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viernes, abril 19, 2024

Joyce cuántico

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Este año se conmemora el centenario de la primera edición de una

obra clave de la literatura del siglo XX, Ulises, del escritor irlandés,

James Joyce. Pero, ¿qué tiene que ver su obra con la ciencia? 

 

En la mítica novela, Finnegans Wake, la cual muchos consideran es la continuación de Ulises, pero de noche, hay un pasaje en el que Porter, dueño de un pub dublinés, toca la campana, levanta un tarro de cerveza negra y propone un brindis a la nutrida concurrencia:  

“Three Quarks for Muster Mark!  

Sure he hasn´t got much of a bark  

And sure any he has it´s all beside the mark…”  

Que en una de sus versiones podría leerse:  

“¡Por el Máistro Marcos, tres graznidos!  

Alguien poco propenso a los ladridos  

Uno que sabe aguantar los vahídos…”  

La leyenda cuenta que corría el año de 1963 cuando el físico norteamericano, Murray Gell-Mann, en uno de sus paseos por su parque favorito en Nueva York, donde solía disfrutar de sus otras aficiones “serias”, la filología, la historia del lenguaje y la literatura, se topó con la palabra quark, la cual desde entonces designa los seis ladrillos fundamentales que constituyen la materia luminosa en una de las obras literarias menos legibles de la historia. Un sonido, algo así como el graznido de un pato ante un trozo de queso fresco, había estado rondando en su cabeza tiempo atrás, cuando se enfrentó a uno de los mayores desafíos en la física del siglo XX: poner orden en el centenar de partículas, una más exótica que la otra, que estaban apareciendo en los diversos aceleradores al hacer chocar núcleos atómicos, sin olvidar las que se habían detectado provenientes del cosmos. Esto lo consiguió dos años antes. 

Gell-mann era un físico teórico, no experimental, así que ideó un modelo al que llamó “Óctuple sendero”, en referencia al Noble camino óctuple que, de acuerdo a las creencias budistas, es esencial en la práctica de esta forma de vida y conduce al nirvana. Dicho esquema, propuesto por Gell-Mann y el físico israelí, Yuval Ne´eman, cada uno por su cuenta, aclaraba el caos entre los hadrones (partículas subatómicas de materia luminosa) al introducir una teoría algebraica, SU(3), capaz de representar y explicar la apariencia de tantas partículas inéditas y sus vínculos. Ambos descubrieron que, de acuerdo con sus propiedades eléctricas y magnéticas, tales entidades subatómicas mostraban un patrón regular, basado en múltiplos de 1, 8, 10 o 27 miembros (protones o neutrones). Según esto, discurrió Gell-Mann, las partículas correspondientes a cada múltiplo tendrían que ser variantes de partículas aún más elementales… ¡y pequeñas! ¿Existirían? Gell-Mann cuenta cómo se le ocurrió el nombre de los entonces hipotéticos bloques fundamentales de la materia luminosa que salpica el Universo conocido: “Tenía el sonido en la cabeza, pero no sabía cómo verbalizarlo. Entonces volví a Joyce”. En una de esas veces que le hincó el diente a la caminata cerebral de Humphrey Chimpden Earwicker en Finnegans Wake, leyó el pasaje donde se hace referencia al graznido de las gaviotas, lo cual lo lleva al ladrido y enseguida al vahído, pues lo que le interesa al autor es seguir rimando, sin importar si distorsiona las palabras escritas en aras de invitarnos (a veces obligándonos) a escuchar lo que la realidad tiene que decirnos. Si en la cabeza de Gell-Mann surgía la onomatopeya “kwork”, nada le impedía rimarla con “quark”.  

La obra de Joyce es el primer viaje mental-literario, de evocación cuántica, del siglo XX. Una fiesta de la invención donde están conjugadas todas las voces y lenguas en un sincretismo inédito, solitario, celoso y temperamental. Su propósito es crear una nueva lengua poética, y para ello se dio a la tarea monumental, imposible, de derribar la poesía acumulada durante siglos. En su odisea por crear formas insospechadas, Joyce adopta un punto de vista azimutal cuando traza su mapa de Dublín. Algo similar hizo Gell-Mann con el mapa del mundo subatómico. Finnegans Wake es intraducible, está escrita en todos los idiomas reales y muchos probables, surgidos de la mente enfebrecida de su autor. El poder de evocación, tanto en Ulises como en Finnegans Wake, es astronómico y su efecto, cuántico. En 1968, en el acelerador lineal de Stanford (SLAC) se confirmó la existencia de tales entidades mínimas llamadas quarks, por lo que Gell-Mann obtuvo el Premio Nobel de Física el año siguiente. Luego de haber desarrollado una brillante carrera en el campus de Pasadena de CalTech, se mudó a Nuevo México, donde fue uno de los fundadores del Instituto de Santa Fe en 1984, centro de estudios multidisciplinarios para el estudio de los sistemas complejos, desde un quark hasta un jaguar. Murió en Santa Fe el 24 de mayo de 2019. (CCh) 

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