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jueves, marzo 28, 2024

El senador Armenta y el presidente López Obrador (Foto rápida)

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Durante el acto realizado en el Teatro de la República, en Querétaro, el senador Alejandro Armenta salió en defensa del presidente López Obrador.

Antes de él, la ministra Norma Piña —presidenta de la Suprema— y el vapuleado diputado Santiago Creel, presidente de San Lázaro, habían criticado al presidente de la República.

En otras palabras: lo llamaron, entre líneas, injusto, poco dialogador, pendenciero…

El senador Armenta entonces subió el tono de voz, los señaló un par de veces y defendió al presidente ante varios aplausos del respetable.

Posteriormente, el presidente le dio un abrazo.

Y ya en la calle Constituyentes Fovissste, le agradeció el detalle.

Y hasta una foto les tomaron.

Creel y la ministra ni le aplaudieron ni le agradecieron.

Se fueron un poco gallos, pero tragando, eso sí, algo de saliva.

Creel está molesto con el mundo, y sobre todo con los diputados de Morena, porque la semana pasada lo humillaron al exceso.

Anda con la cara roja desde entonces.

Lo que el Filósofo le quiso decir al lego. El filósofo Sócrates estaba a la espera de la cicuta para pasar a mejor vida.

(Sólo quienes han fallecido saben si la vida de los muertos es mejor que la de los vivos. Falso debate).

Algunos amigos lo acompañaban.

No estaba Platón porque se hallaba enfermo.

(No se sabe de qué. Tampoco es importante saberlo).

Sócrates, pues, esperaba la hora de tomar el veneno.

¿De qué lo acusaban?

De corromper a los jóvenes con sus ideas socráticas y de ser escéptico ante la idea del panteón griego.

Corría el año 399 antes de Cristo.

Sócrates, ufff, estaba en espera de la cicuta.

Sus amigos lo consuelan.

Él está entero.

(O todo lo entero que se puede estar antes de ser obligado a tomar veneno).

Un guardia le dice que cuando lo consuma se ponga a caminar.

Es decir: a hacer pierna.

También le dice que cuando ya no sienta las piernas, mejor se acueste.

Sócrates lo escucha con atención y se graba el consejo.

Tiene su lógica recostarse si las piernas no funcionan.

De hecho: todas las noches, todos repetimos la actitud de Sócrates a la hora de buscar la cama.

Qué gran homenaje al ilustre ateniense.

(En realidad no era de Atenas, sino de Alopece, pero todo mundo en todos lados cree que era ateniense. Murió en Atenas. Eso sí).

Sócrates, por fin, se tomó la cicuta.

Podemos imaginar a sus amigos diciéndole “no, maestro, no te la tomes”.

(Algunos habrán llorado. Otros se habrán puesto de hinojos).

Sócrates, pues, se puso a caminar.

(Atrás de él, fieles hasta la muerte, algunos de sus amigos).

Caminó y caminó hasta ya no sentir las piernas.

Entonces se recostó.

En ese momento, lúcido como era, le dijo a Critón una frase enigmática: “Le debemos un gallo a Esculapio”.

(O a Asclepio).

Critón dijo “ah, ok, sí”, pero en realidad no entendió el mensaje.

De ahí que le preguntara si tenía algo que agregar.

Sócrates, moribundo, no tenía ganas de polemizar con un lego.

Entonces decidió morirse.

(No es que haya decidido. En realidad no tenía otro remedio).

Mañana le daré al hipócrita lector mi definición de lo que Sócrates quiso decirle al despistado de Critón.

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