. Estás confundiendo todo.

–Ahora resulta que has sido un santo, Manuel, no mames.

–No, pero la Tibor no fue nada mío. Mi clienta, eso sí.

–Cuéntanos, querido (dijo Anais) ¿se te lanzan mucho las señoras en el despacho?

–Soy incapaz de hablar de eso, me rehúso. Narda está peda y se le está yendo la lengua.

–Obviamente no, Manuel. Y contestando a tu pregunta, Anais: sí, las señoras que van a buscar a Manuel para que las divorciae, evidentemente llevan dobles intenciones. Llegan ahí a contarle sus intimidades más grandes y, como decirlo, le dan a desear esa flor que sus esposos han dejado marchitar.

–¿Cómo se te avientan? ¡Ay, ya, estás muy serio, Senderos! Échate otra copa.

–Como en toda profesión que implique hacer que alguien gane algo, siempre puede entrar el juego de la seducción. Sí, ha habido veces en las que la dama llega y me empieza a contar cosas que ni le pregunto. Hay convenios de divorcio que se dan en medio de una trama que casi siempre pone al hombre como un vago, un huevón o nalguero o hijo de puta o un impotente. Las señoras se sueltan muy gacho de la lengua. Narran escenas absolutamente humillantes para el macho. Neta, neta, que a veces sí me quedo muy sacado de onda con la mala leche que puede tirar una mujer que se cree herida, pero en la mayoría de las veces es un vulgar asunto de pesos y centavos. Luego conoces a los incautos y resultan ser tipazos.

–Ajá, ajá, pero lo que Anais y yo queremos saber es cómo te tiran el calzón, pues.

–A ver, Narda. Eso de que te tiran el calzón es una falacia, porque no me lo tiran a mí, a Manuel Senderos. Ni que fuera Brad Pitt, no chingues. Desgraciadamente en el pasado la mujer (en general) se tenía que defender a piernazos… ahora es un poco distinto, sin embargo, como los hombres hemos sido históricamente tan ceeerdos (y no me incluyo porque yo no me meto en donde no me llaman), algunas señoras llegan ahí pensando que les vamos a trabajar de a gratis si nos dan el pollo.

–Jajajajajja, el pollo. No, Manuel, en verdad me encantan tus expresiones.

–¿Qué dije? ¿Nunca habías oído eso del pollo? Fíjense, yo tuve un maestro que era un pinche acosador. Eso sí, en su casa era impecable, inmaculado. Lo veías llegar a clase o a los juzgados como un verdadero Dandy, siempre padrote con sus trajes sin una sola arruga; nada que un planchazo ahí mal dado que abrillantara la manga o un traje pinche de eso de tres por uno en la Reforma, no. ¡Un Gentleman, me cae de madres! Esa impresión daba. Pero con las secretarias y las pasantes era un guarro. Un ceerdo, sicalíptico que, a la menor provocación, así de la nada, les decía a sus ayudantas que se abrieran el botón de la blusa (sin agraviar a la presente) o que llevaran media de red y ligueros (sin agraviar también acá a doña niña), y si no lo obedecían las corría, pero no sin antes arremeter una última vez. Se les aventaba hijo de la lujuriosa y les pedía el pollo. Así les decía, se los juro: “déjame ver tu pollo”. Yo no lo inventé, nomás replico las palabras del canijo viejo.

–Pero sigues sin responder. ¿Cuál ha sido la vez más cañona en que una clienta se te lanzó?

–No puedo decirles, reinas. Es antiético, y aparte acá Narda la conoce, así que chitón. ¿Qué más? Mejor cuéntanos tú, Narda, cuando sacaste a una chava encuerada de tu casa, esa fue épica.

–¿Y tú cómo sabes eso?

–Ay, ay, medio Puebla se enteró.

–Estuvo buenísima. Creo que ahí sí me pasé. Pero estaba muy enojada.

–¿Qué pasó, Narda? Esa no me la sé.

