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viernes, abril 19, 2024

Monsiváis y sus gatos gourmets

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Carlos Monsiváis un escritor mordaz, que ocupa uno de los lugares más visibles de la intelectualidad mexicana. 

Y, sin embargo, hablando de gastronomía se siente un tanto perdido, “me gustan los quesos, pero no tengo predilección por ninguno; yo simplemente me alimento, por eso te digo que soy la gente más inadecuada para hablar de gastronomía”, señala divertido. Lo que es más, nunca ha escrito nada para libros de cocina, “soy cínico pero no tanto”. 

“Para mí, ése es un terreno vedado, he llegado al extremo de salirme de un restaurante cuando mis compañeros de mesa piden carne de venado, delfín o armadillo, no puedo soportar verlos comer eso, no lo resisto”. 

Desde pequeño sintió cierta aversión a la carne, y a los 17 años decidió que no la volvería a probar, “era la repugnancia a comer algo de un ser vivo, que se fue convirtiendo en una decisión razonada”, asegura. Carlos se declara carente de imaginación para el tema gastronómico, en cambio tiene una muy buena opinión de las personas que se dedican a este oficio, “veo que el arte culinario tiene un estatus de complacencia, de halago, de educación del paladar de primer orden; ahora bien, el desarrollo gastronómico que se ha dado en el país se debe sobre todo a la decisión de cambiar el ritual de la comida, que había sido de diálogo, por otro de saboreo: hoy se comenta sobre el chef, quien ha ocupado el sitio de honor en la perspectiva de la burguesía y de la clase media alta”, dice convencido. 

Monsiváis nació en el DF, en la colonia Tabacalera. En su casa no existía la tradición culinaria, comer era sólo un trámite para sobrevivir. Comenzó a escribir parodia y obritas de teatro en secundaria, cuando tenía 14 años, y solía reunirse con los amigos en cafés “donde ellos pedían sándwiches de jamón y yo, invariablemente, de queso”. 

En la actualidad vive con su tía María, su prima Beatriz, Inocencia -la señora que atiende a su tía- y 12 gatos,”no 13 porque soy supersticioso, ése es el otro arte culinario, donde comes candores y fórmulas inocentes creyendo que te estás protegiendo de algo”. 

Todos los días lee los periódicos por unas dos horas mientras desayuna cereal y pescado a la plancha que acompaña con arroz preparado de diferentes maneras; en la noche cena lo mismo. Tampoco prueba el vino, “estás hablando de un casi monje deplorable” comenta riendo, bebe solamente agua, coca light o jugo de naranja natural. 

Jamás ha cocinado, “¿qué registro puedo tener de nuevos sabores?, ¡todos para mí son nuevos!” 

Muere de horror con la comida china y los sabores fuertes, “no como picante porque tengo que tomar 16 litros de agua, y como está el mundo, no puedes estar desperdiciándola en esas cosas”. 

Una de sus grandes pasiones son sus gatos de los que se encarga personalmente, les da de comer croquetas y whiskas, “podría convivir con ellos todo el día, pero durante una buena parte de éste no me hacen caso, reviven su entusiasmo por mi inteligencia a la hora de la comida y del desayuno o la cena, o cuando tienen urgencias gastronómicas y me ven cara de chef”. 

Todos sus mininos tienen nombre aunque han ido llegando solos a su casa. “El más grande se llama Mito Genial, lo encontré en el Palacio de la Inquisición, se acercó con toda confianza y me di cuenta que ya me había adoptado y ni modo; el más pequeño se llama Peligro para México porque me pareció que es una frase que define muy certeramente la inteligencia del panismo, y pensé que si un gato sobrelleva eso, puede soportarlo todo. Otro es Miau Tze Tun, porque desde que llegó le vi tendencias dictatoriales, los demás son Eva Ciba, Alevosía, Catsinger –que llegó hace poco–, Voto de Castidad, que es el único voto útil y recomendable; la Desmecatada, porque no tiene principios morales; Fray Gatolomé de las Barbas, Recóndita Armonía y por ahí lo persiguen un par más. 

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