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sábado, abril 20, 2024

José Manuel Sánchez Ron

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La contribución más conocida e importante de Gell-Mann (en la que también participó, de manera independiente, George Zweig) fue la idea de los quarks. Hasta su concepción se pensaba que protones y neutrones eran estructuras atómicas inquebrantables, y que la carga eléctrica asociada a protones y electrones era una unidad indivisible. Los quarks no obedecían a esta regla, ya que se les asignó cargas fraccionarias. Fue una idea revolucionaria –eran más elementales–, que terminó pasando a formar parte del cuerpo establecido de la física subatómica, aunque en sus inicios fue recibida con escepticismo.  

Tuve la oportunidad de charlar en dos ocasiones con Gell-Mann y comprobé su polifacética personalidad, en particular su gran interés y conocimientos lingüísticos y literarios (era, asimismo, un apasionado de la ornitología y de la arqueología). El nombre quark que asignó a las partículas de carga fraccionaria, se debe entender en semejante contexto.  

Su libro El quark y el jaguar es, sobre todo, un auténtico manifiesto de un campo del que Gell-Mann fue uno de sus principales creadores: el de la ciencia de la complejidad, la disciplina que se enfrenta a, en sus palabras, “uno de los grandes desafíos de la ciencia contemporánea, el de explorar la mezcla de simplicidad y complejidad, regularidad y aleatoriedad, orden y desorden, desde la física de partículas y la cosmología hasta el reino de los sistemas complejos adaptativos”. Se trata, en definitiva, de entender la realidad desde un punto de vista interdisciplinar, que une disciplinas habitualmente separadas. Para desarrollar este tipo de estudios fue uno de los fundadores de un Instituto en Santa Fe, Nuevo México, donde ha fallecido.  

Fragmento de “El quark está de luto”, publicado  

en El Cultural, Madrid, 24 de junio de 2019. Con autorización del autor. 

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