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sábado, abril 20, 2024

Jeroglíficos modernos

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Ya de por sí las nuevas generaciones son de pocas palabras.  

O mejor dicho de corto vocabulario.  

¿Cuántas frases hechas se necesitan para entablar una conversación entre millennials o miembros de la generación Z 

Gustavo Sainz escribió una novela titulada La princesa del Palacio de Hierro, en la que los diálogos se daban con un número limitadísimo de palabras.  

Eso fue en el siglo pasado.  

Aún no existían los chats ni las redes sociales ni los dispositivos móviles.  

La gente caminaba mirando hacia enfrente, enhiesta, razón por la cual no se dudaba que habíamos dejado atrás la postura de los neandertales y los simios.  

Ahora la cosa va pa’trás. 

Caminamos encorvados viendo el celular y contestando mensajes.  

O chateando. 

O mandando fotos.  

El celular nos da la posibilidad de captar todo: imágenes, ubicaciones.  

Ya sólo le falta un mecanismo rasca-huele.  

Vivimos dentro y no precisamente aprovechando la cantidad de información valiosa que fluye en ese espacio.  

Chacoteamos y fantaseamos con cosas inexistentes.  

Y algo peor: seguimos degenerando el lenguaje cada día. 

La función predictiva del teclado nos hace cometer disparates tremendos. 

¿Quién no le ha deseado por error un feliz ano nuevo a su abuelita? 

Y no corregimos.  

Porque no prestamos atención a la redacción y creemos que el que está de lo otro lado entenderá.  

Y entiende, seguro.  

Aunque lo del ano nuevo saque de onda a la venerable anciana.  

El tema es un problema añejo que ha empeorado por la inmediatez.  

Sin embargo, el colmo del analfabetismo funcional llega cuando ya ni siquiera son letras las que se envían en los mensajes.  

Los emoticones y los stickers son la nueva forma de comunicar.  

Lo malo es que en la traducción de esas figurillas se pierden varios reinos.  

Y cada uno interpreta a su conveniencia lo que el otro quiso decir.  

Regresándonos así al lenguaje cifrado de los jeroglíficos.  

No está tan jodido si es que en el chateo hay stickers y Gifs que nos arrancan sonrisas.  

Lo malo es cuando te das cuenta de que en un cuadro de chat hay diez estampas por un escueto “hola”.  

De eso hablamos cuando hablamos de involución.  

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