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jueves, abril 25, 2024

Defender a Salman Rushdie: defendernos

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I. Los versos satánicos

 

“A Marianne”

Epígrafe: Satanás, relegado a una condición errante, vagabunda, transitoria, carece de morada fija; porque si bien a consecuencia de su naturaleza angélica, tiene un cierto imperio en la líquida inmensidad o aire, ello, no obstante, forma parte integrante de su castigo el carecer… de lugar o espacio propio en el que posar la planta de pie. Daniel Defoe. Historia del diablo.

I. El ángel Gibbreel.

“‘- Para volver a nacer- cantaba Gabriel Farishta mientras caía de los cielos, dando tumbos- tienes que haber muerto. ¡Ay, sí! Para posarte en el cielo de la tierra, tiene que haber volado. ¡Ta-taa! ¡Takachum! ¿Cómo volver a sonreír si antes no lloraste? ¿Cómo conquistar el amor de la adorada, alma cándida, sin un suspiro? Baba, si quieres volver a nacer…’ Amanecía apenas un día de invierno, por el Año Nuevo poco más o menos, cuando dos hombres vivos, reales y completamente desarrollados, caían desde gran altura, veintinueve mil dos pies, hacia el canal de la Mancha, desprovistos de paracaídas y de alas, bajo un cielo límpido.

‘Yo te digo que debes morir, te digo, te digo’ y así una vez y otra, bajo una luna de alabastro, hasta que una voz estentórea rasgó la noche: ‘¡Al diablo con tus canciones!’ -Las palabras pendían, cristalinas, en la noche blanca y helada-. En tus películas sólo movías los labios porque te doblaban, así que ahórrame ahora ese ruido infernal”.

 

II. Un atentado contra la pluma de Rushdie, las plumas de todos, el pensamiento y la libertad

En el apartado que inicia este ensayo han podido leer, queridos amigos de Hipócrita Lector, querido Mario Alberto Mejía, el comienzo de la novela Los versos satánicos, del escritor nacido en la India Salman Rushdie.

Hace unos días, dando una conferencia sobre -vaya paradoja- libertad de expresión, fue atacado por un joven. Aparentemente perdió un ojo, los nervios de su brazo quedaron comprometidos y recibió un tajo en el hígado. No morirá, quién sabe si quede bien.

 

III. Se lo ganó

Un amigo escritor me dijo que “se lo había ganado” por haber provocado a los fundamentalistas islámicos.

No comparto su punto de vista.

Si aceptamos eso, debemos aceptar que “se lo ganó” la muchacha que salió vestida con minifalda y fue violada.

Si aceptamos eso, debemos aceptar que “se lo ganaron” los periodistas que han muerto, en este sexenio y antes, para decirle a la sociedad no la verdad oficial, sino la realidad.

Si aceptamos eso, debemos aceptar que Giordano Bruno, que murió quemado; que Danton, que quiso oponerse a Robespierre y, por ello, le cortó la cabeza en la guillotina; que Hypatia, geómetra y parte de la comunidad de la Biblioteca de Alejandría; que los que fueron torturados y muertos por la Santa Inquisición y un larguísimo etcétera… “se lo ganaron”.

No, para nada.

Si no queremos que haya una sola verdad, como en China, como en Rusia, como en el seno de los extremismos islámicos, defendamos la libertad de expresión, la libertad de imaginar, la libertad de disentir.

Estas tres libertades son requisitos indispensables de cualquier democracia.

Si no hay libertad, no hay democracia. La democracia es un coro de voces que piensan diferente, pero que respetan su diferencia. Si me permiten el juego de palabras, la convergencia democrática es la divergencia individual.

Defendamos a Salman Rushdie y esperemos que algún día no nos pase lo mismo por decir lo que pensamos. Para impedirlo, fortalezcamos la democracia y el respeto a la diferencia. Así de fácil.

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