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viernes, junio 13, 2025

Los alcaldes zopilotes: la nueva plaga

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Javier López Zavala subió contento al autobús estacionado en el primer cuadro de Huauchinango.

Acababa de iniciar su campaña a la gubernatura en la sierra norte.

Todos lo celebraban.

Entre ellos: una persona joven, de sombrero, a quien Javier llamaba el ‘33’.

Su nombre: Carlos Barragán Amador.

—¿Por qué le dices el ‘33’? —preguntó alguien.

—¡Porque hizo su hotel con el Ramo 33! —respondió el candidato.

Todos rieron, incluido el ‘33’, quien venía de ser alcalde de Xicotepec y buscaba, una vez más, esa posición.

(Tres o cuatro veces ha sido presidente municipal).

Nota bene: el Ramo 33, ya desaparecido, fue el instrumento, en apariencia, para abatir la pobreza en el país.

Barragán es un buen ejemplo de lo que significa ser presidente municipal: tiene ranchos, ganado, residencias, un hotel —el ‘33’— y un parque zoológico llamado ‘Animalia’.

Mal no le va.

Rogelio López Ángulo es un caso similar.

Por tercera vez es alcalde de Huauchinango, aunque es originario de Sinaloa.

Sus hermanos cogobiernan este municipio de la sierra norte.

Su ‘año de Hidalgo’, como el de Barragán, se prolongó brutalmente.

Frente a casos como el de los hermanos González Vieyra —dueños de Chalchicomula de Sesma y sus alrededores—, o el del ‘alcalde bailador’ de Cuatempan, Gerardo Cortés, la gente se pregunta qué ha faltado en este país para acabar con la plaga de los presidentes municipales depredadores que viven y se enriquecen del erario.

La presidenta Sheinbaum ha empezado a cortarles las garras a estos personajes —tan cercanos a los neandertales— al ponerle frenos al nepotismo y a la reelección.

El problema es que éstos son más hábiles que el Velociraptor: un dinosaurio veloz y mañoso, aparentemente extinguido.

En el modelo de negocios de estos alcaldes no podían faltar algunos dirigentes de partidos, quienes venden las candidaturas al mejor precio.

La ecuación es sencilla (y mortal para las arcas públicas), pues el costo de la candidatura lo reponen en uno o dos meses.

O con una obrita de las que acostumbran.

Ya se sabe: una carretera, un ramal, un hospital sin camas, una escuela sin piso, unas banquetas…

En esto último es experto López Angulo.

Cuentan que hace más banquetas que obras pías.

Y una vez que terminó, las destruye para hacer nuevas banquetas.

Todo eso deja dinero.

Pero por supuesto.

Hace falta que la presidenta se meta en el intestino de esta clase de bestias para erradicar un síndrome ya muy socorrido: el de los alcaldes zopilotes, hermanos de los alcaldes bailadores y de los alcaldes enamorados.

Pero ésa es otra historia que se puede leer en la columna “¡Terrible! ¡Bebamos!”.

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