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viernes, abril 19, 2024

Los gobernadores y sus destapes (arqueología de la sucesión en Puebla)

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En el pasado, diría Borges, están las claves para entender el presente.

Manuel Bartlett quiso poner candidato a Casa Puebla, pero sus intereses políticos personales pudieron más que su fallido proyecto.

Melquiades Morales tenía en su lista a tres amigos y compañeros, y al final terminó cediendo la arena ante la promesa incumplida de quien entonces dirigía el PRI nacional.

Mario Marín quiso, pero no pudo, ante las presiones externas que lo obligaron a dejar solo a su candidato.

Como en los dos casos anteriores, los intereses personales chocaron con el proyecto.

Rafael Moreno Valle se obstinó en dejar como sucesora a su esposa porque no confiaba en nadie más.

Cosa curiosa: hacerle ganar la gubernatura era el seguro de vida para su futuro inmediato.

A diferencia de estos personajes que lo antecedieron, el gobernador Miguel Barbosa no busca un futuro político.

Al contrario:

Quiere irse a viajar con su familia y retirarse de la vida pública.

Eso garantiza, a diferencia de Bartlett, que su proyecto para la sucesión en Casa Aguayo no irá a un choque de trenes con ningún proyecto político personal.

Los únicos tres factores que podrían modificarlo son dos: Claudia Sheinbaum.

(El gran crítico Luis Cardoza y Aragón escribió sobre los muralistas mexicanos: los tres grandes son dos: Orozco).

La virtual candidata de Morena a la Presidencia de México hasta el día de hoy —si el mundo no se viene abajo en caída libre como algunos helicópteros— sólo quiere una cosa: ganar las elecciones en 2024.

No está en sus planes poner candidato en Puebla, sino establecer una agenda común con el gobernador Barbosa que dé pie a una alianza fuerte e imbatible.

La agenda ya quedó.

La alianza, también.

Bartlett engañó no sólo a José Luis Flores, su aparente candidato, sino al coordinador de la precampaña de éste: Ignacio Mier.

Les hizo creer que ganarían, les dio recursos, les dio medios, y cuando todo parecía estar más cerca que nunca, los desplumó.

(Como se despluman algunos helicópteros: en caída libre).

Pudo más su ambición de trascender políticamente después de dejar la gubernatura.

¿Qué hizo?

Aceptó que se abriera el proceso de selección de candidatos en Puebla, jugó una interna sabiendo que perdería y ganó un escaño en el Senado sin hacer campaña.

Flores y Mier, en tanto —ya suficientemente desplumados—, empezaron a picar piedra de nuevo.

¿Cómo se llamó la obra?

El engaño.

La política es el arte del engaño y de la simulación.

Roberto Madrazo le prometió al gobernador Melquiades Morales la dirigencia nacional del PRI a cambio de que aceptara a su odiado Mario Marín como el sucesor en Casa Puebla.

¿Qué ocurrió después del milagrito concedido?

Se olvidó la promesa.

¿Cómo se llamó la obra?

Engaño en Casa Puebla.

Mario Marín dejó correr a López Zavala todo el tiempo, salvo el día de la elección.

¿Qué hizo?

Apagó teléfonos y celulares, y se puso a ver el futbol con dos amigos empresarios.

La operación en favor de Zavala, en tanto, fue restringida misteriosamente.

Cuando supo oficialmente que su pupilo había perdido, ya lo sabía extraoficialmente.

¿Qué ganó a cambio?

Tranquilidad en lo personal.

¿Cómo se llamó la obra?

El engaño 2.

La sucesión del gobernador Barbosa no se parece a ninguna de las tres anteriores porque en su futuro no hay aspiración política alguna.

¿Qué quiere?

Un dulce retiro —como el que retrata el sabio Alfonso Reyes en algún poema— en compañía de su familia.

Quienes aseguran que el presidente López Obrador ya se decantó por el diputado Mier, y que hay “pinches señales” brutales en ese sentido, pecan de ingenuos e ignorantes.

No han aprendido nada en su triste paso por la política.

Se han convertido en parias serviles que le hacen creer a su nuevo patrón —el jefe, le llaman— que la tierra es plana.

López Obrador quiere en la Presidencia —hasta hoy— a una amiga.

Una gubernatura no sirve de consuelo si no se tiene el Todo.

 

La vía que inauguró Marín. Mario Marín tuvo una cualidad entre muchos defectos.

Una vez que concluyó su período en la alcaldía de Puebla, rechazó quedarse anclado en su notaría —como quería don Melquiades— y se fue a hacer una larga precampaña a la gubernatura en los 217 municipios.

Sin cargo, sin compromisos oficiales, con toda la libertad libérrima.

El gobernador le ofreció ser secretario de Educación para amarrarlo.

“No, gracias”, respondió.

Y siguió en su aventura.

Tiempo después, ya con los grupos regionales amarrados, regresó por lo suyo.

Y lo encontró.

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