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jueves, abril 25, 2024

La Amante Poblana 22

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CAPÍTULO 22

Tangas bajo el hábito

No pasó ni una semana antes de que se diera el siguiente encuentro con Narda.

Anais lo propició, dejándole un discreto arreglo de orquídeas con el conserje. Le causaba mucha curiosidad aquella mujer por lo que le dijo Fernando.

Desde que llegó como estudiante a Puebla, Anais nunca pudo encontrar a nadie con quién compartiera realmente ningún interés. Sus amigas, las más cercanas, era pocas, casi todas fuereñas. Con las poblanas no encajó desde el día uno, y vaya que lo intentó, sin embargo, las sentía demasiado desconfiadas, siempre a la defensiva y falsamente asustadizas.

Anais no había tenido empacho de confrontar nunca las hipocresías de sus compañeras. Se fue quedando sola, o más bien, su grupo se limitó a casi puros hombres. Narda significaba una revelación por su desparpajo e historial amoroso. Las orquídeas llegaron a sus manos y de inmediato fue en su búsqueda.

 

–¡Vecinita, qué hermoso arreglo! Me encantan las orquídeas, son tan femeninas… son todas tan distintas, como pequeñas vulvas hipnóticas, ¿no crees?

 

Anais la recibió encantada, y más después de aquella descripción tan peculiar sobre las orquídeas. La recibió con una sonrisa que no se le quitaría jamás en cada encuentro que tenían.

 

–Narda, pasa, por favor. ¿Quieres un cafecito, una cerveza?, no sé… como verás aún estoy en pleno acomodo, pero pasa.

–No, no, darling, por favor. Deja ese desmadre así como está y vente a mi depa. Recibí las orquídeas y en friega me subí a preparar una botanita para compartir contigo. Vamos, tráete tus cigarros y me compartes uno; porque ya olí que alguien fuma aquí y no es mi Fer. Ese cabrón es igual de escéptico, cuidadito y mamón que su papá, ¿no?

–Ja, ja, sí. Nunca fuma y le choca que lo haga dentro, pero pues ni modo que me esté bajando a cada rato a fumar.

–¡Ay, no que se chingue! No lo vayas a malacostumbrar, que peores vicios tienen los hombres y quieren que una se los solape todos. No, darling, si te quiere que te quiera con todos tus vicios, con to-dos. Como yo, que nunca dejé que ningún cabrón me intentara poner la pata encima. Vamos, vamos; abrí un vino también.

 

Narda desbordaba alegría. Es de ese tipo de personas que necesitan el contacto físico para entrar en confianza. Tomó la cintura de Anais y oprimió el botón del elevador.

 

–Ay, mamita, ve qué bonita cintura tienes. Tan firme, sin ningún pliegue. Mira, toca, yo me tengo que meter ya esta pinche faja porque odio que se me salga el gordito, pero no siempre estuve así, yo era –perdón por la expresión, pero como podrás darte cuenta no tengo filtro y no soy poblana– era lo que se dice un culazo de vieja. Una cinturita que no… en serio, pregúntale a mi Fer.

–Sí, si ayer que llegué a darle tu mensaje me dijo eso, que siempre has parado el tráfico.

–¡Lambiscón!, pues lo dirá de chía pero es de horchata. Me cuido mucho, bueno, me cuidaba mucho: ejercicio y sexo, Anais. Sobre todo buen sexo; eso te hace soltar endorfinas y la endorfina es la llave de la felicidad. Vente, estás en tu casa, pasa.

 

Narda se adelantó hacia la barra para traer las copas y el vino hacia la mesa de centro de la sala. En su comedor ya estaban puestas las orquídeas.

Anais se quedó parada, dando pasos lentos observando las fotos que pendían de la pared de un pasillo. En todas aparecía Narda, espectacular, joven, con esas curvas maravillosas que aún se dejaban entrever bajo la ropa.

–¿Quién es él? ¿Tu esposo?

–Noooo, no, darling. Yo sólo estuve casa una vez, con el papá de mi hijo. Un cuerazo francés, demasiado bonachón y cuadrado para mí. Seguimos siendo amigos, pero no, nos divorciamos a los 6 años. Yo estaba en mi mejor momento y él me empezó a dar una hueva tremenda. Yo quería vivir. Me casé muy jovencita… No, él es Ignacio, fue mi amante durante 15 años. Aquí estamos en Turquía. Viajábamos muchísimo. Yo lo admiraba y lo quería , pero el me i-do-la-tra-ba. No sabes a qué nivel.

