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miércoles, octubre 9, 2024

Marcos Castro, el hombre fuerte

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Una vez que la Comisión Electoral del PAN anunció que la unción del nuevo Comité Ejecutivo Nacional será por consulta a la base, es casi inminente que el grupo político de Marko Cortés Mendoza será desterrado de la dirigencia y se abrirá una nueva etapa a cargo, seguramente, del todavía senador Damián Zepeda Vidales.

Para el sector más duro de la Organización Nacional del Yunque (aunque usted no lo crea, hay un grupo todavía más ultra), encabezado por la primera y segunda generación de exgobernadores, se trata de un triunfo definitivo porque fueron los que más pujaron porque se hiciera realidad el voto directo.

Sin embargo, la cofradía en realidad ha jugado todo el tiempo a dos bandos. Mientras los exgobernadores se aglutinaron alrededor de Damián Zepeda, otros integrantes de la secta se inclinaron a favor de Marko Cortés y su candidato el diputado federal Jorge Romero Herrera. No se trata de un ejercicio democrático sino de una instrucción expresa de los jefazos que ya aprendieron que no está nada bien apostar todas sus
canicas a una sola ficha.

Ahí tienen el caso de Santiago Creel Miranda, de quien juraban tenía amarrada la candidatura presidencial y, al final, tuvieron que dejarlo morir solo para sumarse a las aspiraciones de Xóchitl Gálvez Ruiz.

En todo este contexto, Eduardo Rivera Pérez se insertó en el juego tal y como lo sabe hacer: a lo tonto. Se sumó a Marko Cortés con la idea impulsar que el método de elección del nuevo dirigente fuera el Consejo Nacional y así tener la oportunidad de replicarlo en el caso poblano.

También se apuntó como aspirante a la presidencia nacional del PAN, un hecho que generó más de una sonora carcajada, debido no solo a su ínfima capacidad de lograrlo sino que abrió sus cartas muy pronto: declinar a cambio de Jorge Romero y así colarse a un cargo del CEN.

Ahora que la elección abierta quedó entronizada y se quedó con el perro de las dos tortas, el oriundo de Toluca hizo otra que hace muy bien: Huir y esconderse.

Fue así que regresó a Puebla con dos objetivos:

1) Aceitar la estructura para ponerla al servicio de quien mejor convenga. La entidad es el cuarto estado con mayor militancia en el país y eso lo convierte en una ficha harto apetecible. 2) continuar con el plan trazado desde un inicio: imponer al nuevo dirigente estatal.

Pero es justo ahí donde las cosas se van a poner color de hormiga porque la guerra a muerte que existe entre los integrantes del grupo político de Eduardo Rivera.

De entrada, Marcos Castro Martínez, actual secretario general del PAN estatal, se convirtió en la pieza clave para que Eduardo Rivera cumpla sus dos objetivos. El panista es quien controla la maquinaria azul, en tres años se ha dedicado a visitarla, cooptarla y erigirse como el hombre a seguir.

Así como ocurrirá a nivel nacional, en Puebla también habrá elección por consulta a la base. Con toda la presión que se ha generado en todo el país, será difícil que el exalcalde de Puebla logré imponerse a través del Consejo Estatal y presionar en esa vía solo generará un mayor encono y un verdadero riesgo de ruptura al interior del albiazul, cuyo escenario será muy costoso: retendrán el poder, pero también se quedará absolutamente solo, el paso inminente a su ruina política.

A eso hay que sumarle que la primera carta de Rivera Pérez para la dirigencia estatal es el velador que dejó en el Ayuntamiento de Puebla, Adán Domínguez Sánchez. El problema es que el empleado genera más divisiones que respaldos. Los aliados políticos del grupo riverista, por ejemplo, no están dispuestos a respaldarlo e incluso presionarían para que, a cambio del apoyo, se cambie de perfil.

Adán Domínguez también tiene una pelea a muerte con Marcos Castro. El pleito entre ambos surgió de un choque de egos y terminó en un pleito personal de muy difícil solución. Si Eduardo Rivera quiere que su candidato gane a través de una elección abierta va a necesitar forzosamente convencer al secretario general.

También se ha manejado el nombre del insípido Francisco Mota, pero su perfil como pelele resulta tan penoso que ponerlo al frente solo derivará en que la guerra se traslade al interior de los grupos que formarán el nuevo Comité Directivo Estatal.

Marcos Castro tiene otro punto en contra: el odio de la actual presidenta estatal Augusta Valentina Díaz de Rivera Hernández, quien no tuvo empacho en adelantar la sucesión del CDE al destapar como nuevo dirigente a Eduardo Rivera un día después de la peor debacle electoral que sufriera el PAN en 25 años.

Con esa jugada, Augusta Valentina cerró el paso a Marcos Castro para que la supliera en la dirigencia estatal, pero en el nuevo contexto las cosas ya no son como antes, pues su odiado adversario tiene más fuerza de la que se pensaba.

En medio de todo este entramado, Eduardo Rivera regresa a Puebla con la cola entre las patas y sabedor que él mismo logró unir a todos en su contra y la de sus empleados.

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