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jueves, marzo 28, 2024

Don Juan Nackad: entre Kamel Nacif y una muerte sencilla, injusta, eterna 

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Don Juanito Nackad Bayeh murió este martes. 

Fue una víctima, a su manera, de Kamel Nacif. 

La desgracia de éste —que empezó a gestarse en diciembre de 2005 cuando Lydia Cacho fue detenida en Cancún y trasladada a Puebla— terminó por arrastrarlo. 

A partir de entonces, su gesto se tiñó de preocupación y amargura. 

No volvió a ser el mismo. 

Una expresión vulgar y lamentable —“la van a llevar (a Lydia Cacho) con las locas y las tortilleras”— remite a su nombre en todos los buscadores de ese año para acá. 

Como todo hombre, estaba lleno de luces y sombras. 

Algunas habitaciones, en su caso, tenían candelabros luminosos. 

Otras más estaban pobladas de espacios oscuros, llenos de telarañas. 

Al primer Juanito lo conocí vía don Alberto Jiménez Morales en el Centro Libanés de Puebla. 

Su risa fue lo primero que surgió. 

Y luego una broma. 

Y luego otra risa. 

Era un hombre feliz, pleno, dueño de un corazón generoso. 

Esa tarde —mientras comíamos kepe crudo y otras delicias libanesas— supe que era socio de un personaje polémico: Kamel Nacif. 

Cuando hablaba de él, le brillaban los ojos. 

Era un amigo orgulloso de su amigo. 

Las comidas se volvieron cotidianas. 

A la mesa del Club de Empresarios nos sentábamos, regularmente —además de Juanito, don Alberto y yo—, don Esteban Pedroche, don Fernandín Díez y Roberto Herrerías. 

Había buen vino, buena comida y charla larga y llena de historias de la vida poblana. 

Un día, don Juanito me invitó al taller textil que tenía en el Cereso de San Miguel. 

Cuando llegamos, los custodios lo recibieron con cariño. 

Y así siguió el ambiente al interior del sitio. 

Los internos celebraron su arribo con abrazos y sonrisas. 

Algunas internas le obsequiaron manzanas y otras frutas. 

Cariñoso como era, él correspondió a sus gestos con las más diversas gentilezas. 

Me explicó que él les pagaba por cada prenda que manufacturaban. 

No era un negocio vulgar, como después se dijo. 

Era un espacio generoso en un mundo complicado y difícil. 

Otro día me invitó a la boda de una joven amiga suya en ese mismo penal. 

Él pagó los gastos para los invitados. 

Hice una crónica del acto en El Universal Puebla. 

Al otro Juanito lo conocí a través de unas grabaciones telefónicas que se divulgaron por todos lados el 14 de febrero de 2006. 

Ahí aparecía el amigo de Kamel Nacif moviendo sus influencias para castigar a la periodista que había involucrado a su amigo en un tema de pedofilia. 

Era la misma voz del hombre generoso, pero ahora en un contexto ruin, terrible. 

Lo primero que ocurrió fue que Mario Marín ordenó que le cerraran el taller textil que tenía en el Cereso. 

Su nombre poco a poco se fue ensuciando por toda la porquería que exhibió esa trama. 

Don Juan también se retiró del Centro Libanés, donde era una voz respetada y querida. 

Se ocultó de todos. 

Un día me llamó para invitarme a desayunar en un modesto hotel que tenía cerca del Teatro Principal. 

Lo vi profundamente demacrado. 

El caso Marín-Cacho apareció en la plática. 

Trató de corregir algunas cosas. 

Justificó otras más. 

Su amargura incluyó a la prensa que lo presentó como el peor de los criminales. 

Nos dimos un abrazo cariñoso y quedamos de repetir el desayuno. 

Pocos meses después, un hijo suyo se quitó la vida lanzándose de un quinto piso. 

Lo vi peor que nunca. 

Había perdido muchos kilos. 

Su voz era otra voz. 

Ya no había bromas ni risas. 

Un Juan Nackad vapuleado por el mundo era quien estaba ahí. 

Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando habló de su hijo. 

—¿Y Kamel Nacif, Juanito? ¿Lo ha vuelto a ver? —le pregunté. 

Dos o tres veces negó con la cabeza. 

La despedida fue triste. 

Algo dentro de mí sabía que no lo volvería a ver. 

Al abrazarlo sentí sus vértebras, sus cervicales, sus discos intervertebrales. 

Este martes me enteré de su muerte cuando, vía WhatsApp, el abogado Miguel Ángel Martínez Escobar me escribió a las 14:12: “Hola! Portador de una mala noticia, murió Juan Nackad”. 

Lo imaginé al final de su vida, triste y solitario, arrastrado por la mala fama de su amigo Kamel Nacif. 

Descanse en paz. 

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