–Es que eras muy chica, Anais. Y no creo que conozcas a los personajes. Para resumir, porque es muy largo: un día invito a mi pareja de aquel entonces, equis un empresario, que llevó a su vez a un amigo suyo que trabajaba en el gobierno. El amigo de mi galán iba con su chava, o con lo que fuera; creo era una de sus colaboradoras. El caso es que estamos a toda madre echando vino y quesitos como ahorita, y de repente, ya entrada la noche, esta chica se levanta dizque al baño. Los otros tres seguimos la chorcha, a gusto. Total, que estábamos tan borrachos ya todos que ni cuenta me di de que mi pareja se levantó también, y se fue a la cocina según para ir por más vino. Okey, no se me hizo raro y la verdad a mí la tipa ya hasta se me había olvidado. Me quedo con el funcionario muerta de la risa, brindando felices, y… ¡ah caray! de repente este señor me dice: oye, y mi vieja. Y yo: ¿y el mío? Me ofrecí ir a ver. Este señor ya estaba ahogado y se quedó ahí bebiendo más y viendo mis cuadros cuando me voy acercando a la cocina y oigo ruidos raros. ¡Ah, chingao!, dije, esto está raro. Me puse de puntitas y seguí andando con sigilo hasta que llegué a la cocina y vi a mi cabrón cogiéndose a esta chava en la barra de mi cocina. Ahí estaba el pendejo con los pantalones abajo, nomás se le asomaban las canillas flacas que tiene, y la putilla esta duro y dale con las piernas volando agarrada de mi alacena.

–Noooooooooo jodas, ¿y qué hiciste?

–Que me acomodo el saco y agarro un sartén. Les grité hasta de lo que se iban a morir. Él se trepó los pantalones todavía con sorna, pachorrudo y ebrio, haciendo una mueca odiosa como si en lugar de estar follando ahí hubiese estado desmoldando una gelatina (porque la pendeja no creas que estaba dura, era una guanga, como dice acá mi licenciado). Total, el funcionario llegó a ver la escena y ni se inmutó, mi galán se salió al jardín al ver mi ira;  yo agarré a la zorra y la zangolotee hasta que se quedó sin camisa. La falda ya no la tenía, estaba por ahí tirada, y los calzones nunca supe… yo creo que ni llevaba. La agarré de las greñas y la saqué a la calle encuerada. Después entré y corrí al idiota ese y a su amigote. Se quedaron afuera los tres. Y el amigo de mi “novio” me gritaba que le pasara la ropa porque la golfa era casada y ni modo que llegara encuerada a su casa.

–¿Y le pasaste la ropa?

–¡Por supuesto que no! Después de eso me metí a mi casa, apagué las luces y me fui a dormir. Tenía miles de llamadas perdidas de estos hombres, pero no les contesté. Ya nunca supe cómo vistieron a la secre.

–¿Y te pidió perdón el cretino?

–No, no. Ese cabrón es así. Desapareció un rato, yo creo que el muy cínico estaba indignado porque los metí en un problema por sacarla encuerada. Pero pasados los años retomamos la amistad.

–Qué risa. ¡Y qué cerdo tu galán eh!, eso no se hace. Yo lo hubiera castrado en el acto. ¿Era casado?

–No, casado no. Pero sí vivía con una señora. Pobre mujer, esa sí que padeció años. No sabía que había trascendido tanto el chisme, Manuel. Ya dime, cómo te enteraste.

–Te juro que no me acuerdo, hace tanto tiempo de eso, que ya ni sé quién me lo contó.

–No, bueno. De lo que me he perdido por no llevarme con ustedes dos durante tanto tiempo.

–Anais, Anais. Yo creo que tú has de haber ido en la secundaria cuando eso pasó. Para nosotros eres una pollita.

–Qué anécdotas. O sea que sí pasan cosas interesantes en Puebla. Y yo encerrada en mi mundo porque la familia con la que caí es una hueva.

–No, reina, no es que sean de hueva, lo que pasa es que son hipócritas. Pero si abres bien los oídos y los ojos pronto te vas dando color sobre quién es quién. Puebla es un manantial inagotable de historias de pervertidos que te mandan salmos por correo y de señoronas que, cuando menos te los esperas, te ponen en bandeja de plata el pollo.

 

La noche había transcurrido divertida y dionisiaca. Senderos no se había movido de su lugar más que para sacar de su saco un puro. A Narda parecía que le habían dado cuerda. Hablaba, hablaba, y al mismo tiempo iba actuando al narrar sus hazañas.

Anais se sentía libre y feliz en su compañía. Nada ensombreció la cena, ni siquiera cuando se mencionó el apellido de sus suegros.

Pedro había quedado borrado de su espectro sensual.

Lo que no podía ver Narda era que, para cuando terminó de contar el incidente de la encuerada en la cocina, Anais había dado un paso adelante y tenía las piernas enredadas en las de Senderos.

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