–¿Casado?

–¡Ay, sí! Casadísimo con Inés Gallegos. Gracias a Inecita pudimos durar tantos años. Me lo cuidaba bien, me lo mantenía en forma. Una tipaza, que me odiaba, pero yo a ella la estimaba. Nacho era un amor, pero así de lejitos, cada uno en su casa y con su vida. Sólo así dura la pasión, darling. Ya lo verás con el tiempo.

–Me encanta tu expresión en esta foto.

–Hey, sí; fue en un congreso que hubo en Cuba. Rumbeé toda la semana, me agarré a un negro hecho a mano que me bailó, me embriagó y me cogió como un dios. Era negro, tú sabes. Cómo no iba a traer esa cara de extasiada.

–Estoy impresionada, Narda. ¿En dónde estuviste tantos años escondida para mí? No sabes cómo he padecido esta ciudad.

–Es una belleza, darling, le tienes que agarrar el gusto, no a la gente, sino a escandalizar a esa gente. Cuando yo llegué de Huimanguillo, con unas nalgas más duras que un metate, me iba a los restaurantes y nunca pagaba una cuenta. Y no es porque fuera una jodida, no. Siempre he tenido mi lana, de mi familia. En Tabasco trabajamos como negros; exportamos mangos. Así que nunca he necesitado acostarme con alguien por necesidad, sino porque yo quiero. Y así se fueron corriendo los chismes sobre mí, sobre todo entre las mujeres; me alucinaban. No me invitaban a nada porque sentían una amenaza brutal.

–Sí, me contó Fer que anduviste con su papá.

–¿Ah, te contó? Jajaja, ya me perdonó el canijo. Fue hace muchos años, él estaba chiquitito. Yo era buena amiga de Lupe. Aguas con esa víbora, eh, es una mustia. Mi romance con Fernando fue la gota que derramó el vaso entre ella y yo, obviamente, pero tuve mis motivos para meterme con él sin que me remordiera la conciencia.

–Me imagino el drama. Yo casi no la veo. Me detesta, pero finge que es un dulce frente a sus amigas.

–Sigue jugando pula con las libanesas los martes, seguramente. Pinches hipócritas. No todas, porque sabes cómo son de sumisas las hayitas, pero las otras brujas: la Tere y Lola y Lupe, fueron más pirujas que las poquianchis, sólo que todo muy calladito, y si las descubrían le achacaban a la de junto el muerto. Y ahí iban; santiguándose cada vez que una nueva adúltera caía. Pero yo las conozco muy bien, si hasta fui alcahueta de tu suegra. ¡Sí, darling!, que nunca te quiera dar lecciones de moral porque (ay ya me vale, te lo voy a contar porque pobre de ti)…  Lupe tenía a Fer chiquitito cuando se andaba revolcando con Juancho; ajá, ajá, ese que estás pensando, el socio de Fernando en los muebles… que hoy los dos son unos cascajos impotentes, pero en su momento no estaban nada mal.

Por eso, mijita, no me tenté el corazón cuando Fernando me rogó que tuviéramos algo. Porque me ro-gó. Todavía me la pensé, sin embargo, tu suegra inventó que yo era la que andaba con Juancho y me colgó todos sus milagros metiéndome en una bronca grande con mi galán de ese momento que era presidente municipal, hace siglos, pues… ya te contaré de él, este departamento me lo compró para congraciarse porque me hizo una putada, pero eso también luego te lo cuento… total que se hizo un escándalo por culpa de esa arpía.

–Lupe infiel. ¡No te lo puedo creer! Narda, en serio, en serio, no sabes cómo se da golpes de pecho, cómo se acaba a sus amigas, con qué saña, con que autoridad moral.

–Aprende algo, Anais, Lupe y Tere se colgaron el hábito porque estaban tan entrampadas en sus lances externos que vieron amenazadas sus vidas parasitarias. Recuerda, mija: no hay peor puta que una puta arrepentida. ¡Salucita!

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