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jueves, abril 18, 2024

La Amante Poblana 53

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Capítulo 53

El solitario de la casona

Ruy Castro nació en una familia de españoles que hicieron una grandísima fortuna en Puebla.  

En las postrimerías de La Revolución, su abuelo fue uno de los hacendados más prolíficos y generosos que, con el tiempo, además de la hacienda, comenzó a levantar una fábrica textil junto con un compadre suyo.  

El padre de Ruy vivió la mayor bonanza de las empresas del viejo y de una u otra manera las hizo crecer, sin embargo, por conflictos familiares terminaron vendiendo la hacienda en la época en que Ruy se fue a estudiar a la Ciudad de México.  

Era una familia respetada, bastante querida por sus empleados y conocidos. Pero, como suele suceder, las fortunas de los abuelos acaban haciéndose polvo cuando llegan los nietos ambiciosos, y en este caso, Ruy se empeñó en hacer negocios que no resultaron bien y, poco a poco, despilfarró su herencia.  

Fue desde su juventud un prófugo del compromiso. Tuvo muchísimos romances que jamás lo llevaron más allá de las alcobas de sus amantes; muchas de ellas, señoras casadas de las que nadie se imaginaría que fueran capaces de traicionar a sus parejas.  

Así, Don Juan como era, y espléndido con las mujeres que se acostaba, el dinero rancio no se detuvo mucho tiempo en sus manos.  

Desde los veinte años se hizo adicto a la cocaína. Un vicio muy caro que lo acompañaba a todos lados y que, a sus 60, lo había llevado a hacer escala varias veces en clínicas de rehabilitación.  

A los cuarenta se vio envuelto en un escándalo cuando se le apuntó como principal sospechoso de un fraude gigantesco, sin embargo, echó mano de sus palancas gubernamentales de aquel entonces y salió impune.  

A partir de ahí, con la bolsa del botín de dicho fraude se puso a prestar dinero, mismo que iba gastar como loco a Las Vegas.  

La fortuna de Ruy creció, sobre todo en tierras. Por que siempre disponía de una buena cantidad de cash del interés que cobraba para írsela a quemar a los casinos.  

Cuando Fernando entró en crisis, Lupe le ordenó que fuera donde Ruy a pedirle una cantidad que fue creciendo como la espuma. Uno de los secretos de Lupe era, precisamente, que ella había engrosado las filas de las damas respetables que se metían con Ruy después de tomar la ostia los domingos. De eso tenía ya mucho tiempo, y pasó sólo dos veces, por lo tanto, para Lupe ese desliz no había existido jamás.  

Senderos llegó a la vieja casa de Ruy. Una joya encallada en el centro llena de antigüedades, patios y jardines delirantes.  

El usurero vivía tan sólo con tres personas que estaban a su servicio sólo de día, y por las noches mandaba a vigilar el inmueble con guaruras que se estacionaban en la calle y dentro del garaje, en donde tenía una colección de autos clásicos de colección en perfecto estado.  

–El famosísimo licenciado Senderos, ¿cómo estás, mano 

–Ruy, nunca me habías invitado a venir a esta maravilla de casa. Me gusta el Citroën que está ahí estacionado. ¿No lo vendes?  

–No, estimado camarada, vendo todo menos mis carros. ¿A poco no es una belleza? 

Ta precioso. Cuando cambies de opinión avísame. ¿A quién le vas a dejar todo esto cuando te mueras? 

–A nadie, Manuel. Los carros se van a un museo y las casas las dono. 

–Tu hermano sí tiene hijos, ¿no? 

–Sí, pero son unos putos zánganos buenos para nada y no les pienso dejar ni un clavo de olor.  

–No sabía que llevabas mala relación con tu carnal.  

–No nos dirigimos la palabra desde hace veinte años. Ni falta me hace, eh. Pero dime, Manuel, ¿qué va a hacer Fernando para pagarme? 

–Mira, Ruy, el Fer no tiene ni pa envenenarse. Ya sabes, su vieja que se las dio siempre de marquesa, y él, que, aunque es buena persona, salió despistado para los negocios… pésima combinación. La cosa es que todo se puso más complicado con la muerte del hijo. No seas cabrón, me entambaste a este pobre hombre cuando todavía trae el luto fresco.  

–Así es la vida, Manuel. Bisnes son bisnes, y Fernando no dio muestras de querer pagar.  

–Porque no trae ni un duro en la bolsa.  

–Le dije que me pague con propiedades. Sin problema, aunque sea una parte.  

–Él está dispuesto, pero volvemos al mismo pedo: Guadalupe es un callo de mujer. Sin embargo, ya la vio cerca. Va a soltar la casa.  

–¿Qué más? Esa casa ha de valer máximo siete millones. Está vieja, me interesa como terreno.  

–Y un departamento que tienen en Acapulco.  

–¿En las Brisas? 

–No, Ruy, Fernando dejó de comprar en la época de La Madrid. Lo tienen en la costera. No está pinche. Agárralo.  

–Sabes el monto de la deuda, ¿no? 

–Claro. Yo no sé cómo se empinó así contigo, sabiendo cómo eres de cabrón.  

–Pero lo saqué del atolladero en su momento.  

–A ver, Ruy, me urge que Fernando salga porque, mta madre, te lo tengo que decir: el canijo tiene cáncer y requiere tomar su tratamiento.  

–No sabía.  

–Nadie sabe, ni su mujer sabía.  

–Es que a esa mujer es mejor no confiarle nada.  

–¿Tan bien la conoces? 

–Digamos que lo suficiente para saber que no es de fiar, en lo absoluto. Oye, pero qué no tú traías un pleito contra Lupe.  

–Es una bagatela; quiere despojar a la viuda de su hijo.  

–¿Y qué tal está la viuda? 

–Buena. Pero deja eso, es bastante inteligente.  

–¿Entonces cómo cayó con los Amaro?, no chingues.  

–La juventud nos hace hacer pendejadas, ¿o no? 

–Muchas.  

–¿Entonces qué? 

–Si ya convencieron a la fiera, échame las escrituras de la casa y del departamento. Voy a checarlas y nos vamos a la notaría en cuanto vea si está libre de problemas.  

–Están libres, ya lo chequé.  

–Aún así, falta lana.  

–Retira la denuncia y nos vemos acá la próxima semana con él. Ya fuera, nos echamos el round completo. Es verdad que se nos está pelando.  

–Confío en ti, Manuel.  

–Hombre, faltaba menos.  

–Oye, ¿y qué fue de tu prima, Berenice? 

–Ahí anda. Se divorció del marido y la mantienen sus hijos.  

–Era un cuerazo 

–Era.  

–Qué lástima. Pudo haber sido dueña de mis quincenas.  

–¿Es en serio que te la anduviste atropellando? 

–No sólo eso. Fue mi amante durante años.  

–¿Y por qué se dejaron? Entiendo a Bere… el marido era un borrachín que creo que se iba a la sierra a cogerse a los petroleros. Eso se oyó mucho.  

–Se me desapareció cuando quedó embarazada de su tercer hijo. Pobrecilla: llegó a pensar que era mío.  

–Pero como eres un cabrón, obviamente te hubieras hecho el difunto.  

–Nunca la volví a ver.  

–Pues déjame ver bien al sobrino; en una de esas sí hay alguien que se quede con el Citroën cuando pases a mejor vida… 

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