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jueves, marzo 28, 2024

Las derrotas que vienen y el Ave Canora

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¿Tiene caso ir a una guerra para perderla? 

Churchill, que algo sabía de eso, levantó a un Reino Unido sometido por la abulia de Neville Chamberlain, su antecesor en Downing Street 10, al grito de sangre, sudor y lágrimas. 

La incertidumbre de ganar o perder siempre estuvo vigente, pero su temperamento lo sacó adelante con la armonía —a veces convertida en odio y desafecto— de los aliados. 

No se va a una guerra para perder. 

Por eso es inconcebible que la dupla Mario Delgado-Ignacio Mier esté tan radiante ante el escenario brutal de una doble derrota. 

(El gesto de Delgado es bastante cínico, pues se lavará las manos —como ya lo ha hecho en algunas entrevistas— aduciendo que él no es el coordinador de Morena en San Lázaro). 

Las iniciativas de las reformas electoral y de la Guardia Nacional están condenadas al basurero. 

“¡No pasarán!”, ya lo anunció la muy fortalecida oposición (PRI-PAN-PRD). 

Ya hubo un fracaso mayúsculo: la fallida Reforma Eléctrica que, tras haber sido bateada en el Congreso de los Diputados, entró por la puerta trasera del baño: la Suprema Corte. 

Ir a la guerra para perder no tiene sentido, salvo para quien despacha y vive en Palacio Nacional. 

A él sí le sirve exhibir a los antipatriotas. 

Sólo a él y a las expectativas electorales de Morena. 

A nadie más. 

(Aunque el ridículo de Mario Delgado hable en primera persona del singular de los triunfos generados por López Obrador. Su “yo gané once gubernaturas en 2021” lo exhibe como el ratón que es. Hablar en primera persona del singular ante un esfuerzo colectivo —liderado e inspirado por el Presidente— lo muestra en toda su miniatura). 

He buscado en los archivos políticos a quienes fueron a derrotas cantadas en el pasado reciente. 

Con esto me encontré: 

Francisco Labastida es un buen ejemplo. 

Sabía que iba a perder, y perdió las elecciones de 2000. 

Ricardo Anaya y José Antonio Meade fueron a las urnas a perder —ya lo sabían— en 2018. 

Enrique La Fichita Cárdenas llegó derrotado a la elección poblana de 2019. 

Todos recordamos a los ganadores. 

Pocos nos acordamos de los perdedores. 

Hay cierta perversidad en las derrotas que vienen de Nacho Mier. 

(La que sufrió hace algunos domingos fue brutal y contundente). 

Sólo su jefe de prensa y ave canora intentó convertir una derrota indudable (de su jefe) en victoria brutal. 

¿El dulce y melodioso canto de esa ave canora se volverá a escuchar en los fracasos que vienen? 

Algún mérito debe haber en sacrificarse por la Patria. 

Alguna medalla le darán a Nacho Mier. 

No es buena idea pasar a la historia como el que “quiso pero no pudo”. 

Los traidores a la Patria ya anunciaron que no se sentarán con quienes hablaron de llevarlos a un “paredón pacífico”. 

Son traidores, pero no tontos. 

El último en salir de San Lázaro que baje la cortina. 

Esta LXV Legislatura Federal ya se acabó. 

 

La santería en Casa Puebla. Qué gran idea de reabrir Casa Puebla. 

El gobernador Miguel Barbosa Huerta disfrutó ampliamente su discurso de este sábado. 

Y es que la exresidencia oficial es parte central de su emblemático triunfo de 2019. 

Desde ahí se fraguaron varias guerras en contra suya. 

Ahí estaban los mapas de los estrategas, los apuntes de campaña, la ruta crítica de la guerra sucia. 

El propio gobernador jura que en las habitaciones había restos de Santería cubana. 

“Ahí asustaban”, dijo en broma. 

La primera vez que fui a la residencia oficial fue en tiempos de don Alfredo Toxqui Fernández de Lara. 

(Acompañé a mi mamá a un desayuno de huauchinanguenses en el exilio con el entonces gobernador). 

Volví a entrar cuando Manuel Bartlett celebró en sus jardines su toma de posesión. 

(No regresé ni fui invitado en todo su período). 

Supe, eso sí, que en las madrugadas acostumbraba a convocar a miembros de su gabinete para sacar algún tema pendiente y que luego, con algunos de ellos, daba vueltas en círculos en la zona del helipuerto. 

Cuando don Melquiades Morales ganó la gubernatura, desayuné, comí y cené ahí varias veces. 

En una de ésas, el gobernador me presentó a Ernesto Zedillo. 

Fue en una de las comidas celebratorias del 5 de mayo. 

Durante la administración de Mario Marín llegué a ir a varias comidas colectivas. 

(En una de ésas, el hoy caído Andrés Roemer anunció el arranque de La Ciudad de las Ideas). 

Recuerdo también el desayuno en el que un exultante Marín dijo que Javier López Zavala sería su sucesor y que después vendría Alejandro Armenta. 

El cantante Joan Sebastian acompañó al entonces gobernador en los meses negros que se sucedieron después del caso Lydia Cacho.  

Hubieron, en ese tiempo, mucho alcohol, muchas sobremesas y muchas canciones doloridas. 

A lo largo del sexenio de Rafael Moreno Valle acudí sobre todo a las fiestas que ofrecía a la prensa los últimos días de diciembre. 

También fui invitado accidental a la presentación que hizo Toyo Ito —ganador del Pritzker de arquitectura— del proyecto del museo Barroco. 

Ya con Tony Gali, estuve ahí cuando dos periodistas poblanos anunciaron, casi con lágrimas en los ojos, que por fin había llegado a Casa Puebla un “gobernador terrenal”. 

En 2017 publiqué Miedo y Asco en Casa Puebla, novela en la que aparecen algunas escenas de terror ocurridas en la exresidencia oficial. 

¿A dónde irán los vómitos, las borracheras, los gritos, la euforia, las celebraciones, los llantos, la bilis derramada, y todo aquello que expulsaron sus habitantes a lo largo de estos años? 

¿A qué pozo sin fondo? 

¿A qué WC? 

 

Santi Bárcena. In Memoriam. Era puro corazón.  

Un corazón sincero.  

Murió Santi Bárcena, un hombre legendario que tuvo en Santi Bárcena hijo al mejor cómplice y amigo.  

A las 23:33 del sábado, su WhatsApp envió o recibió el último mensaje.  

Cuando menos así aparece en mi celular.  

Santi fue el mejor amigo de sus amigos.  

Y más: un empresario dedicado a cuidar la avenida Juárez, a la que bautizó como zona Esmeralda.  

Santi amó esa avenida porfiriana como ningún otro. 

La última vez que lo vi fue en su penthouse del edificio Diana, de su propiedad.  

Ahí comimos: Santi papá, Santi hijo, Roberto López y don Carlos Loranca.  

Ya no llegó a la comida Juan Carlos de la Hera.  

Santi estaba de excelente humor.  

Siempre lo estuvo.  

Ahí quedamos por enésima vez que ahora sí íbamos a escribir su biografía. 

Su muerte me atravesó el esternón.  

Escribo estas líneas en honor de un verdadero amigo.  

Descansa en paz, querido Santi. 

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