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sábado, junio 22, 2024

La Tercera Voz 58

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Lunes:

–Creo que mejor no los veo. Mejor ya no veo tus ojos porque me duelen. Aún me duelen y esta historia en el inicio se anunció sin la promesa del dolor.

Anota Ella en uno de los tantos diarios donde Ella escribe, escribe y escribe como queriendo matar el lenguaje, exprimirlo, agotarlo.

–Te asesino de una vez por todas maldito lenguaje, porque desde Frisco la historia se configura en la mirada.

La mirada también tiene voz y es una voz que no conoce la mentira. ¿Que hay detrás de la palabra? la nada. Y es la nada a lo que Ella aspira para de una vez por todas
ahogar las reminiscencias del dolor que está incrustado
desde siempre en su SER y que de alguna manera, por más
que Ella se empeñe en ocultarlo, le hace guiños. El dolor
y sus persistentes guiños. Aunque ahora sólo permanecen
los polvos de ese dolor que alguna vez se erigiera como un
Coloso de Rodas. Diminutas partículas. Frágil rama que
azota el viento. Ahora hay plenitud y la Diosa Esperanza
ha venido a instalarse. Monumental, la Diosa. Hermosa,
magnificente, de color azul como los ojos de K Mayúscula.

No es la mirada de K Mayúscula lo que a Ella le duele, ni esos sus ojos mansos, más bien le atribula la “no insistencia” de esa mirada. Borremos la palabra “dolor” de los nuevos diccionarios amorosos de Ella, de su nueva historia. Se atisba una añoranza de esa mirada. Añoranza de esos ojos que ya están muy cerca de albergarse por siempre en la trama de Ella. Y en esa mirada azul Ella se escampa, se cobija. Sólo que Ella existe feliz y plena también sin esa mirada. Ese es su secreto. Él no lo sabe. Ni Ella.

 

Martes:

Cuando Ella la conoció sus primeras palabras fueron:

–Cuando visité por vez primera Vermont le dije al que
fuera mi compañero de trece años, “aquí quiero envejecer
y morir”.

La nueva amiga F respondió:

–Yo acabo de decirle lo mismo a mi marido hace unos días, que quiero ser enterrada en Vermont.

Y entonces ellas se miraron en silencio y se descubrieron hermanas y cómplices en sus duelos. Y Ella se perdió en los ríos azules de la mirada de F, azules y dotados de
candidez. Naufragó en la bondad y la transparencia de la
amiga F, ese nuevo amor femenino.

Y es que dicen que los universos confabulan para que
los seres se encuentren. Para que los rostros descubran
otras miradas. Dicen que no hay coincidencias. Dicen que
todo tiene una razón de ser. Dicen y dicen. F y su adorable
familia se asomaron a la vida de Ella con unas alas enormes azules como sus miradas, cascadas de tibias brisas.

¿Quién dice que los ángeles son blancos?. No. No lo son.

Al menos éstos son criaturas azules. Azules son sus alas,
azul es su mirada, espejos del alma, azules e inabarcables.

Tras el regreso del último viaje a Frisco en el que Ella se
llenara de pesadumbre, estos seres empíreos afloraron en
la cotidianidad de Ella para restaurar las sonrisas extraviadas, la sed de lucha y la vida se tornó afable-seda-azul con su simple presencia. Con su existencia azul. Oasis de
mansedumbre y de esperanza. La vida es azul. Porque el
azul no muere. El azul es el siempre, es la eternidad, la
permanencia per secula seculorum.

F tiene ese algo que llaman “recato”. Es dulce, azúcar impalpable para los más finos paladares. Ella reconoce en su vida escasos amores femeninos, pero desde la primera vez que vio a F con Rowan en brazos, desde ese primer deslumbramiento, desde esa primera sonrisa, Ella supo que F sería uno de esos amores femeninos de siempre, que trascienden todos los tiempos. Llegó para anidarse entre sus más predilectos quereres. Porque F es sencillamente algodón dulce.

