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jueves, marzo 28, 2024

De la sci-fi a la cli-fi

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G. Ballard, poeta del espacio interno, profeta del cambio climático

James Graham Ballard puede considerarse el más fino representante de la llamada Nueva Ola, grupo de autores de ciencia ficción (CF) que escribieron durante la segunda mitad del siglo XX, entre los que también sobresalen Ursula K. Le Guin, James Tiptree Jr., Michael Moorcok y Joanna Russ. Todos compartieron una visión postapocalíptica, a diferencia de los moralistas, evangelizantes y apocalípticos escritores de la “edad de oro” A.E. Van Vogt, Theodore Sturgeon e Isaac Asimov. La Nueva Ola herederó el eclecticismo de Mary Shelley.

Ballard y Jorge Luis Borges, dos maestros de la ficción.

Ballard nació el 15 de noviembre de 1930, en Shanghai, y murió en Londres, a los 79 de años de edad, un 15 de abril de 2009. Entusiasta de la ciencia, aseveró que el género literario más importante del siglo XX fue la CF. Su amplio registro va de Drowned World a Empire of the Sun. La primera de estas dos novelas inicia el tránsito de la Sci-Fi a la Cli-Fi, esto es, la ficción que ya entonces (1962) se preocupaba por el futuro del clima más o menos estable en la Tierra.

Si bien su escritura es poco popular, críptica en ocasiones, a diferencia de otros de la Nueva Ola, se trata de un autor muy superior a aquéllos. Sus relatos son un vaivén poético entre la realidad interna del narrador y la realidad exterior, imbricadas en tramas desgarradoras donde personajes enigmáticos buscan sobrevivir, como The Crystal World (1966). Es capaz de mostrar una visión del mundo compasiva y brutal al mismo tiempo, por ejemplo, en Crash (1973), la cual no deja de recordarnos El Señor de las Moscas, de William Golding. El gurú del relato extremo, William S. Burroughs (The Naked Lunch), pensaba que la búsqueda de clímax sexual propuesta en dicha novela podía conducirnos de manera más placentera a alcanzarlo que una película pornográfica. Provocador, Ballard afirmó alguna vez que la ciencia misma era la expresión más acabada del porno.

No deja de ser paradójico que la mejor novela de tan magnífico representante de la CF sea Empire of the Sun (1984), relato de madurez, totalmente alejado del género, cuyo imponente realismo se halla incrustado en la azarosa historia de la humanidad y la lucha de los individuos por tener un futuro. Sin embargo, de alguna manera la ciencia y la tecnología se cuelan a lo largo de este fantástico periplo. En el capítulo que lleva por título “La Universidad de la Vida”, el púber Jim ha sido acogido por una familia inglesa, una pareja escuálida y su niño de seis años de edad, durante su cautiverio en el campo de concentración de Lunghua, al mando de los japoneses invasores. Es el momento en que Jim abandona la pubertad para ingresar en una adultez forzada, pero que él no está dispuesto a echar a perder. El niño Jim, siempre solícito, obsesivo de los detalles, le pregunta a la señora Vincent: “¿Cree usted en las vitaminas?”. Tanto ella como el marido, quien hasta el estallido de la guerra se ganaba la vida como corredor de la bolsa de Shanghai, lo tachan de “muchacho raro”.

Jim sobrevive, en parte por su carácter, sin duda por la azarosa suerte, pero también por confiar en la ciencia.

Jim recuerda bien que el doctor Ransome, a cargo de la salud  de los prisioneros británicos, le ha advertido que no debe despreciar los gorgojos que infestan la avena en los almacenes, pues es su única fuente de proteína. Jim hace caso, los come sin chistar y sobrevive, no así la familia Vincent. Los tres fallecen semanas más tarde a causa de avitaminosis y desnutrición. (CCh)

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