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jueves, abril 25, 2024

María Kodama (la enemiga a vencer)

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Borges conoció a María Kodama cuando ella tenía 16 años. Casi una niña, sin embrago, esa niña deslumbró al genio porque su conversación no era insulsa. Las disertaciones en las que entraba no giraban en torno de que si el chándal de bolitas era mejor que el de rayas, o que si el pulóver blanco hace parecer más gruesas a las personas. De lo que hablan las niñas de 16 (y más en este tiempo). 

Aunque Kodama poseía una coquetería involuntaria (que permaneció en ella hasta hoy), Borges quedó prendado de ella intelectualmente. Borges dedicó su vida a las letras, no a andar seduciendo musas ni a la liviandad, que son por excelencia las materias primas de las que echan mano los poetas para “armar” una obra digna. Eso es malditismo, lo de Borges era una vida casi monástica. 

Borges no fue un depravado al liarse con una muchacha de 16 años por una sencilla razón: esa adolescente debatía sobre el tiempo, la religión y los problemas de occidente como si Nietzsche se hubiera posesionado de su pequeño cuerpo. Kodama tuvo un padre sabio. Un japonés que la educó “a la japonesa”, con esa visión de oriente que poco entendemos de este lado del globo. María Kodama tenía 16 años cuando Borges la miró ya casi desde la sombra total de su ceguera, y la atrajo hacia sí, o él creía que la atraía hacia sí, sin saber que Kodama, desde sus tiernos seis años ya le conocía y le amaba a la distancia, con ese amor que es el único que sigue respirando después del atolondramiento del reconocimiento de los cuerpos: esa forma de amor que no perece aun llevándola al patíbulo del matrimonio: la admiración. 

Curiosamente Kodama leyó a los seis años un cuento que la enamoró platónicamente de Borges. Fueron esas primeras frases de “Las Ruinas Circulares” las que a la postre la convertirían más que en su esposa, más bien en su cómplice, en su compañera. “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”. 

¿Qué significarían para una niña de seis años esas palabras? ¿Qué niña de occidente encuentra perlas en los cementerios marinos? 

Así empezó la historia de Borges con Kodama: con el sobresalto natural de la madre de ella al ver que su niña se precipitaba no a los brazos, sino al mundo misterioso de un gigante ciego. 

Mucho habló Borges sobre tiempo. Nadie como él lo supo traducir ni lo pudo manipular desde el lenguaje tomando como recurso principal, no la ciencia, sino la filosofía. No la frialdad de los números, sino la incandescencia de la poética. 

En la inolvidable charla con Octavio Paz y Salvador Elizondo en el Palacio de Minería, Borges termina convertido en una especie de Moby Dick, el leviatán blanco de Groenlandia que se come Ahab teniendo como testigo a Ishmael. Paz fue, por supuesto, Ahab. Un contertulio dignísimo, pero visiblemente asaltado por la envidia oblicua que nace de entre dos amigos que se leen no sólo en libros. 

En una foto previa a ese encuentro, aparece María Kodama junto Borges. Ese mismo Borges que Paulina Lavista retrató en Teotihuacán. Borges y su sombra; una sombra enigmática; la sombra que da el sol a eso de las once de la mañana y que hace parecer pantaruélicos a los hombres. 

Pero no hablaré más de Octavio Paz. Sólo de Borges, o más bien de Kodama. 

En una entrevista con motivo del aniversario luctuoso número 30 de Borges, María Kodama desmitifica la figura impenetrable del poeta. Narra anécdotas en torno a su vida en pareja: Borges canturreando siempre en islandés, Borges abrazado de un tigre que, de pie, y con cola, medía más de dos metros y medio, Borges en casa, Borges incitándola a publicar. 

Después de la muerte del poeta, María se convirtió en “la gran villana”, según gran parte de la comunidad intelectual argentina. Lo que los porteños no entendieron nunca es que Kodama poseía otra visión del mundo, empezando porque vivió con un Titán. Empezando porque nadie más que ellos supieron los acuerdos en los que llevaron una relación única. No de maestro y alumna. Kodama no fue ni la secretaria ni la pupila preclara del mejor hombre letras que vio el siglo pasado. 

Un ambiente de celos y rivalidades, pero sobre todo de oportunismo, gira siempre en torno a las viudas. A la viuda, la familia del muerto generalmente la sataniza. A la viuda la embisten esas otras viudas, que no son mujeres, sino los que se sienten herederos de una obra que no construyeron. Los mismos poetas, los amigos y los chacales que practican el proxenetismo editorial. 

Kodama arremetió legalmente contra varios personajes por querer viajar de polizontes en el tren de Borges. 

Nada más ofensivo como creer que un poema tan lacrimógeno como “Instantes” hubiera podido salir de su pluma. 

Contaba María Kodama que hace unos años llegó a Nueva York y un grupo de personas bien organizadas le ofreció un millón de dólares para poder hacer una lectura monumental del citado esperpento en el puente de Brooklyn. Kodama respondió: pues vayan a darle ese millón a la verdadera autora, porque quien haya leído a Borges en serio sabrá que ese poema no lo pudo haber escrito él ni en delirios. 

El crimen de Kodama es entonces defender la obra de su hombre. ¡Uff! Un dato curioso: esta pareja se hablaba siempre de usted. 

Ser esposa no es fácil. Ser esposa de un hombre brillante, menos. Ser esposa de un genio puede resultar calamitoso si no se posee sabiduría. 

Lidiar con un hombre es una tarea desgastante. Si se lidia… 

El éxito, creo, consiste en no sufrirlo, sino todo lo contrario. 

Kodama escribía cuentos. ¡Cómo una mujer así no iba a escribir! Y, sin embargo, las rispideces más constantes entre Borges y ella fueron porque él le insistía que publicara. Kodama jamás aceptó. ¿Hizo bien? Yo creo que sí. De otra manera corría el riesgo de ser lapidada públicamente por los árbitros morales literarios. Dos BORGES no caben en una misma casa, aunque al oírla hablar uno puede intuir que ella hubiera brillado con su propia luz, a pesar de la sombra de Borges como pasó con Elena Garro o Silvia Plath o Virginia Woolf o con Simone de Beauvoir. Pero María no quiso, no se arriesgó, y lo más importante: no lo sufrió. 

Kodama se describía a sí misma como una hedonista, es decir, alguien que se mueve por y para el placer. Haber rivalizado con su marido en el mundo literario hubiera sido impedimento para que ella pudiera satisfacer su hedonismo, y Borges seguramente quería a su lado una mujer sabia, pero divertida, coqueta, sensual a su estilo, no una mujer que sellara sus días rodeada de gatos o metiendo la cabeza en una estufa para acabar de una vez por todas con la condena de vivir con su rival. 

Los hombres como Borges no necesitan una sumisa a su lado, aunque había mucho de Geisha en Kodama. Geisha en el sentido del sacrificar su propio spot a cambio de la admiración de su hombre, pero más que eso: de su propia realización. 

Kodama fue una mujer feliz, pero, sobre todo, poderosa. Y eso sigue sin perdonársele. 

 

 Descanse en paz.

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