Dulce y suave, F es crochét, frivolité, filtiré es el encaje más
fino, es la delicadeza en persona. F es perla.

El marido de F, San D, sí San D, porque el primer día que
Ella lo conoció brilló esa mirada azul parecida a la de K
Mayúscula y entonces Ella, osada que es, lo despojó de su
nombre. Su nombre es Douglas o “San Douglas” como atinadamente lo llaman Ella y la amiga Giraffe. Pero a Ella le gusta más D de Doroteo, San D. Y al hurtarle el verdadero
nombre quizá lo ha desprovisto de su identidad, pero su
YO permanece en esos ojos azules. Porque todo el alfabeto
amoroso de Ella saciado de desaciertos ha valido la pena
por la letra K, por la K Mayúscula. Y D de Doroteo tiene
también esos ojos azules que transitan el aplomo. Azul
que no esconde artificio ni ardid. Azul de la simplicidad y
de la docilidad.

No hay hombres con esa mirada. El padre de Ella tenía los
ojos casi azules, eran de un gris suave, casi azul. Azules eran
los ojos de su abuelo paterno. Azules son los ojos del Ingeniero Tello. Azules son los ojos de K Mayúscula, azules los ojos de San D, de Dylan y de Rowan. Pero no es el color. No.

Es la mansedumbre. Es la tersura. Es la mirada desprovista
de los recovecos donde se esconde el rencor y la artimaña. Es
la nitidez. Y si bien no hay hombres con esta mirada diáfana
Ella está bendecida por todos los seres del firmamento con
estos ojos, océanos azules de quietud. Sí hay hombres, uno
que otro se salva todavía por su mirada.

 

Miércoles:

–Háblame con tus ojos.

Le dirá Ella a K Mayúscula en el próximo encuentro. La
historia se seguirá escribiendo en la voz de la mirada. Ha
muerto el lenguaje. El leit-motiv son los ojos que se celebran ante el encuentro, se hidratan, restauran la humedad e invitan a la esperanza.

–Tus ojos me aprehenden.

Escribe Ella en sus diarios y le pide a su amiga artista Caracolita que le pinte una acuarela en tonos azules donde
dance la libertad, la candidez y la esperanza.

 

Jueves:

Por fin el hombre-sin-rostro-y-con-sensibilidad-de-pato-de-plástico toma el llamado de Ella:

–Oye necesito verte para pedirte cuatro favores. Sólo
cuatro.

Así que él acuerda pasar por Ella a la casa del árbol en
punto de las 7:00 pm, que para él es 45 minutos más tarde
de la hora convenida, o es también nunca, que todo es predecible en sus haberes. Los haberes del hombre-sin-rostro-y-con-sensibilidad-de-pato-de-plástico.

El pasa por Ella tres meses después. Irreverente y con
ese humor mórbido antes de invitarla a subir al auto le
pregunta:

–Hay varias opciones te puedo llevar a un Motel o a cenar al Desafuero o ambas, ¿qué quieres?

–Mira, lo del Motel paso, estoy cuidando mi certificado de virginidad expedido la semana pasada por mi
ginecólogo, que data desde el 6 de enero del año en
curso hasta la fecha.

Los dos se ríen a carcajada abierta y es que ellos tienen
esa manera de celebrarse cuando se ven. Se saben felices
y el buen humor los contagia. Bailan en las espumas de
la vida. Se quieren bien. Y Ella además tiene un lazo de
gratitud que la une a él por siempre. De pronto el hombre-sin-rostro-y-con-sensibilidad-de-pato-de-plástico
recibe un texto en su celular:

–Es la segunda vez, ¿a quién vas a llevar al Motel o a
cenar a la Boquería?.

El hombre-sin-rostro-y-con-sensibilidad-de-pato-deplástico empalidece. Trata en vano de llamar a la mujer.

Estaciona el auto en la lateral de la recta. Se baja. Marca
insistentemente y por vez primera desde que Ella lo conoce lo observa preocupado. La piedra se amansa. No está
tan blindado como figura. Hasta suda. Se sube al auto.

–¡Uta! qué gacho esta chava no se merece esto ¿qué
hago?

Ella no le cree a sus ojos. A los de Ella. El pato siente. El
pato al que parece que la vida se le resbala SI-EN-TE. Sí
siente. Ella remata:

–Ninguna chava merece esto y menos por ti.

Él ríe nervioso. Marca insistentemente el celular de la
mujer. Casi compulsivamente. Se estaciona de nuevo, se
baja del auto. Marca el teléfono. No hay respuesta.

–No, ella no lo merece.

Entran al restaurante, los chamucos del poder, esas
“altas” cúpulas donde el hombre-sin-rostro-y-con-sensibilidad-de-pato-de-plástico se devanea, se acercan, lo
saludan. Él deja un mensaje en el buzón del celular de la
mujer, le explica que él y Ella “así son de llevaditos, de
bromistas, de ligeritos”:

–Nos llevamos pesado, créeme por favor –insiste.

Se sientan a cenar. Y Ella que estaba en ánimo de darle un beso, tras ver las chalupas que el hombre-sin-rostro-y-con-sensibilidad-de-pato-de-plástico pide, con
TORRES COLOSALES de cebolla cruda piensa “PA-SO”.

Desiste, y más ahora que nunca que “Ella ni nadie se merece eso”. La última vez que le diera un beso –hace por
cierto toda una eternidad de tiempo- él sabía a taco de
cilantro. Así que Ella ya no corre riesgos, mejor conversan de él, de sus grandezas, de sus desafíos, de él, de sus
proyectos, de lo mucho que lo temen, de él, de sus retos,
de sus negocios, de él y de él. No conversan, es más bien
un monólogo. Habla como siempre el ego. Una vez de regreso a la casa del árbol Ella le da una lista de sugerencias
musicales a él y se disponen a bajarlas en su spotify con
la apoteósica pirámide de Cholula que corona sus vistas.

Este paisaje Ella habrá de extrañarlo por siempre. Es más,
ya lo extraña. Entonces la vida acontece y la noche se
cimbra ¿Qué más puede Ella pedirle a los Dioses que escuchar buena música con un excelente pato-poeta en un
fragmento de noche?

Del álbum “Big Blue Ball” Peter Gabriel entona Whole Thing:

Whole thing will still go on without you
Something will still be there to move me
Coz my own thing is always to inspire you

One that I love I dream beside
One that I love I dream beside
One that I love is close as I can get
The one that I love I dream beside
One that I love I dream beside
Sometimes I can’t remember
Sometimes I can’t forget

Whole thing will still come down without you
It’s nothing to do with all of you
But my own thing is only to protect you

One that I love I dream beside
One that I love I dream beside
One that I love is close as I can get
One that I love I dream beside
One that I love I dream beside
Sometimes I can’t remember
Sometimes I can’t forget

Each night in bed my dreams take me over

Whole world still goes round without you
Whole world still goes round without you
Over and over

Por cierto que la mirada del hombre-sin-rostro-ycon-sensibilidad-de-pato-de-plástico es totalmente
extraña a una mirada azul. Su mirada está llena de opacidades, de escondites, de recovecos, de intríngulis. Mirada laberinto. Es una mirada en disonancia con su voz
de poeta. Maldito poeta. Poeta maldito. Maldita mirada.

 

Viernes:

Ella llama a la amiga F para recordarle que ya le ha hecho
su cita en la Estética de Raquel para manicure y pedicure:

–Te esperan a las 9:00 am, serás otra después de esto.

La amiga F llega a casa de Ella para mostrarle el trabajo
artístico que han realizado en sus manos y pies:

–He quedado muy maja –dice F con ese español impecable aprendido en las Costas Cantábricas.

–Maja no, Mujer –espeta Ella.

 

Sábado:

Se aproxima la partida de los amigos. El retorno a su verde Vermont. Ella se distrae, corre, sube, baja, trabaja, se
ocupa como para evadir el guiño de la tristeza. Entonces,
obsesiva que es hace mil cosas, así hasta llegar a tres mil y
no tener el más mínimo instante para “sentir su ausencia”,
la próxima ausencia de los amigos. No hay espacio. Los
amigos se van pero no hay ni habrá vacío. Hay completud
y la completud es también de color azul como sus miradas
y sus alas de paz. Para despedirlos Ella los invita a casa
a tomar un tequila y a comer una deliciosa Tinga que ha
preparado la amiga Giraffe. Antes de que lleguen Ella y
Giraffe se tiran en la cama, con las piernas recostadas en
alto sobre la pared.

–Estoy muerta, agotada –precisa Ella.

–Yo igual –dice Giraffe –si me tomo un tequila me duermo.

Minutos después suena el timbre, es Caracolita. Entra a
la recámara y se tiende con ellas. Hay momentos. De tanta
simpleza. De tanta sencillez. Habitados de magia. Como
tres mujeres amigas que se desploman sobre una cama
enorme, con los pies en alto sobre la pared para reposar
un poco la vida. Para reposar su feminidad. Para reposar
el tiempo. Las tres se miran, se toman de las manos, se
ríen. Se ríen de la nada, de la vida. Se ríen como acto de
celebración de los afectos. Entonces se restablecen, se levantan y se van juntas a la cocina a preparar todo para la
llegada de F y su familia.

–Caracolita, ¿trajiste los quesos que te encargué de Chipilo para botanear?

–Sí, lo que pasa es que en un arrebato compré un chorro.

–Ah, está bien –comenta Ella –mejor que haya variedad.

–Creo que exageré, traje 17.

–¿17?

–Sí es que me emocioné.

Sin palabras, francamente. Las amigas entran a la cocina y acomodan los 17 quesos en 17 tablas y bandejas listos
para ser degustados

Ella está llena de energía. Eufórica. Se sientan a la mesa
todos. Dr. A toma fotos, también Guape. Llega San D con
flores. De muchos colores las flores. Todos toman tequila
y brindan. Se celebran. No se despiden. El más pequeño
de los críos de Ella, el Sapodrilo está triste. Tan triste que
hace esfuerzos inmensos por no llorar. Se van yendo todos. Sólo quedan Ella y Giraffe.

Llevan a los amigos a casa.

Hay abrazos como puentes eternos. Ella y Giraffe se van
a bailar al Mojito. Solas. Ni tan solas, con ellas mismas,
llenas de vida. Bailan, bailan y bailan. Son las dueñas de
la pista. Retornan a casa a las 4.00 am. Sudadas, bailadas
y sí, algo tomadas.

 

Domingo:

Hoy hay silencio. El Sapodrilo va en bicicleta a la casa 8 B
a constatar la ausencia del amigo Dylan:

–Mami estoy triste, ayer casi se me sale una lágrima, extraño a Dylan.

Ella lee una tarjeta hermosa que le ha dejado la amiga F:
“me siento fuerte y bella y te lo debo a ti”.

Los seres alados azules no se han ido. Están en Ella y
sus críos por siempre. Ella reposa bajo sus alas, bajo las
alas de ellos. Ella retoma el aliento, acaricia el próximo
encuentro y se inunda del azul inmenso que han dejado
sus miradas. Entonces los ama.

…es el azul que sana el SER. El azul que arrulla el alma.

Hay una somnolencia tras la partida, es el azul al final
del túnel. El final ya está cerca. Cerca está tu mirada tibia. Una brisa dulce me abriga, un tejido suave. Azul es el color de la espera, de la certeza, de la celebración de los
cuerpos, de la reconciliación de los silencios, de los reencuentros. Nada se detiene en el azul, todo fluye. Hay un mar inmenso lleno de posibilidades, me sumerjo en sus
aguas azules, me reconstruyo y me reinvento…y así sucesivamente… y así sucesivamente…

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